El tiempo de la guerra
CUANDO aquello de la guerra civil –recuerdan los viejos del lugar–, fue bombardeado el vecino pueblo de El Provencio. En la noche de aquel día doloroso, las gentes de Pedroñeras huyeron al campo para pasarla allí, amparados paradójicamente por el raso del cielo abierto y estrellado. Durante el tiempo duro, eterno y mágico de esa noche extraña y extensa, el pueblo quedó vacío, desamparado. El silencio ocupó el interior de las casas y el viento corrió libertino por las calles oscuras, desiertas. Algunos perros deambulaban con rumbo incierto por las calles de tierra. Esa ausencia imprevista lo había convertido en un pueblo fantasma que, desde una lejanía relativa, era observado por sus habitantes insomnes y temblorosos. Como ese pueblo abandonado a la fuerza, que espera las aguas injustas de un nuevo pantano, así se quedó Pedroñeras, inerme y solo, vulnerable a las bombas que, al final, no cayeron. Parecía como si el tiempo, silente, se hubiese parado. El reloj del ayuntamiento, sin embargo, siguió dando la hora para nadie.
ÁCS
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