Otro lujazo para este libro titulado LOS TRABAJOS Y LOS DÍAS es contar con el apartado dedicado a la lista (y comentario) con los guardas jurados que, en Las Pedroñeras, han trabajado en fincas privadas teniendo como principal ocupación la vigilancia y cuidado de las mismas. Se trataba de un trabajo que reportaba enemigos en el pueblo, sobre todo con los ladronzuelos que entraban en las fincas con fines poco lícitos. Tales fincas pertenecían a grandes propietarios, o no tanto, pero que querían tener un guarda en sus posesiones para evitar hurtos y pillajes. Era un trabajo duro, constante (día y noche si se terciaba) y poco valorado, más aún porque tener que vivir en una casa (o chozo), aislada del pueblo en mitad de monte en muchas ocasiones, pues no era del gusto de todos. No les faltaba el alimento pues tenían la caza a mano, pero ese aislamiento impedía esa necesaria socialización diaria que permitía entablar comunicación constante con las gentes del pueblo y vivir la vida de este con mayor cercanía. Vivir en el monte, aislado, significaba estar expuesto, a cualquier cosa, a cualquier incidente indeseado: atentado, enfermedad o la simple necesidad de un recurso básico en un momento dado. Uno estaba lejos de todo y de todos. Era otra manera de vivir.
En el archivo consistorial obran los nombres de estos guardas y uno, con la inexcusable ayuda del archivero José Luis Madrigal, ha logrado no solo sus nombres y apellidos, sino saber dónde trabajaron cada año (están registrados todos los nombramientos y contratos) y para el amo (así se les llamaba, o "señoritos") que los contrataba. Y uno, a la vez, ha aportado algún comentario adicional de su cosecha para condimentar el texto.
El primer nombre de esta larga lista es el de Benito Grande, que en 1860, trabajó para José María Baíllo: eran propietarios los Baíllo, entre otras fincas, de La Saleta, parte del actual monte Jareño y las Celadillas; los Baíllo estuvieron emparentados con los Boch.
El último de la lista es Luis Ruiz de la Osa, que en 1977 fue propuesto por Adelfino Montoya Herreros, presidente por entonces de la Sociedad de Cazadores y Tiro "Santa Lucía", para la custodia de las tierras de agricultores para explotación de caza.
Y entre estos dos nombres figuran decenas y decenas de otros, hombres que, solos o junto con otros, o sus mujeres y familia, cuidaron de las grandes propiedades y fincas de nuestro término municipal como oficio principal (que incluso hubo familias en que se heredaba el oficio) o simplemente circunstancial: el monte de Mendizábal, el de Jareño, el de Acacio, el de Doval, La Veguilla, la Peña de la Higuera, La Saleta, La Camarilla, La Ensancha (La Condesilla), Las Vaquerizas, Sancho López, el Llano de Mena (Casa del Cristo), Los Cerrajones, La Encomienda, La Angostura, La Morra, El Robledillo, La Hita, Miravillas, El Peralejo, Navalcaballo, La Viñuela, la Casa los Frailes, El Castillo, El Taray, La Sendilla, el Cerro Negro, El Tomillar, etcétera, etcétera.
La lista es significativa, pues, va dando cuenta, al mismo tiempo, de cómo iban cambiando de manos estas grandes propiedades. A mí me ha llamado la atención encontrar antepasados -y hablo de bisabuelos (Esteban Carrasco Valdés, el abuelo de mi padre) y tatarabuelos (Ramón Gabaldón Cerezo, el bisabuelo de mi madre)- que mi familia (de uno y otro lado) desconocía que habían estado trabajando de guardas jurados o en determinadas fincas privadas durante un tiempo. Animaos, que vale la pena leerlo, disfrutarlo y guardarlo como oro en paño.
De venta en las librerías de Pedroñeras y en casa del autor. Te lo enviamos a casa si eres de fuera de la localidad.
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