Memorias y vivencias de
Emilio Castillo Ramírez
Capítulo cuarto:
La Guerra Civil (II)
Trincheras, alambradas, combate, muerte, pueblos destruidos y abandonados.
LA SALIDA A LA GUERRA
Mi
salida para la guerra fue cuando pidieron mi quinta, la
del 34, ya que la guerra llevaba más de un año porque
fue en junio del 37 cuando nos llamaron y no tuve más remedio que irme
a ella. Tenía yo por entonces 24 años. Mis padres se quedaron solos sin
recursos ni salud. Mi padre estaba enfermo y no podía trabajar, como ya dije
anteriormente. Gracias que pronto empezaron a pagarnos. Casi todo lo que yo ganaba, que eran 10 pesetas de jornal, se lo iba
mandando todos los meses a mis padres para que pudieran comer y también para pagarle a un hombre ya de
50 años que pudieron tener trabajando, haciendo las faenas del campo hasta
que yo volví.
Primero nos llevaron a Cuenca y desde allí, cumplidos unos trámites, nos llevaron a Aranjuez. Recuerdo lo que vi al llegar al
cuartel, en una especie de “corralete" que tenían: fue un montón de patas de mula, de la carne
que estaban comiendo los soldados. Entonces yo vi a un amigo mío allí, que estaba comiendo y dije "voy a catar ahora mismo la mula", y probé
la
carne y no estaba mala la mula, estaba buena. Luego nos salimos por allí… igual que un ganau, por allí a la sombra de los árboles, y un muchacho del Provencio, que se echó a bañarse al río Tajo que pasa por Aranjuez, pues se cruzó
el río para el lao contrario y luego
al regresar, pues se ahogó el muchacho.Y ainas si lo encuentran…
lo
encontraron al… día siguiente o más. Con barcas estuvieron por allí
vigilándolo todo, y… al fin lo encontraron.
EN
LOS FRENTES DE PEÑA GRANDE, LAS ROZAS, ARAVACA Y EL
PARDO
Estuvimos allí en Aranjuez unos cuantos días y, después, cuando hicimos la instrucción, nos sacaron para Peña Grande. Allí
formaron una compañía con hombres que teníamos 24 y 25 años. La
compañía era de fortificaciones y desde Peña Grande, que allí teníamos la comandancia que así se llamaba. Desde allí íbamos a trabajar al Pardo. Mi compañía la llamaban de
ingenieros y se encargaba de hacer trincheras y de poner alambradas y otros
trabajos.
El capitán se llamaba Francisco Camarena
Montero y el teniente de mi sección se llamaba o le decíamos el Teniente Cabal. También hicimos algunos puentes allí
en el monte del
Pardo para que pasaran los tanques, esto lo hacíamos de noche y de madrugada nos
íbamos a
dormir a Peña Grande.
Nemesio
Pacheco Jiménez, el padre de Marino el carretero, que fue alcalde de Pedroñeras en
1936, se fue a la
112 Brigada con bastantes hombres de aquí del pueblo, lo hicieron capitán de esa
brigada y creo que estuvo toda la guerra allí, en El Pardo.
La primera vez que salimos al frente los reclutas de la quinta del año
1934, donde estaban las líneas de fuego, fue en el cementerio de Aravaca allá por
el año 1937, para el mes de junio, lo cual ya comenzamos a pasar
miedo. Una noche fuimos a hacer trincheras, pero apenas comenzamos a trabajar y
hacer un poco de ruido nos tiraron una bengala la aire que la noche la dejaron
como si fuera de día y nos dijeron los enemigos: "¡Ay, “rojillos", que poco
os va!" Nos tiraron una pequeña bomba de
mano, y estuvo muy poco de matar a alguno de nuestros compañeros, que por
cierto a los hermanos Descalzos, José María y Marcos, los hirieron de poca gravedad y todos los demás salimos
corriendo porque nosotros no teníamos más que los picos y las palas; tuvimos
que dejarnos todas la herramientas y después volver a por ellas, pero ya no
trabajamos más aquella noche y el enemigo estuvo muy tranquilo.
Más tarde, cerca de Las Rozas,
estuvimos haciendo unos nidos de ametralladoras, mientras los obuses pasaban
por lo alto de nosotros hacia Madrid, y en la línea de ametralladoras tirando a
nosotros y diciéndonos “rojillos, no hagáis tanto ruido que os vamos a tirar un
poco más”.
Me acuerdo de otro
caso que nos pasó en la Cuesta las Perdices al sur
del Hipódromo del Pardo. Resulta que los jefes de aquel sector nos tenían hincha y envidia a nuestros jefes y a todos nosotros y a causa de
eso un día se armó
un combate de mil demonios en pleno día; nuestro “fusileros" quisieron coger
la cota de donde estaba el enemigo y los atacaron y los echaron afuera de las
trincheras de donde estaban metidos, y entonces fue cuando mis compañeros de
fortificación tuvieron que salir a renovar las trincheras donde había estado el enemigo, pero por casualidad no mataron a ninguno, solo
unos cuantos heridos. Yo estaba entonces en el hospital Castellana 32.
Estaba un poco enfermo y me libré de aquel combate que no fue poco. En aquellos días
pensé en escribir un periódico mural que así se llamaban, y lo pusimos en un tablón
de anuncios muy grande para que todo el que quisiera hiciera igual. Se trataba de escribir algo sobre la situación
que atravesábamos. En ese periódico expresé yo los datos primeros del comienzo
de la contienda y por lo que luchábamos en dicha
guerra. Pues escribí entre otras cosas que en esta guerra civil luchábamos por la libertad y el bienestar de todos los españoles y contra el fascismo. Lo cual los jefes y muchos compañeros me
felicitaron con mucho cariño y lealtad.
En nuestro trabajo hacíamos los nidos
de ametralladoras o fortines, como así se llamaban; eran de la forma de las
tortugas; les hacíamos unas troneras para que los fusilemos pudieran tirar por
allí al enemigo. También poníamos alambradas, y este trabajo consistía en
hincar las piquetas, dos hileras formando como una calle. A la primera le poníamos
tres líneas de alambre con pinchos, luego a la segunda hilera igual y en medio
de las dos se colocaban unos alambres formando equis y todo se quedaba hecho
una pieza. Por Puerta de Hierro también pusimos algunas alambradas. Esas eran
de otra forma, se llamaban de caballete. Allí nos pillaba muy cerca de donde
dormíamos porque estábamos en el Hipódromo del Pardo. Como dije, la comandancia
estaba en Peña Grande y allí dormíamos al principio pero después ya empezamos a
quedarnos allí 15 días y otros 15 en Peña
Grande; cuando estábamos de descanso nos íbamos a Madrid si queríamos. A veces íbamos
a los teatros y al cine también, pero en muchas ocasiones teníamos que correr
porque los obuses nos comían ya dentro de la ciudad.
NOS TRASLADAN AL FRENTE DE
VALENCIA Y CASTELLÓN.
Después
de estar aquí en este sitio un año o más,
nos trasladaron para el frente de Valencia y Castellón,
que también lo pasamos malamente. Esto creo que fue ya en el 39. Desde cerca de Valencia tuvimos que ir a la
Sierra de Espadán que pertenece a Castellón que allí estaban
las líneas, y tuvimos que ir andando, una larga caminata hasta llegar. La
primera noche tuvimos que dormir en el suelo como las liebres y a otro día
ya hicimos nuestras chabolas; cada dos o tres compañeros
nos juntábamos y preparábamos una. Esas eran nuestras casas
para dormir y a trabajar a otro día como en el frente
de Madrid.
Una vez hicimos una retirada en un pueblo llamado
Alfondeguilla que estaba abandonado, toda la gente que vivía allí se había ido. Por
cierto, recuerdo que vimos a un militar que venía herido, con una mano medio
cortada, colgando, pero no pudimos hacerle nada, se fue para el botiquín donde estábamos atrás. Pues ya
entre dos cerros tuvimos que acampar y por cierto pasaron por entre nosotros
familias que venían
de retirada: viejos, chicos, mujeres y de todos con lo que pudieron sacar de
sus casas de otro pueblo llamado Choba, que lo cogieron los fascistas. Esta
gente fue a reportarse a unas cuevas que
había
más para atrás fuera del
peligro, nosotros después
tuvimos que ir un poco para adelante a preparar parapetos a los “fusileros"
que también
venían
de retirada, lo cual se vieron muy mal, porque la artillería nuestra
dejaba el tiro corto y murió algún soldado
nuestro. Después
a nosotros nos mudaron más
para la retaguardia a un olivar cerca de Sagunto y del Castillo de Castro,
pegando a otro pueblo que se llamaba Almenara. Estuvimos haciendo un refugio
que ya estaba casi terminado en ese pueblo.
Después
de todo tuve suerte que no me mandaron de compañía, porque hubo muchos que los mandaron a “fusilería"
y ahí ya estaban peor y con más peligro, porque tenían
que estar permanentes dentro de la trinchera, y nosotros al dejar el trabajo
nos íbamos a la retaguardia a dormir a nuestras chabolas. Sin embargo,
recuerdo una vez que estábamos de descanso en otro pueblo
llamado Alfara de Algimia, pegando al
río Turia, provincia de Valencia y fuimos a bañarnos,
faltó poco para ahogarme; gracias a un amigo de Olivares del Júcar
que se llamaba Julián Guijarro que me dio la mano, si no,
me ahogo aquel día. Pues el muchacho ya me vio
un poco nervioso, que no podía vencer la corriente del río
que formaba una especie de remolino muy aproximada a la orilla y él
se acercó y consiguió alcanzarme. Gracias que tuve esa suerte,
porque más abajo había un “chabanco”
de agua de tres metros de profundidad. La brigada a la que pertenecíamos
era la 48 Brigada Mixta, Compañía
de Ingenieros del primer cuerpo del Centro, así se
llamaba.
SE
APROXIMA EL FINAL DE LA GUERRA
En aquellos días
ya oímos
en la radio que la guerra estaba a punto de terminar y el día 27 de
marzo del 39 tuvimos una orden de formar, porque el General Menéndez reunía una
brigada de cuatro mil hombres cerca de donde estábamos para hablarnos de la situación por la
que atravesábamos,
lo cual allí en
un escampao nos juntamos todos en formación.
Hicieron una tribuna y desde allí
nos habló y
nos dijo: “Compañeros y
soldados todos: Nos reunimos aquí para comunicaros que la
guerra está a
punto de terminar. Creo que todos estaréis deseando que termine y yo también lo deseo”. Y en
aquellos mismos momentos se presentaron tres aviones del enemigo lo cual de
momento nos asustó.
Gracias que teníamos
nosotros los cañones
antiaéreos ya
preparados, se liaron a dispararles y huyeron rápido. Y ese mismo día 27, ya oímos también por la
radio que la cosa iba ligera y al día
siguiente la cosa se declaraba cada vez más. Al día siguiente 29 me fui yo a por agua
con un carro a Valdeusó (Val
de Uxó)
que estaba muy cerca, que por cierto, se vino un teniente conmigo hasta salir
al camino y se abajó del
carro; yo seguí adelante y él
se fue como paseando hacia Valencia y cuando volví al campamento ya estaban todos los
compañeros
cantando y bailando porque ya se oyó
que la guerra había
terminado, pero el teniente no apareció por allí más.
Valdeusó era
un pueblo rico y estaba abandonado totalmente. Allí íbamos a por materiales de terrazas
y todo lo que pescábamos
para hacer unas oficinas para el puesto de mando. Allí entre dos cerros también había una
industria muy importante que se conocía como “la fábrica de Segarra". Era de
calzados y trabajaban 4.000 mujeres según decían, pues quedó totalmente
derrumbada por las bombas. De esta fábrica
nos llevamos la teja y las maderas porque todo estaba hundido. También nos
llevamos los aceites de las maquinarias, la que no se había
destrozado; con esos aceites nos alumbrábamos de noche con un candil que
teníamos
en las chabolas. Naranjas tampoco nos faltaban porque había muchas,
todo el campo era naranjos y limones que también hacían falta. También me
acuerdo que cogimos una saca de harina y con la harina hacíamos buñuelos y
estaban muy buenos. El aceite de oliva lo cogíamos de Choba, pueblo que menté antes que
estaba hundido. Esto era lamentable, pueblos ricos y todo destruido.
POR FIN LLEGA EL ÚLTIMO DÍA
El día 30 de
marzo por la mañana,
ya el capitán
se nos declaró del
todo y nos dijo: “muchachos,
la guerra ha terminado, podéis
iros cara uno por donde pueda” y
eso hicimos. Esa misma mañana,
salimos tres amigos, uno de El Provencio, otro de Villaescusa y yo para un
pueblo de Valencia llamado Bétera,
lo cual cuando llegamos los trenes estaban
repletos de personal, pero por fin pudimos subir hasta Valencia. Ya llegamos a
Valencia y lo primero que vimos fue a un guardia civil y un cura que estaban
reunidos con mucha gente: el guardia subido encima de un coche negro, pero encima de la capota; pensamos que se
metería
con nosotros pero no nos dijo nada, ni él ni nadie dos dijo una palabra.
Nos fuimos para la estación
y también
estaba todo recalcao de gente y
los trenes lo mismo. Por fin logramos subir a uno que casi no cogíamos;
subimos los tres amigos, el del Provencio, el de Villaescusa, que era el
sargento, y yo.
EL REGRESO
CADA UNO A SU PUEBLO
El día
30 o el 31 (que a veces se me juntan los días) salimos de Valencia en el tren
para Albacete y nos echaron fuera del tren, nos fuimos a la carretera y gracias
que había
guardias de asalto que les decían
a los policías
y resulta que eran del ejército
nuestro, republicano; tuvimos suerte, veníamos con mucho miedo pero no pasó nada
especial. En el tren llegamos a Socuéllamos. Tenía
el de Villaescusa una hermana casada que vivía allí, y en su casa dormimos esa
noche, lo cual que se portaron con
nosotros perfectamente bien. Nunca lo he olvidado.
A otro día
que era el 1 de abril salimos para el pueblo con un carro y una mula de su cuñado de Juan
Manuel, el de Villaescusa, y al llegar a Las Mesas, ellos tiraron para su pueblo
y nosotros, el provinciano para el suyo y yo para el mío. Los tres
nos despidos con un abrazo. Así que
llegué a
casa de mis padres el día 1 de
abril de aquel año
1939.
Y esta es la vida que tuve,
lo que he recordado desde que comenzó
la guerra hasta que terminó.
©Fabián Castillo Molina
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