En mi recién publicado libro, Folclore infantil de Las Pedroñeras (sí, sigo de promoción), que ya muchos estáis disfrutando (gracias de nuevo), recojo también esos juegos de antaño que se perdieron para siempre para el recreo de jóvenes, que de otras cosas se alimentan hoy en día para llenar esta etapa de los años mozos. Valía la pena emplear un tiempo "infinito" en la recopilación y publicación de estos juegos para que las generaciones venideras supiesen a lo que sus padres, abuelos y bisabuelos jugaban, en qué se entretenían de chiquetes (¿cuánto tiempo perdurará aún esta palabra? ¿logrará también el tiempo airado devorarla?).
En fin, uno de estos juegos era el llamado la perrica china, entretenimiento al que dedicaron gran parte de su infancia nuestros mayores y perduró, al menos en los Viveros, que es donde yo me crié hasta, calculo, finales de los años 70 o quizá principios de los 80. Es raro que, cuando he hablado con gente de mi generación de otros barrios, no recuerdan que jugasen a este juego perdido para siempre ahora. Si alguno de mis convecinos de entonces lee esto, podrá certificar que en remolque de "Ginio", que andaba eternamente aparcado en la calle San Antón, jugábamos de vez en cuando a la perrica china. Mi padre me dice que cuando él era niño lo hacían en una galera, ese antiguo carro manchego de cuatro ruedas. Explicaré las sencillas reglas de este juego que hace el número 110 de mi recopilación.
Habiendo echado suertes previamente, un niño "se quedaba" (así lo decíamos nosotros). Esto suponía que debía atrapar a alguno del grupo. Pero sigo explicando. Este niño estaba abajo, mientras el resto lo hacía subido en el remolque. Uno de los de arriba le decía:
-¿Qué quieres?
-Pan y chicha -contestaba el de abajo.
-¿Para cuántos años?
-Para veintiuno.
-Sube al remolque y no dejes ni uno.
Y empezaba el juego de verdad. El de abajo subía al remolquete por donde quería para intentar capturar a alguno del grupo. Estos se bajaban por los laterales y se colgaban de los mismos para avanzar así por los lados. Otro subía de nuevo al remolque cuando el que se quedaba estaba de espaldas. En fin, un remolineo de chiquetes por el remolque que eso era para haberlo grabado en vídeo: porrazos, gritos, correrías... En el remolque parecía que hubiese ocurrido un pequeño terremoto.
Cuando uno era pillado (cogido, atrapado) pues se quedaba y se volvía a jugar volviendo a repetir la retahíla que he escrito arriba. Los más pequeños iban de broza, es decir, que aunque los pillasen no se quedaban, por la sencilla razón de que eran demasiado pequeñajos para luego ellos poder atrapar a un mayor. Es decir, que a lo que iban o íbamos (cuando yo era un enano) de broza no se les hacía demasiado caso pues era aceite perdío el perseguirlos.
Cuando uno era pillado (cogido, atrapado) pues se quedaba y se volvía a jugar volviendo a repetir la retahíla que he escrito arriba. Los más pequeños iban de broza, es decir, que aunque los pillasen no se quedaban, por la sencilla razón de que eran demasiado pequeñajos para luego ellos poder atrapar a un mayor. Es decir, que a lo que iban o íbamos (cuando yo era un enano) de broza no se les hacía demasiado caso pues era aceite perdío el perseguirlos.
En fin, un juego desaparecido con el que nos lo pasábamos gloria bendita si bien había veces que salía alguno maullau por algún golpe contra un lateral o el suelo. Pero como no escarmentábamos con ello, al día siguiente estábamos de nuevo tos pingaos en ese remolque de "Ginio" jugando a la perrica china.
Ah, y no te olvides de este de abajo. Te encantará (y si no es así, te devolvemos los cuartos). Edición limitada, recuerda. Y no digo más.
Ah, y no te olvides de este de abajo. Te encantará (y si no es así, te devolvemos los cuartos). Edición limitada, recuerda. Y no digo más.
Ángel Carrasco Sotos
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