Memorias y vivencias de
Emilio Castillo Ramírez
Capítulo V:
La posguerra. (I)
Hambre, humillaciones y represión
La vuelta al hogar
Volver a casa después de la guerra sano y salvo en general se
consideraba haber tenido suerte, aun siendo del bando de los perdedores. Mis
padres se alegraron mucho y yo también, pero mi
hermano Ángel no volvió
todavía. Mi padre había empeorado de su enfermedad y en la casa no había una perra, estaba todo
limpio, no había ni con qué encender, como se suele decir, así que tuve que pensar algo
para poder mantener a mis padres y a mí mismo.
Ya en aquellos trances, además de que no había para comer, unos terminaban en la cárcel y otros hartos de palos solo por
ser de izquierdas. Comenzaron a
detener y meter en la cárcel a todo
el que se había metido un poco en política. Por ejemplo,
recuerdo que Nicolás Molina Pérez, con quien tuve buena
amistad y sé que era buena
persona ( y que, además, pocos años después sería mi cuñado), lo
encerraron en la cárcel apenas vino de la guerra como a muchos más, solo por haber estado en el comité local; es verdad que el comité era lo que más fuerza tenía y entre otros cometidos, los miembros de este debían encargarse
requisar todos los capitales para ponerlos a disposición de los trabajadores o campesinos para que tuvieran
trabajo y medios de vida.
Pues Nicolás
estuvo 14 meses condenado a pena de muerte. que le fue conmutada por trabajos
forzados que cumplió durante
10 años;
esto sin haber intervenido en ninguna
muerte. Solo por haber pertenecido al comité.
También
recuerdo que todos los domingos había
que ir a misa. Si te ibas al campo te denunciaban o te volvían a tu
casa. En algunas ocasiones solo por el
hecho de ser de “los
rojos” podías verte
obligado a saludar mano en alto al estilo “Ave Cesar”. Todo esto duró bastante
tiempo y era muy triste. Ojalá y no veamos otra guerra más en la
vida.
Al terminar la guerra los falangistas eran los que más molestaban a sus paisanos. ¿Y quiénes eran estos que molestaban? Por regla general los más
desgraciados. Los caciques los tenían de correveidiles para que les llevaran las
noticias y “bacinás" de lo que pasaba y les “chivaran" quiénes era de
izquierdas y había
que castigar. Los alcaldes ni gente de más cultura no molestaban a la gente tanto si eran de
izquierdas como si no.
Dificultades
para poder malcomer
Poder comer entonces no era fácil, y no solamente comer. Pero como suele ocurrir,
por mal que esté la situación siempre hay
quien tiene de sobra y procura no quedarse
sin nada. El que tenía harina hacía tortas y panes,
aunque los tuviera que cocer en la lumbre, medio a
escondidas,
debajo de una caldereta que hacía las veces de pequeño horno. En las casas con leña había lumbre y
brasas grandes y salía un pan y
tortas muy buenos. Esto lo hacían a excuso del gobierno y de las gentes, porque había
tanta hambre que no se podía
ir a cocer así a las claras,
porque, al hacerlo, ya se daba a conocer que tenías harina y, si te pillaban, te quitaban lo que tuvieras, aunque fuera
de tu cosecha, de lo poco que hubieras cogido con tus trabajos.
Buscando ayuda en El Provencio
Pues
el mismo mes de abril de aquel mismo año me
entero que en El Provencio hay un señor con buenos
sentimientos llamado Antonio Sahuquillo, que por cierto era de izquierdas y no
le habían
molestado todavía. Se dijo que daba dinero a casi todas las personas que le pedían, con muy poco rédito, al
2%; al parecer tenía un yerno director de una sucursal de
un banco y le facilitaba todo lo que quería para favorecer a los pobres y, al remate, al cabo
de unos meses lo detuvieron y lo metieron en la cárcel, pero antes de encerrarlo socorrió a parte del
Provencio, Las Mesas y Pedroñeras;
porque casi toda la gente humilde estaba arruinada y no tenía ni para comer pan; como ya dije anteriormente, el dinero que había en circulación, como era de la república, el nuevo régimen anuló su valor y solamente daban un recibo
al que lo entregaba pero luego nunca se llegó a hacer efectivo.
Busco a un vecino, casado, sin recursos, como nosotros y le digo: "¿quieres que
vayamos al Provencio a pedir ayuda a este hombre que dicen que la da?; y me
dice: "mañana
mismo". Este vecino y compañero
se llamaba Damián
“Lardillo”,
ya era de edad avanzada y no tenía familia (hijos). Nos fuimos a San Clemente por el
camino del Santiaguillo andando y sin merienda, con el propósito de hablar con él. Este buen hombre estaba
viudo y no quería
estar solo, por tanto vivía
con una hija. Ya llegamos a su casa y le contamos lo que nos pasaba, que no teníamos dinero ni para comprar el pan y
veníamos
a ver si nos podía
socorrer. Nos dijo: "sí, os voy a socorrer; ¿cuanto necesitáis cada uno?; y le dijimos: "mil pesetas".
Total, nos coge nombres y apellidos y demás datos de lo que teníamos en el campo y la caseja. Nos dice: "vosotros tranquilos, dentro
de dos o tres días
tenéis
el dinero". Y no falló,
a los dos días
nos manda recado y nos dice: "podéis venir ya a por el dinero que me pedisteis". Total, cuando llegamos nos dice: "aquí tenéis los cuartos, tomarlos, queridos". Nos dio una alegría enorme.
Ya con aquellos dineros pudimos ir
pasando, aunque no era muy bien aquel mes de abril y parte de mayo. Desde aquel mismo día pudimos comer pan
de cebada y nos estaba muy bueno, nos parecía bizcocho, porque
el que nos daban con el racionamiento era como una harinosa de grande, era de maíz y pequeño.
Pues llegó el mes de junio y los recursos se iban apurando
bastante hasta que se agotaron. Y ¿qué
tuve que hacer? Volver otra vez a
pasar otra poca vergüenza y pedir de nuevo otras mil pesetas, y esa buena
persona volvió
a socorrernos con la misma cantidad; y
con aquellas mil pesetas pudimos llegar al agosto.
Ya, como es natural, en el agosto, comenzó a haber trabajo y pude ir ganando para el sustento
de los viejos y el mío. Por fin
se recogían las
cosechas, aunque aquel año fue muy mala porque no quiso llover por desgracia. Gracias que entre medio viejos, chicos
y chicas de media edad, se pudo recoger lo poco que había sembrado.
Lo peor fue que lo que había sembrado estaba en las tierras de los ricos, y al acabar la guerra
casi a todos les quitaron lo que tenían sembrado,
porque estaba en las tierras requisadas por el comité
para que las trabajaran.
A pesar de todo, tenía sembrado mi padre una fanega de cebada gracias al
hombre que tuvo trabajando mientras yo estuve fuera, y gracias a
eso, pues pudimos de momento comenzar a comer de lo nuestro. Apenas se puso
la cebada de segar, mi hermana Cirila, su marido Jacinto
y yo fuimos a segarla y no fue con mucho pan, no se nos caían las migas de la boca, pues recuerdo que comimos
unas gachas que pudimos guisar, pero sin aceite y pan ni verlo. Gracias a la edad que teníamos los tres, la juventud todo lo aguanta.
Al pasarse unos días pudimos traer la cebada a la era para que se secara bien. Apenas se
secaron unos haces fuimos a machacarlos para sacar el grano y poder llevarlo a
moler al molino, y con la harina poder hacer tortas, como así
lo hicimos. La situación era muy dura para los pobres y, algunos entocinaus como se
llamaba a los que sin ser ricos vivían bien con
tierras y dos pares de mulas, también las pasaron canutas, que yo conozco a algunos que todavía viven y lo podrían contar.
Pues luego llegó la vendimia y
tuvimos suerte, con la uva nuestra que cogimos fuimos a pagarle, porque
Sahuquillo tenía
una bodega y admitió
la uva como pago y así quedamos
en paz y todos contentos.
[1] Debemos
recordar que se llamaba “el agosto” a todo el tiempo que duraba la recolección, que abarcaba los meses de julio y agosto.
©Fabián Castillo Molina
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