Todos los veranos lo hago, pero más aún desde que tengo esta cámara digital que seguro no merezco y que me hace unas fotografías de una calidad extraordinaria. Sucede que los atardeceres de agosto desde la huerta el Quico, que es donde solemos pasar parte de la tarde, son sobrecogedores. El sol, antes de ocultarse, y suele hacerlo tras unas nubes que se acercan para acompañarlo y se recueste plácidamente sobre ellas, cobra un color de un anaranjado tan intenso que recuerda a una gran naranja iluminada desde el interior, un gran foco cítrico de una belleza sin igual que le regala a los campos su color, pintándolo de un colorido inédito que, además, la cámara incluso acrecienta y vigoriza. Las fotografías serán más o menos reales, pero es lo que recoge el objetivo sin tocarle a nada (automático y p'alante, ya sabéis). El año pasado me salieron algunas magníficas, pero las de este año se salen, más aún si se admiran en una pantalla de calidad y grande. El sol se esconde allá a lo lejos, para posarse sobre el horizonte en línea, desde donde observamos, con el Monte Raso, con el Nacimiento y la huerta el Presento, que cobra por esta circunstancia una silueta que se erige sobre el llano, ya pedernoseño. Las nubes esta vez no se acercaron, pero fue igualmente magnífico. Fijaos: pinchad sobre las fotos para verlas ampliadas.
ÁCS
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