Si os dais cuenta, poco mijo se ve ya sembrado en los campos pedroñeros, lo cual, lamentablemente, no se debe a otra cosa que a la pérdida de su funcionalidad. El mijo, si recordáis, se veía sembrado en regueras, en los extremos de los melonares y entre una suerte y otra de los azafranales. Esta labor de siembra se hacía para el mes de mayo y a golpe, es decir, depositando los granos que servían de semilla en cada hoyete efectuado en la tierra.
Para eso del otoño el mijo ya se podía cortar. Una vez cogido se ordeñaba el grano (alguno lo hacían también con un peine viejo), que servía para alimento de las borricas. El resto de la planta se aprovechaba para hacer escobas. Esas escobas que, poco a poco, van dejando de hacerse manualmente en las casas de manera artesanal.
También, como sabéis, existían otras plantas silvestres de las que por estas tierras nos hemos servido para la fabricación casera de escobas. Yo recuerdo escobas elaboradas con tamarillas, con salcejo, con cabezuela amarga o con alambrillo. La escoba hecha de alambrillo se usaba para abalear el pez del cereal después de ablentado, según me cuentan. También las había hechas de la planta llamada pelillo, que se utilizaban frecuentemente para barrer lo más "fino" la casa: el suelo de los dormitorios o el polvo de las paredes, a modo de zorros. La escoba de pelillo, ya gastada, era frecuente que sirviese para barrer la ceniza de la lumbre. El pelillo nacía y solía cogerse en las zonas de San Blas y el Carrascoso, un poco más adelante. Algunos de estos tipos de escoba conservo también en una parte de mi museo. Hay que hacerlo.
Y luego estaba el escobón, más alto, que se fabricaba con paja de trigo y al que se le solía hacer un asa característica en el extremo.
Ángel Carrasco Sotos
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