por Fabián Castillo Molina
Por la calle Fray Luis de León y por la cuesta del Santo Sepulcro que comunica dicha calle con la de Montejano, podías encontrarte en cualquier momento con un hombre pedroñero, alto, corpulento, pero fibroso, de mediana edad, montado sobre su vieja bicicleta negra, con la mocha en el portaequipajes atada firmemente con una tomiza. Después, si lo seguíamos, podíamos comprobar por otras calles asfaltadas o no, que recorría el pueblo, pero sin salirse de sus límites. No solía verse por los caminos ni por el campo. Más de una vez pudo verse bajar la Cuesta de los Palos a gran velocidad sobre su bici con los brazos abiertos y el largo abrigo gris al viento en pleno mes de agosto. No voceaba, ni se le veía hablar con nadie. A veces se le veía ensimismado, con las manos grandes y firmes agarradas al manillar y hablando entre dientes con el otro, con el que nadie ve.
Cuentan que un día, acabada la guerra se llevaron al padre a un campo de trabajos forzados que había en Tánger. Nadie volvió a verlo ni se supo que había sido de él. El hijo, entonces niño, fue creciendo sin padre. Años después estuvo considerado como uno de los mejores cavaores del lugar, ahoyaores que con su fuerza natural y su mocha o azaón eran capaces de levantar hasta el blandar, una y otra vez haciendo hoyos para poner la planta de la que luego sería una gran viña. Este hombre, vivió siempre con su madre y se fue haciendo poco a poco un hombre solitario, trabajando de vez en cuando como jornalero. No discutía con nadie pero tampoco se le conocían amigos. A los bailes y bares pocas veces se le vio que acudiera. Tampoco era de procesión ni fútbol. Su pensamiento es un misterio y su vida un enigma. ¿Por qué encontró en la bicicleta tan buena compañía? ¿Por qué la mocha siempre amarrada atrás con la misma cordeta y sin que nadie pudiera afirmar: "Hoy lo he visto yo de estar cavando en Las Hoyuelas"?
¿Qué razones le llevaron a tal aislamiento? ¿Por qué casi nunca salía del pueblo, a pesar de andar incesante de un lado para otro? ¿Sentía la libertad? ¿Era realmente libre? ¿Podría comunicarse con su mocha como lo hacía el personaje de Julián Escudero Picazo con su azaón? ¿Sería esa la razón por la que no se separaba de su mocha y su bicicleta?
El azaón es una herramienta variante de la mocha, de mayor peso y con peto, en masculino, para hombres fuertes que tenían como oficio el de cavaores de vegas o ahoyaores y levantadores de blandar. Hombres de Pedroñeras.
Veamos a continuación un fragmento de lo dicho por el protagonista de "El azaón", poesía de Julián Escudero Picazo, escrita hace ya casi un siglo, en la que un paisano pedroñero dialoga con la herramienta con la que se gana la vida, como si fuera su mejor amigo o hermano; herramienta a la que hasta ha puesto nombre de persona; Sidoro lo llama:
El azaón
(Fragmentos)
Amos, querido, dispierta
y espatárrate en mi hombro,
qu´hay qu´ir a dar la peoná
mu largo y a pata: ¡solos!
¡La peoná! ¡Qué diferiencia
entre dala en lo del prójimo
y echala´n la tierra d´uno!
¡En lo d´uno! ¡En lo qu´es propio!
——————
¡La peoná!… ¿Te s´ha´olvidao,
azaón güeno, azaón lustroso,
lo rebién qu´íbamos a una
en las echás pa nusotros?
Antes de ves´en el tajo,
el tajo cavao tan hondo
como si fuá sacao suelo…
¡Bien t´acuerdas, güen Sidoro,
de lo qu´estonces hacías,
por qué l´hacías y cómo!
Yo, que m´agarrab´a ti
haciéndom´un arco´l lomo
y apretándot´hasta ver
que los surcos eran pozos;
tú, c´al meter en la tierra
toa tu pala, diquia´l ojo,
me dabas sudor contino
hasta ser mi cuerp´un chorro;
yo qu´empapao, doblaíco,
apretab´ hasta los morros
pa esgramar del tó los surcos
de punt´a cabo y en to´l hondo;
tú, que salías del tajo
tan relucio, tan ansioso…
————————
¡Y qué lloreras d´infamia
¡ y qué pataletas d´odio
cuando´l que pue pagar bien
da jornales de roñoso
a quien debiera tratale
com´amigo, como socio,
porque le da su trabajo,
por el qu´él, amo, está ocioso!
[…]
Y termina así:
¿Estás conforme, azaón?
—Conforme, síi. ¿Qu´ic´el otro?
Luego continúa con la segunda parte titulada “LO QU´EL OTRO ICE”
Pero, tanto de completar la primera parte como del desarrollo íntegro de la segunda, se encarga el libro Rusticidaes Manchegas, que algún día podremos ver reeditado.
La poesía de la que hemos extraído estos fragmentos es larga pero intensa, (hasta tiene segunda parte) digna de ser leída, releída y apreciada en todo su valor. Un documento único que entra a fondo en lo más profundo del ser humano humilde y limpio de corrupción, que se gana la vida trabajando sin contaminar, teniendo como vehículo de transportes el tren de canillas, porque va a pie a su trabajo día tras día. Un hombre que no explota a ningún animal para que haga el trabajo duro por él. Un hombre que se vale de su azaón para ganarse la vida y le sirve de compañía, lo lleva consigo toda la jornada y habla con él con la mayor naturalidad y confianza.
Un trabajo escrito que ya se aproxima a los cien años y que se mantiene tan vivo como cuando la compuso su autor basándose en un cavaor pedroñero.
Libros de Fabián Castillo Molina:
Al pueblo (poesía) y La Culpa (novela)
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