La calavera y la serpiente
por Fabián Castillo Molina
Paramos a estirar
las piernas y tomar algo junto a un río sobre una
pradera verde y fresca. Cuando nos disponíamos a continuar la marcha, en un rápido reconocimiento de la tierra que pisábamos descubrimos una calavera al parecer de caballo, muy bien conservada y
María Rosa dijo que le gustaría
llevársela para dibujarla, le gustaba lo limpia y completa
que estaba, dijo. A mi hermano le pareció buena idea. La observaron y dieron la vuelta sin mirar demasiado en las
cavidades interiores del cráneo que habían quedado huecas en su
día
al vaciarse la masa encefálica. A mí,
como conductor y responsable de la excursión, no me convenció nada puesto que en el maletero no iba a ponerla junto con el equipaje y
el resto de comida que todavía quedaba. A Carmen, mi cuñada, le resultaba indiferente, por tanto parecía evidente que la mayoría
iba a conseguir que esos restos de cráneo de animal que vivió y pastó por esos lares
compartiera parte de la excursión. Puse una condición: "Si la llevamos, hay que meterla en una bolsa de plástico y tendrás
que llevarla debajo del asiento de al lado junto a tus pies", dije a Mª Rosa. Aceptó la condición y se añadió como un elemento más del equipaje. Carmen consintió,
a pesar de que eran ellas dos quienes, al ir en los asientos traseros, llevarían
la bolsa que contenía la calavera muy próxima
a sus pies.
Continuamos viaje y se fueron cumpliendo los planes
previstos disfrutando de la naturaleza y encantos que muestran los destinos
mencionados, La Alberca es un ejemplo de villa rural medieval que recibe un verdadero río
de visitantes curiosos y turistas no
solo peninsulares. Por lo general, quien visita este lugar no deja de subir al
monasterio de La Peña
de Francia, que es un enclave desde donde se divisa una grandísima
extensión de paisaje de ese parque natural también
digno de conocer, y después Candelario, otro pueblo salmantino
típico
de sierra, con reguerones de agua cristalina de montaña (en otros tiempos
pequeños cerrojos o riachuelos), agua que baja cantando día
y noche por sus calles convirtiendo su rumor en música que recuerda que
allí corre la vida permanente por sus calles.
Vimos ponerse el sol por aquellas tierras y regresamos
a Leganés bien entrada la noche. En el camino de regreso María
Rosa se removió inquieta más de una vez porque notó (dijo después) como si le corriera por las
piernas fugazmente algún bicho, pero fue tan rápido
que no llegó a decirlo. Nos despedimos de Emilio y Carmen, metimos
el coche en el garaje compartido de la comunidad, subimos el equipaje y dejamos
bajo el asiento delantero del acompañante la bolsa de plástico
con la calavera del caballo.
Al día siguiente, domingo, bajé a recoger lo que me había dejado en el maletero la noche
anterior y, al cerrar el portón, vi algo anormal en le hueco entre
los dos asientos delanteros reservado para llevar alguna botella grande,
guantes o algún accesorio provisional. Dejé en el suelo lo que llevaba y abrí la puerta delantera del
acompañante para mirar qué había
allí y asegurarme. Lo que vi me produjo un inmediato
escalofrío. Enroscada como rosca de churros, acurrucada en el
espacio indicado brillaba la serpiente verdosa, no muy gruesa, más
o menos como una salchicha de las medianas, pero ocupaba todo el hueco y no debía
ser corta. Estaba quieta y sigilosamente me eché hacia atrás
y cerré la puerta. Me quedé quieto junto al coche
pensando qué hacer. Decidí que había
que afrontar la situación y pensé que lo mejor sería abrir el portón trasero y coger unos
guantes gruesos de trabajo que había atrás
y así lo hice mientras miraba el hueco de plástico
que servía de nido a la serpiente que seguía
inmóvil. Me puse los guantes y cogí una bayeta que pensaba echar sobre el reptil, convencido de que seguiría
en su nido sin moverse. Abrí la puerta lateral derecha y ¡sorpresa!,
se había colocado recostada en la puerta y al abrirla cayó al suelo dio un latigazo rapidísimo y huyó por debajo del coche, fui corriendo por ver si la alcanzaba o al menos
por ver dónde se escondía, pero ya no volví a verla. Después, nadie dijo haber visto a la
serpiente salmantina ni yo tampoco. ¿Qué sería de ella? ¿Dónde se refugiaría?
¿Salió de la segunda planta del garaje? ¿Cuanto tiempo logró sobrevivir en la ciudad? Eso creo que nunca lo sabremos.
Al
subir a casa y contárselo a la compañera
de viaje se quedó blanca. Reconoció que los rápidos roces que había
sentido habían sido sin duda de la culebra. No quería
ni pensar qué habría podido ocurrir si se da cuenta de
lo que pasaba y si además esto hubiera ocurrido ya de noche
en el viaje de regreso.
Moraleja,
si decides añadir un viajero imprevisto, revisa concienzudamente qué se esconde en las partes huecas que en su día ocupaba la carne.
Las
Pedroñeras,
el 11 de octubre de 2014
©Fabián Castillo Molina
Que relato mas bonito.....como relato .Ir de viaje con una culebra a tus pies ya me gusta menos.
ResponderEliminarLO que podía haber pasado si en plena carretera Maria Rosa se da cuenta de la amiga que llevaba debajo.Me pasa a mi y me salgo por la ventanilla. Es muy original no creo que le haya pasado algo asi a mucha gente...que lo cuenten por favor
Digamos que somos aficionados. En el caso del vídeo, somos videoaficionados creativos, creo que así pueden llamarse.
EliminarFabian :sois una familia de artistas.Pintores, escritores .No se co0mo se llama a los que hacen videos tan bonitos .Felicidad para la familia
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