Memorias y vivencias de Emilio Castillo Ramírez (5): La posguerra (1) | Las Pedroñeras

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sábado, 14 de febrero de 2015

Memorias y vivencias de Emilio Castillo Ramírez (5): La posguerra (1)



Memorias y vivencias de

Emilio Castillo Ramírez

Capítulo V:

La posguerra. (I)

Hambre, humillaciones y represión


La vuelta al hogar

Volver a casa después de la guerra sano y salvo en general se consideraba haber tenido suerte, aun siendo del bando de los perdedores. Mis padres se alegraron mucho y yo también, pero mi hermano Ángel no volvió todavía. Mi padre había empeorado de su enfermedad y en la casa no había una perra, estaba todo limpio, no había ni con qué encender, como se suele decir, así que tuve que pensar algo para poder mantener a mis padres y a mí mismo.


Ya en aquellos trances, además de que no había para comer, unos terminaban en la cárcel y otros hartos de palos solo por ser de izquierdas. Comenzaron a  detener y meter en la cárcel a todo el que se había metido un poco en política.  Por ejemplo, recuerdo que Nicolás Molina Pérez, con  quien tuve buena amistad y sé que era buena persona ( y que, además, pocos años después sería mi cuñado),  lo encerraron en la cárcel apenas vino de la guerra como a muchos más, solo por haber estado en el comité local; es verdad que el comité era lo que más fuerza tenía y entre otros cometidos, los miembros de este debían encargarse requisar todos los capitales para ponerlos a disposición de los trabajadores o campesinos para que tuvieran trabajo y medios de vida.

Pues Nicolás estuvo 14 meses condenado a pena de muerte. que le fue conmutada por trabajos forzados que cumplió durante 10 años; esto  sin haber intervenido en ninguna muerte. Solo por haber pertenecido al comité.

También recuerdo que todos los domingos había que ir a misa. Si te ibas al campo te denunciaban o te volvían a tu casa. En algunas ocasiones solo por el hecho de ser de los rojos” podías verte obligado a saludar mano en alto al estilo Ave Cesar. Todo esto duró bastante tiempo  y era  muy triste. Ojalá y no veamos otra guerra más en la vida.

Al terminar la guerra los falangistas eran los que más molestaban a sus paisanos. ¿Y quiénes eran estos que molestaban? Por regla general los más desgraciados. Los caciques los tenían de correveidiles para que les llevaran las noticias y bacinás" de lo que pasaba y les chivaran" quiénes era de izquierdas y había que castigar. Los alcaldes ni gente de más cultura no molestaban a la gente tanto si eran de izquierdas como si no.


Dificultades para poder malcomer

Poder comer entonces no era fácil, y no solamente comer.  Pero como suele ocurrir,  por mal que esté la situación siempre hay quien tiene de sobra  y procura no quedarse sin nada. El que tenía harina hacía tortas y panes, aunque los tuviera que cocer en la lumbre, medio a escondidas, debajo de una caldereta que hacía las veces de pequeño horno. En las casas con leña había lumbre y brasas grandes y salía un pan y tortas muy buenos. Esto lo hacían a excuso del gobierno y de las gentes, porque había tanta hambre que no se podía ir a cocer así a las claras, porque, al hacerlo, ya se daba a conocer que tenías harina y, si te pillaban, te quitaban lo que tuvieras, aunque fuera de tu cosecha, de lo poco que hubieras cogido con tus trabajos.


 Buscando ayuda en El Provencio

Pues el mismo mes de abril de aquel  mismo año me entero que en El Provencio hay un señor con buenos sentimientos llamado Antonio Sahuquillo, que por cierto era de izquierdas y no le habían molestado todavía. Se dijo que daba dinero a casi todas las personas que le pedían, con muy poco rédito, al 2%; al parecer tenía un yerno director de una sucursal de un banco y le facilitaba todo lo que quería para favorecer a los pobres y, al remate, al cabo de unos meses lo detuvieron y lo metieron en la cárcel, pero antes de encerrarlo socorrió a parte del Provencio, Las Mesas y Pedroñeras; porque casi toda la gente humilde estaba arruinada y no tenía ni para comer pan; como ya dije anteriormente, el dinero que había en circulación, como era de la república, el nuevo régimen anuló su valor y solamente daban un recibo al que lo entregaba pero luego nunca se llegó a hacer efectivo. 

Busco a un vecino, casado, sin recursos, como nosotros y le digo: "¿quieres que vayamos al Provencio a pedir ayuda a este hombre que dicen que la da?; y me dice: "mañana mismo". Este vecino y compañero se llamaba Damián Lardillo,  ya era de edad avanzada y no tenía familia (hijos). Nos fuimos a  San Clemente por el camino del Santiaguillo andando y sin merienda, con el propósito de hablar con él. Este buen hombre estaba viudo y no quería estar solo, por tanto vivía con una hija. Ya llegamos a su casa y le contamos lo que nos pasaba, que no teníamos dinero ni para comprar el pan y veníamos a ver si nos podía socorrer. Nos dijo: "sí, os voy a socorrer; ¿cuanto necesitáis cada uno?; y le dijimos: "mil pesetas". Total, nos coge nombres y apellidos y demás datos de lo que teníamos en el campo y la caseja. Nos dice: "vosotros tranquilos, dentro de dos o tres días tenéis el dinero". Y no falló, a los dos días nos manda recado y nos dice: "podéis venir ya a por el dinero que me pedisteis". Total, cuando llegamos nos dice: "aquí tenéis los cuartos, tomarlos, queridos". Nos dio una alegría enorme.

Ya con aquellos dineros pudimos ir pasando, aunque no era muy bien aquel mes de abril y parte de mayo. Desde aquel mismo día pudimos comer pan de cebada y nos estaba muy bueno, nos parecía bizcocho, porque el que nos daban con el racionamiento era como una harinosa de grande, era de maíz y pequeño.

Pues llegó el mes de junio y los recursos se iban apurando bastante hasta que se agotaron. Y ¿qué tuve que hacer? Volver otra vez a pasar otra poca vergüenza y pedir de nuevo otras mil pesetas, y esa buena persona volvió a socorrernos con la misma cantidad; y con aquellas mil pesetas pudimos llegar al agosto.


 Un respiro en el agosto[1]

Ya, como es natural,  en el agosto, comenzó a haber trabajo y pude ir ganando para el sustento de los viejos y el mío. Por fin se recogían las cosechas, aunque aquel año fue muy mala porque no quiso llover por desgracia. Gracias que entre medio viejos, chicos y chicas de media edad, se pudo recoger lo poco que había sembrado. Lo peor fue que lo que había sembrado estaba en las tierras de los ricos, y al acabar la guerra casi a todos les quitaron lo que tenían sembrado, porque estaba en las tierras requisadas por el comité para que las trabajaran. A pesar de todo, tenía sembrado mi padre una fanega de cebada gracias al hombre que tuvo trabajando mientras yo estuve fuera,  y gracias a eso, pues pudimos de momento comenzar a comer de lo nuestro. Apenas se puso la cebada de segar, mi hermana Cirila, su marido Jacinto y yo fuimos a segarla y no fue con mucho pan, no se nos caían las migas de la boca, pues recuerdo que comimos unas gachas que pudimos guisar, pero sin aceite y pan ni verlo. Gracias a la edad que teníamos los tres, la juventud todo lo aguanta.

Al pasarse unos días pudimos traer la cebada a la era para que se secara bien. Apenas se secaron unos haces fuimos a machacarlos para sacar el grano y poder llevarlo a moler al molino, y con la harina poder hacer tortas, como así lo hicimos. La situación era muy dura para los pobres y, algunos entocinaus como se llamaba a los que sin ser ricos vivían bien con tierras y dos pares de mulas,  también las pasaron canutas,  que yo conozco a algunos que todavía viven y lo podrían contar.

Pues  luego llegó la vendimia y  tuvimos suerte, con la uva nuestra que cogimos fuimos a pagarle, porque Sahuquillo tenía una bodega y admitió la uva como pago y así quedamos en paz y todos contentos.




[1] Debemos recordar que se llamaba el agosto a todo el tiempo que duraba la recolección, que abarcaba los meses de julio y agosto.
©Fabián Castillo Molina


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