Memorias y vivencias de
Emilio Castillo Ramírez
Capítulo VI:
La
posguerra. (II)
Duros
trabajos en el campo. Nuestra boda.
El
estraperlo. El caso de la borrica desaparecida
Los duros trabajos del campo
Fuimos
pasando a poco a poco aquella vida,
trabajando algo donde te llamaban los patronos que te conocían y sabían cómo
trabajabas y otros que uno se buscaba como podía, todo eso para poder ganar algún dinero para malcomer, porque seguía el racionamiento. Todo estaba racionado.
Ya llegamos
al año 1941, que también fue muy malo porque apenas llovió, las cosechas fueron escasas y de poco grano; lo único grande fue la sequía, así que tuve que
patinar mucho y buscarme la vida como Dios me amparó. Varias veces me iba a trabajar a Las Mesas y
a otros lugares. Gracias al esfuerzo y al ahorro de lo poco que ganaba pudimos comprar
un par de burras grandes con las que pude ir labrando las viñas de mi padre, que eran pocas, pero fueron una
ayuda para la casa.
Nuestra boda
Ya pasamos al año cuarenta y dos, y los primeros meses continuaron
los trabajos y los días parecidos a los del año anterior, pero a primeros de
abril mi padre empeoró y después de su larga enfermedad, el día once de este mes murió. Tenía 65 años.
La primavera de este año por lo menos llovió
algo más y el año no fue tan malo como el 41. Ya pasado el verano, mi novia, María Molina Pérez, con 25 años de edad y yo que tenía ya 29,
pensamos en casarnos; ya llevábamos varios años de novios, ni habíamos hablado de casamiento antes, por estar su hermano Nicolás en la cárcel
con la condena que ya dije y, había pocas ganas de boda ni alegría en la casa.
Por fin llegó el 28 de
noviembre del 42 y ya pudo ser que llegara el día de la boda, pero con pocos recursos, teníamos poco, entre los dos escasamente para comprar la cama si no
recuerdo mal. Nuestros padres estaban pizca más o menos. Fue un casamiento bastante pobre, no hubo
celebración
ninguna. Nosotros, los recién casados, comimos en casa de mis suegros y el banquete fueron unas
tristes gachas y sin invitados.
Como
las cosas estaban tan pobrecicas, para empezar nuestra
nueva vida de casados nos pudieron dar poco. Mi madre, viuda, aunque yo había seguido trabajando todo el año para la casa, nos dio 20 horcas de
ajos para que los pusiéramos
(las sembráramos)
y mi suegro 10 horcas, y eso fueron nuestros principios de casados. La cama
tuvimos que ir a por ella al Quintanar de la Orden con las dos borricas y el
carro que teníamos
en casa de mi madre y ainas
podemos dar la vuelta en el día. La cama creo que nos costó doscientas cincuenta pesetas.
Al
principio pensamos que debía quedarme trabajando con lo de mi
madre por no dejarla sola y seguir
arreglando las viñas
y lo poco que había,
porque mi hermano Ángel,
ahora estaba haciendo la mili. Al volver
al pueblo desde Francia, donde se había ido al acabar la guerra en la
retirada de las fuerzas del ejército republicano de Negrín, y estuvo allí en un campo de refugiados en Argelés, que por cierto lo pasó bastante
mal; pues al volver, como digo, lo engancharon
para que cumpliera con su deber de soldado (y según él
contaba, para domarlo, para someterlo al nuevo régimen dictatorial). Él, al irse voluntario a la guerra y con la república, pues la mili la tenía pendiente. Entonces, como yo ya
estaba casado, tuve que pedirle a mi madre un jornal de 5 pesetas y costa
diarias, jornal que luego casi no me las pagó porque no podía, y qué iba a hacer, aguantarme porque era mi
madre. Mi mujer se iba a trabajar a casa de su padre cuando les hacía mucha falta, pero sin sueldo, solo
por ayudarles y de paso comía
con ellos.
La
única luna de miel que tuvimos fue irme yo a segar al campo de
Cartagena a los seis meses de casados. Nadie del pueblo había ido a segar a este sitio nunca, pero me enteré
de que allí
empezaba mucho antes la recolección y allí me fui.
Vengo de segar de
Cartagena y me vuelvo a ir con la misma tarea a Ciudad Real, al pueblo de
Miguelturra y después a Fuente el Fresno; luego vengo de esos pueblos y
comenzamos a segar aquí. Recuerdo que segué seis
fanegas de trigo en el Chocete, en la finca del Taray, de Doval. Tenía que llevar el hato a cuestas,
merienda y botijo vacío
para luego ir a por el agua a una fuente que había allí cerca que le decían Los Cuadrillos; luego pues tenía que tenerlo debajo de una cepa de viña, ya veis lo fresca que la podría beber. De esa forma resguardé el
agua del calor hasta que terminé. Así que echo otros 15 días y me voy a la sierra como decimos aquí. Total, estuve segando casi tres
meses y no pudimos ahorrar nada más que 500 pesetas. Ya le digo a la mujer: "esta vida
que llevamos no puede seguir así, tanto trabajar y no poder comprar ni una
bicicleta". Le digo: "¿qué te
parece si probamos a cambiar de trabajo?" Dice: "sí,
vamos a comprar harina y cocemos pan para vender. Me gustaría, así lo vamos a hacer". Y así lo
hicimos. Preparamos una saca de harina con los pocos ahorros de la siega y otra
saca que me tuvieron que dar en casa de Doña Concha (porque estuve segando también allí varios días y nos racionaron y me pagaron de esta forma). Por
fin comenzamos a cocer y vender el pan y parecía que daba resultado, no se ganaba casi nada, pero
ganábamos
para ir comiendo, que no estaba mal para como estaba la vida.
El estraperlo
En
aquellos días
conozco a un “Manuelillo"
del Pedernoso, que se dedicaba al estraperlo y le digo: "¿no podías ir vendiéndonos alguna harina para que no me falte?" Y me dice: “la
que quieras y te haga falta”.
Pronto hicimos amistad y se portaba
perfectamente conmigo, y vivía en su casa muy bien, tenía capital y cogía él también bastante trigo y demás cereales. Como tenía cosechas, me fue vendiendo harina cuando me hacía falta para cocer. A
pesar de que él tenía bastante, luego tomó contacto con D. Paco Sánchez, que era el dueño de la fábrica de harinas de Belmonte y este le vendía harina a él, toda la que quería, y después él me la vendía a mí y a otros. A causa de aquella relación yo también procuré visitar al
tal Don Paco Sánchez, por ver si podía conseguir que me vendiera a mí alguna harina, pero lo malo es que no tenía yo ni una borrica siquiera para
traerla.
Pienso
algo y comprometo a un tal Felipe, hijo del tío Narciso, le digo que si se aterminaba a que fuéramos a Belmonte juntos a comprar alguna harina. Un día cogimos cada uno su costal vacío a
cuestas, y por el camino andando, juntos nos fuimos a
hablar con Don Paco, lo cual que nos atendió perfectamente y nos vendió 100 Kg. a cada uno. Y ¿qué tuvimos
que hacer?, pedir favores a los que iban a moler allí, que entonces iba mucha gente de Pedroñeras a moler y, siempre hay buenas personas en
esta vida. Vemos a Dionisio “El Mudillo" y le decimos nuestra situación, que si podía llevarnos la harina, lo cual nos dijo que sí, que la
echáramos en su carro. Y así comenzamos los dos a trajinar con la compra y venta. Bueno,
yo ya llevaba cociendo algún tiempo pero Felipe era nuevo. También después, otros días nos echaba la harina el hermano Picanterra y otros paisanos. Esto
fue por el mes de julio, hasta que ya en
la feria de Belmonte me aterminé a
comprar una pequeña “borriquilla",
burra que me costó 400
pesetas; pues aquello fue mi salvación. Ya con
aquel pequeño animal pude ir
trapicheando y comprando lo que podía, aceite,
patatas y otras cosas para no pasar hambre, que había mucho.
El caso de
la borrica desaparecida
Pues tan
contento andaba yo aquellos días con mi
borriquilla, pero ya veréis lo que
me pasó. Fue por entonces lo
peor que hubiera podido imaginar. Esta fue sin duda la peor madrugada de mi
vida.
Resulta que este
viaje iba a Socuéllamos. Iba yo solo. Ya
estábamos en el mes de mayo
del 43, no tenía más harina que 40 kilos y pienso de alargarme a
venderla a Socuéllamos. Total, que salgo
a las dos de la mañana porque no me viera
nadie, y menos la guardia civil; por si acaso, llevaba la harina en dos costalejos dentro de los aguarones y
cubiertos con basurilla y una mocha. Pues ya me aparto en la huerta el Quico a cagar y me dejo la borrica en medio de la carretera de piedra blanca
por entonces; me tardo un poquito, y
cuando salgo a la carretera me encuentro
que la borrica no está. Digo: "me cagüen Satanás, estoy perdío". Salgo carretera alante hacia las Mesas a ver si la podía coger y venga andar, andar, pasmao y que la borrica no la cogía, total que llegué casi a Las Huertas de Las Mesas y me digo "¿y ahora qué hago?" Me vuelvo para atrás y me voy por la huerta del hermano “Chaperre" por un carril que salía al “Camino del Vado” que allí teníamos una
tierra que muchas veces había llevao basura, y dije "a lo mejor se ha venío por el camino que sale desde El Chocete, y lo mismo está allí", pero no
fue así; me fui por allí y que no veo na. ¡Qué penas y qué angustia llevaba! Pienso y me digo, a ver si se
ha ido a Las Hoyuelas por el camino desde la Huerta el Quico. Me voy a la tierra que también habíamos ido
muchas veces a trabajar, y que tampoco estaba allí. Me vuelvo para el pueblo y cuando llego a la Huerta el
Quico y me doy cuenta del Carril del
Vadillo” me digo yo solo "a ver
si se ha podío ir por este camino"; así que cojo el camino hacia las lagunas del
Huevero y llego casi a ellas y que no veo a la burra; me vuelvo para atrás y a tos los que me
iba encontrando ya amanecío, que iban a su trabajo les preguntaba "¿habéis visto a
mi borrica?", y me decían "no
hemos visto na”. Me iba desanimando cada vez más y mi cabeza pensando cada vez peor, nervioso
en pensar que no tenía más harina ni cuartos en la casa para poder
comprar más, y en el pueblo había mucho hambre y el escándalo que se iba a liar cuando la gente se enterara de to este fracaso…, así que cuando
me volvía y pasaba por la huerta Cavavegas me dieron ideas de echarme de cabeza al pozo,
pero al asomarme vi que estaba muy hondo
y me dije yo solo "pero ¿qué es lo que voy hacer?" si no me voy a poder
salir de él". Y me vine pa el pueblo
totalmente agobiao y triste hasta que llegué a mi casa. Abro las portás y lo primero que veo allí, apartaos, los aguarones de la borrica. Llamo a
mi mujer y sale llorando y al verla yo igual.
Nos dimos un abrazo que ainas nos
caemos desmayaos.
Después me cuenta lo que había pasao: "El hermano
“Roma” se
presenta al ser de día,
llama a la puerta, salgo y me dice: 'María ¿adónde tienes a Emilio?', entonces le contesto: 'de viaje'. Y me responde el
hermano “Roma”: '¿De viaje y la borrica en la puerta?' Pues esto es que
le ha pasado algo y no bueno”.
Y al poco rato fue cuando llegué yo.
Y de esta forma terminó este
pasaje verdadero y triste de mi vida de
aquellos malos tiempos del estraparlo.[1]
[1] Remito a los seguidores de estas memorias
a la entrada en este blog con el título “A vender
harina”, publicado en 2013. Trabajo que
dediqué a mi padre en febrero
de 1991 con motivo
de su 78º cumpleaños. Surgió la idea espontáneamente al leer una de las anotaciones de su libreta, que venía haciendo
porque yo le animaba a escribir historias de su vida dignas de recordar. Le
gustó mucho y siempre decía que se
emocionaba al leerlo. A tal extremo llegó, que
varios años después vi cómo reprodujo varias veces esta composición en otra libretilla atribuyéndola a sí mismo.
©Fabián Castillo Molina
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