(Foto cedida por Agustina Ramírez (en la foto))
Repasando textos ya publicados en la edición en papel de mi Jardín de curiosidades sobre el ajo, continúo con las antiguas y modernas labores en el cultivo del ajo en Pedroñeras; de modo que, si en entradas anteriores hablamos de la la preparación de la tierra, el esgorolle, la siembra, cavar ajos, la escarda, el espalote y de coger y atar, ahora tendríamos que empezar a hacer las ristras para su posterior venta.
Ya secos, las mujeres se ocupaban de mojarlos para comenzar a hacer las horcas o ristras (mientras los hombres trabajaban ya en los menesteres de las labores de trilla en las eras). Para ello se deshacían los haces, y los ajos quedaban hechos un montón, se mojaban y se tapaban con sacos de arpillera, trapos, costales viejos, etc. Pues no se usaba aún la anea, esta labor de mojar la ricia era fundamental para luego poder hacer la trenza. Al día siguiente ya estaban listos para elaborar con ellos las horcas. Esta labor hoy en día es puramente artesanal.
Las horcas que se iban haciendo con ellos tenían una longitud aproximada de un metro, y constaban de dos filas de cabezas, siendo que se empezaba habitualmente con dos cabezas gordas (pues serían éstas las que quedasen a la vista una vez apiladas la gavillas), y a partir de ellas se iba elaborando una trenza de tres ramales. Bien; una vez terminadas las horcas y haberlas dejado secar, éstas se ataban en gavillas. Cada gavilla se hacía con 24 horcas: cuatro en la base y en altura seis reos o pisos. Las cuatro horcas de abajo se colocaban con las cabezas hacia arriba y el resto con ellas hacia abajo, de modo que todas las cabezas quedaban protegidas y se evitaba así que se rozasen. Para elaborar la gavilla, las horcas se habían ido colocando sobre tres tomizas estiradas sobre dos asentillos. Al atar las gavillas, éstas se quedaban hechas un paquete. Era trabajo ya propio de los hombres. Luego se apilaban en cinas (hacinas), quedando habitualmente los mejores ajos (los primeros de la horca) a la vista del comprador, como ya hemos indicado.
Al mismo tiempo que se iban cogiendo los ajos para hacer las ristras, se iban apartando los que se dejarían para simiente de la siguiente temporada, que eran normalmente los ajos mejores. Estos ajos de simiente se agrupaban en manojos de 21 cabezas y con cuatro de estos manojos se elaboraba uno mayor llamado también horca. Con cien de estas horcas se sembraba alrededor de un almud de tierra. La simiente suponía más o menos el diez por ciento de la cosecha, de modo que el resto se correspondía con la parte que se vendería. Las horcas de simiente se subían a la cámara y se dejaban entre la paja para que los ajos se conservasen secos y, llegado el momento se pudiesen esgranar o esgorollar mejor. Ahí, en la cámara, se guardaban hasta un nuevo trabajo del esgorolle, que se iniciaba otra vez para diciembre o enero, que era cuando se comenzaban ¡de nuevo! a sembrar. Todo es cíclicamente eterno en estos trabajos del campo.
©Ángel Carrasco Sotos
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