Memorias y vivencias de Emilio Castillo Ramírez (6) - La posguerra (2) | Las Pedroñeras

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sábado, 21 de febrero de 2015

Memorias y vivencias de Emilio Castillo Ramírez (6) - La posguerra (2)



Memorias y vivencias de
Emilio Castillo Ramírez

Capítulo VI:

La posguerra. (II)

Duros trabajos  en el campo. Nuestra boda.
El estraperlo. El caso de la borrica desaparecida


Los duros trabajos del campo

Fuimos pasando a  poco a poco aquella vida, trabajando algo donde te llamaban los patronos que te conocían y sabían cómo trabajabas y otros que uno se buscaba como podía, todo eso para poder ganar algún dinero para malcomer, porque seguía el racionamiento. Todo estaba racionado.


Ya llegamos al año 1941, que también fue muy malo porque apenas llovió, las cosechas fueron escasas y de poco grano; lo único grande fue la sequía, así que tuve que patinar mucho y buscarme la vida como Dios me amparó. Varias veces me iba a trabajar a Las Mesas y a  otros lugares. Gracias al esfuerzo y al ahorro de lo poco que ganaba pudimos comprar un par de burras grandes con las que pude ir labrando las viñas de mi padre, que eran pocas, pero fueron una ayuda para la casa.


Nuestra boda

Ya pasamos al año cuarenta y dos, y los primeros meses continuaron los trabajos y los días parecidos a los del año anterior,  pero a primeros de abril mi padre empeoró y después de su larga enfermedad, el día once de este mes murió. Tenía 65 años.

La primavera de este año por lo menos llovió algo más y el año no fue tan malo como el 41. Ya pasado el verano, mi novia,  María Molina Pérez, con 25 años de edad y yo que tenía ya 29, pensamos en casarnos; ya llevábamos varios años de novios, ni habíamos hablado de casamiento antes, por estar su hermano Nicolás  en la cárcel con la condena que ya dije y, había pocas ganas de boda ni alegría en la casa.

Por fin llegó el 28 de noviembre del 42 y ya pudo ser que llegara el día de la boda, pero con pocos recursos, teníamos poco, entre los dos escasamente para comprar la cama si no recuerdo mal. Nuestros padres estaban pizca más o menos. Fue un casamiento bastante pobre, no hubo celebración ninguna. Nosotros, los recién casados, comimos en casa de mis suegros y el banquete fueron unas tristes gachas y sin invitados.

Como las cosas estaban tan pobrecicas, para empezar nuestra nueva vida de casados nos pudieron dar poco. Mi madre, viuda, aunque yo había seguido trabajando todo el año para la casa, nos dio 20 horcas de ajos para que los pusiéramos (las sembráramos) y mi suegro 10 horcas, y eso fueron nuestros principios de casados. La cama tuvimos que ir a por ella al Quintanar de la Orden con las dos borricas y el carro que teníamos en casa de mi madre y ainas podemos dar la vuelta en el día. La cama creo que nos costó doscientas cincuenta pesetas.

Al principio pensamos que debía quedarme trabajando con lo de mi madre por no dejarla sola y seguir arreglando las viñas y lo poco que había, porque mi hermano Ángel, ahora estaba haciendo la mili. Al volver  al pueblo desde Francia, donde se había ido al acabar la guerra en la retirada de las fuerzas del ejército republicano de Negrín, y estuvo allí en un campo de refugiados en Argelés, que por cierto lo pasó bastante mal; pues al volver, como digo, lo engancharon para que cumpliera con su deber de soldado (y según él contaba, para domarlo, para someterlo al nuevo régimen dictatorial). Él, al irse voluntario a la guerra y con la república, pues la mili la tenía pendiente. Entonces, como yo ya estaba casado, tuve que pedirle a mi madre un jornal de 5 pesetas y costa diarias, jornal que luego casi no me las pagó porque no podía, y qué iba a hacer, aguantarme porque era mi madre. Mi mujer se iba a trabajar a casa de su padre cuando les hacía mucha falta, pero sin sueldo, solo por ayudarles y de paso comía con ellos.

La única luna de miel que tuvimos fue irme yo a segar al campo de Cartagena a los seis meses de casados. Nadie del pueblo había ido a segar a este sitio nunca,  pero me enteré de que allí empezaba mucho antes la recolección y allí me fui.

Vengo de segar de Cartagena y me vuelvo a ir con la misma tarea a Ciudad Real, al pueblo de Miguelturra y después a Fuente el Fresno; luego vengo de esos pueblos y comenzamos a segar aquí. Recuerdo que segué seis fanegas de trigo en el Chocete, en la finca del Taray, de Doval. Tenía que llevar el hato a cuestas, merienda y botijo vacío para luego ir a por el agua a una fuente que había allí cerca que le decían Los Cuadrillos; luego pues tenía que tenerlo debajo de una cepa de viña, ya veis lo fresca que la podría beber. De esa forma resguardé el agua del calor hasta que terminé. Así que echo otros 15 días y me voy  a la sierra como decimos aquí. Total, estuve segando casi tres meses y no pudimos ahorrar nada más que 500 pesetas. Ya le digo a la mujer: "esta vida que llevamos no puede seguir así, tanto trabajar y no poder comprar ni una bicicleta". Le digo: "¿qué te parece si probamos a cambiar de trabajo?" Dice: "sí, vamos a comprar harina y cocemos pan para vender. Me gustaría, así lo vamos a hacer". Y así lo hicimos. Preparamos una saca de harina con los pocos ahorros de la siega y otra saca que me tuvieron que dar en casa de Doña Concha (porque estuve segando también allí varios días y nos racionaron y me pagaron de esta forma). Por fin comenzamos a cocer y vender el pan y parecía que daba resultado, no se ganaba casi nada, pero ganábamos para ir comiendo, que no estaba mal para como estaba la vida.


El estraperlo


En aquellos días conozco a un Manuelillo" del Pedernoso, que se dedicaba al estraperlo y le digo: "¿no podías ir vendiéndonos alguna harina para que no me falte?" Y me dice: la que quieras y te haga falta.


Pronto hicimos amistad y se portaba perfectamente conmigo, y vivía en su casa muy bien, tenía capital y cogía él también bastante trigo y demás cereales. Como tenía cosechas, me fue vendiendo harina cuando me hacía falta para cocer. A pesar de que él tenía bastante, luego tomó contacto con D. Paco Sánchez, que era el dueño de la fábrica de harinas de Belmonte y este le vendía harina a él, toda la que quería, y después él me la vendía a mí y a otros. A causa de aquella relación yo también procuré visitar al tal Don Paco Sánchez, por ver si podía conseguir que me vendiera a mí alguna harina, pero lo malo es que no tenía yo ni una borrica  siquiera para traerla.

Pienso algo y comprometo a un tal Felipe, hijo del tío Narciso, le digo que si se  aterminaba a que fuéramos a Belmonte juntos a comprar alguna harina. Un día cogimos cada uno su costal vacío a cuestas, y por el camino andando, juntos nos fuimos a hablar con Don Paco, lo cual que nos atendió perfectamente y nos vendió 100 Kg. a cada uno. Y ¿qué tuvimos que hacer?, pedir favores a los que iban a moler allí, que entonces iba mucha gente de Pedroñeras a moler y, siempre hay buenas personas en esta vida. Vemos a Dionisio El Mudillo" y le decimos nuestra situación, que si podía llevarnos la harina, lo cual nos dijo que  sí, que la echáramos en su carro. Y así comenzamos los dos a trajinar con la compra y venta. Bueno, yo  ya llevaba cociendo algún tiempo pero Felipe era nuevo. También después, otros días nos echaba la harina el hermano Picanterra y otros paisanos. Esto fue por el mes de julio, hasta  que ya en la feria de Belmonte me aterminé a comprar una pequeña borriquilla", burra que me costó 400 pesetas; pues aquello fue mi salvación. Ya con aquel pequeño animal pude ir trapicheando y comprando lo que podía, aceite, patatas y otras cosas para no pasar hambre, que había mucho.


El caso de la borrica desaparecida

Pues tan contento andaba yo aquellos días con mi borriquilla, pero ya veréis lo que me pasó. Fue por entonces lo peor que hubiera podido imaginar. Esta fue sin duda la peor madrugada de mi vida.

Resulta que este viaje iba a Socuéllamos. Iba yo solo. Ya estábamos en el mes de mayo del 43, no tenía más harina que 40 kilos y pienso de alargarme a venderla a Socuéllamos. Total, que salgo a las dos de la mañana porque no me viera nadie, y menos la guardia civil; por si acaso, llevaba la harina en dos costalejos dentro de los aguarones  y cubiertos con basurilla  y una mocha. Pues ya me aparto en la huerta el Quico a cagar y me dejo la borrica en medio de la carretera de piedra blanca por entonces;  me tardo un poquito, y cuando salgo a la carretera  me encuentro que la borrica no está. Digo: "me cagüen Satanás, estoy perdío". Salgo carretera alante hacia las Mesas a ver si la podía coger y venga andar, andar, pasmao y que la borrica no la cogía, total que llegué casi a Las Huertas de Las Mesas y me digo "¿y ahora qué hago?" Me vuelvo para atrás y me voy por la huerta del hermano Chaperre" por un carril que salía al Camino del Vadoque allí teníamos una tierra que muchas veces había llevao basura, y dije "a lo mejor se ha venío por el camino que sale desde El Chocete, y lo mismo está allí", pero no fue así; me fui por allí y que no veo na. ¡Qué penas y qué angustia llevaba! Pienso y me digo, a ver si se ha ido a Las Hoyuelas por el camino desde la Huerta el Quico. Me voy a la tierra que también habíamos ido muchas veces a trabajar, y que tampoco estaba allí. Me vuelvo para el pueblo y cuando llego a la Huerta el Quico y me doy cuenta del Carril del Vadillome digo yo solo "a ver si se ha podío ir por este camino"; así que cojo el camino hacia las lagunas del Huevero y llego casi a ellas y que no veo a la burra; me vuelvo para atrás y a tos los que me iba encontrando ya amanecío, que iban a su trabajo les preguntaba "¿habéis visto a mi borrica?", y me decían "no hemos visto na. Me iba desanimando cada vez más y mi cabeza pensando cada vez peor, nervioso en pensar que no tenía más harina ni cuartos en la casa para poder comprar más,  y en el pueblo había mucho hambre y el escándalo que se iba a liar cuando la gente se enterara de to este fracaso, así que cuando me volvía y pasaba por la huerta Cavavegas  me dieron ideas de echarme de cabeza al pozo, pero al  asomarme vi que estaba muy hondo y me dije yo solo "pero ¿qué es lo que voy hacer?" si no me voy a poder salir de él". Y me vine pa el pueblo totalmente agobiao  y triste hasta que llegué a mi casa. Abro las portás y lo primero que veo allí, apartaos, los aguarones de la borrica. Llamo a mi mujer y sale llorando y al verla yo igual.  Nos dimos un abrazo que ainas nos caemos desmayaos.

Después me cuenta lo que había pasao:  "El hermano Roma se presenta al ser de día, llama a la puerta, salgo y me dice: 'María ¿adónde tienes a Emilio?', entonces le contesto: 'de viaje'. Y me responde el hermano Roma”: '¿De viaje y la borrica en la puerta?' Pues esto es que le ha pasado algo y no bueno. Y al poco rato fue cuando llegué yo.

Y de esta forma terminó este pasaje verdadero y triste de mi vida de aquellos malos tiempos del estraparlo.[1]




[1] Remito a los seguidores de estas memorias a la entrada en este blog con el título A vender harina”, publicado en 2013. Trabajo que dediqué a mi padre en febrero de 1991 con motivo de su 7 cumpleaños. Surgió la idea espontáneamente al leer una de las anotaciones de su libreta, que venía haciendo porque yo le animaba a escribir historias de su vida dignas de recordar. Le gustó mucho y siempre decía que se emocionaba al leerlo. A tal extremo llegó, que varios años después vi cómo reprodujo varias veces esta composición en otra libretilla atribuyéndola a sí mismo.
©Fabián Castillo Molina


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