por Vicente Sotos Parra
No es nada fácil que se den estos casos, pero se dio, y por eso yo vengo a contarlo.
Desde la más temprana edad fueron amigos ya que nacieron en el mismo año y en el mismo mes. Se criaron puerta con puerta, lo que les hizo que fueran uña y carne. Desde los culones hasta la escuela con don Aurelio, aquel maestro de las gafas de culo de vaso que repartía hostias a diestro y siniestro cuando corregía las cuentas de multiplicar o dividir y estaban mal los números. ¡Las hostias que se llevaban! Iban parejos en casi todo, menos en su crecimiento corporal. Uno a los diez años tenía el cuerpo de los dieciocho, y el otro tenía el cuerpo de un chiquete de cinco, esto junto a su viveza y picardía hacía que se complementaran el ingenio y la fragilidad de Fidel con la figura robusta, y noble del Jabato, Felipón.
A la hora de recoger aquel bodrio de leche que les daban en el recreo, se las ingeniaba Fidel para colarse en la cola, y si alguno le amenazaba con tomar represalias en su contra, les soltaba. ¡A que llamo a mi hermanico! Teniéndose que esconderse más de una vez detrás de él para que con razón no le zurrasen los demás chiquetes. Jugaban con espadas de madera que ellos mismos se hacían en la era de don Sebastián emulando ser luchadores de causas perdidas. Haciendo un dúo un tanto peculiar, y desigual, ya que lo que sería normal es tener a un contrario de tu misma envergadura, la diferencia de altura y masa muscular era abismal.
Estaban tan próximos en su deseos de ser aventureros como en los tebeos que disfrutaban comprándolos en la casa de la hermana Mima en la calle Mayor. Es verdad que uno bien podía hacer de Jabato, pero el otro apenas si llegaba a ser el fiel acompañante del Jabato. Fideo, como su mismo nombre indica, era calcado en carnes a un Fideo de flacucho, siendo sus brazos como los palillos y sus piernas como leznas. Con las hojas que recogía del suelo se hacían su propia corona de laurel.
Los cuartos para la compra de los tebeos los juntaban de los recados que les hacían a la hermana Justa y a la hermana Marcelina, que las pobres andaban con la vista puestas en el suelo no pudiendo separarse de su garrotilla. Tráeme de anca la hermana “Zulla” un cuarto de tomates, de casa del hermano Rumí Fliz para las moscas, de la farmacia de don Leonardo unas vendas. De la casa de Goris un litro de leche. Así se sacaban de la faldiquera los cuartos, que se tenían que rebuscar una y otra vez para encontrar hasta dar con ellos.
Si el viaje era más largo del barrio, les llegaban a dar dos reales, una fortuna para ellos ya que la mayoría de las veces eran perras gordas y perrillas. El tebeo les costaba dos pesetas. Así, esta sociedad duró los años de esa bendita inocencia que es la adolescencia, y que todos tuvimos más o menos dichosa, fraguándose ese hermanamiento que duró esos años.
Un día le dijo Fidel al Jabato: "¡Yo quiero tocar el arpa como Fideo, fiel acompañante del Jabato! Se la pediré a mi padre". Un día le dijo a su padre que él quería un arpa como la del héroe del tebeo…, y su padre le contestó: "¡Hermosón, no tenemos cuartos para comer y tú quieres un arpa…¡Anda no me jodas, copón!" En esa casa se comía “chichi” el día siguiente de haber comido las sardinas salás que se guardaban las raspas para ponerlas cerca de la puerta para que los gatos acudieran, y desde la piquera con un tira chinas su padre acertara dejando al gato panza arriba.
"Mira, este mes matamos el gorrino y tendrás la mejor zambomba del lugar". Así fue cómo su padre con la vejiga del gorrino y la boca de un cántaro se la hizo. El padre estaba recién salido de la cárcel, pues se dijo que anduvo por el monte con los maquis, por lo que los caciques del pueblo no estaban dispuestos a darle el trabajo que tanto necesitaba para sacar a su familia adelante.
Solo tenía sus manos y sus viejas abarcas para salir cada día con el costal al hombro vacío y volver con el costal casi lleno de bellotas para criar uno o dos cerdos para subsistir la familia. Tenía tanto tiempo de sobra para enseñarle a su hijo a decir poesías de memoria con tanta altilocuencia y versatilidad que el hijo le acompañaba dándole a la zambomba a la vez que aprendía esas poesías de Machado, Miguel Hernández o Lorca, entre otros.
Una y otra vez padre e hijo cantaron tantas veces que se le quedaron grabadas a fuego en su memoria. En el lugar se hizo famoso y dejó de llamarse Fidel para ser Fideo, el que acompañaba a su ídolo, el Jabato. Más de una vez fueron juntos a coger lentejas del hermano Aceitero cuando Felipón le llevaba medio hilo para que no se quedara a la zaga de la cuadrilla y poder cobrar el jornal entero. Y lo mismo a escoger ajos, o vendimiar: no tenía fuerzas para seguir a las cuadrillas. De no ser por su hermanico el Jabato su parte del trabajo no daba para pagarle el jornal que los demás cobraban.
Un día, cuando siendo ya un mozo en edad, pero no en altura ni fuerzas, en el bar de la cuesta el Pepito tenían por costumbre los mozos acudir a hacerse un vasete de cuerva con su cazuela de habas. Allí tenías a Fideo en el bar con su zambomba animando las horas, y tomándose algunos vasetes que le pagaban los parroquianos con gusto. También los hubo que le acusaron de ser amigo de aquel que no se le conocía tener padre, refiriéndose a Felipón. Teniendo en la boca el vasete de cuerva, se lo quitó diciéndole al fantoche de turno: "¡A mi hermanico ni me lo mientes si no quieres que te miente yo a tu familia…, hale… a joder a la marrana de tu mujer! No llegaron a las manos por haber mediado el dueño que apenas si pudo contener al fantoche, todos sabían quién era el más débil…, mientras lo tenían sujetándolo. Fideo no dejó de darle patás en las espinilla, sin parar de quejarse del dolor el fantoche que le producían las patadas proporcionadas, y que nadie le adivino el porqué de aquellos berridos de cólera y dolor.
Así pasaron de chiquetees a mozos, lo que supuso tener que acudir a que fueran medidos para ir a cumplir el servicio militar. Quizás fue esto lo que le marcó para toda la vida al no dar la talla, y ver que todos los de su quinta era actos para hacer la mili. No le dijo a nadie de su casa la gran decepción que le causó aquello.
Desde ese día no dejó de llegar a su casa chispao, con pocas ganas de hablar, y su sonrisa de adolescente se convirtió en mal carácter y malos modos en el trato con sus padres. En el bar los parroquianos le seguían invitando con tal de sentir aquel trovador de poesías tocando su zambomba. Le llegaron a cambiar hasta el nombre y pasó a ser “Chispis” por aquello de su diminuta figura que siempre andaba con su chispa a las costillas.
Un domingo de enero, en pleno invierno, a las dos de la noche, y después que unos cuantos borrachuzos con pocas luces le dieran de beber hasta dejarlo sin aliento, cuando regresaba a su casa por las tahúllas de la era de don Sebastián, se desplomó aquel cuerpo minúsculo con pocas ganas de vivir.
Si alguna vez las nubes fueron crespones y los astros cirios, fue en aquella noche; parecía que en las alturas también se festejaba a los muertos. Llevaba el viento ecos de responsos en sus ráfagas y de fondo parecía venir por momentos un rumor pavoroso. Las estrellas estaban trémulas con lágrimas, cuando llegaba a percibirse una constelación, semejando una corona colocada en el sepulcro de un dios.
Su zambomba dejó para siempre de oírse corriendo ladera abajo, y al final topándose con una piedra que la dejó muda para siempre como a su dueño, Chispis.
En el adiós de su hermanico, el Jabato pedroñero Felipón les dijo a sus padres:
"Ya sé que no se puede hacer nada, lo único que nos queda es llevarlo siempre con nosotros: yo, como mi hermanico; y ustedes, hermanos, como hijo".
(CHACARRILLO)
Fidel, Fideo o Chispis,
qué pequeño gran recuerdo.
Mira cómo pasa el tiempo,
mira cómo te recuerdo.
La libertad es uno de los más preciados dones
que a los hombres les dieron los cielos.
(Miguel de Cervantes)
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