En enero de 2011 comencé a publicar en una página web a la que pertenecí -y felizmente ya no pertenezco- mis microrrelatos, al mismo tiempo que, de igual modo, los iba también dando a la luz a través del periódico local. Cuando abrí mi propia web, estos fueron trasvasados a ella en un apartado que titulé "Basura Espacial". Ese título es el que conservé para el libro que acaba de editarse (por aquí os dejé unas palabras sobre él), y ese fue el título del primer microrrelato que encabeza esa selección de 107 pequeños relatos. Cuando apareció por primera vez, este micro iba introducido por estas palabras con las que hoy también las presento para este blog pedroñero. Espero que os guste.
Texto de 2011:
Dejé algunos proyectos (de mayor envergadura) aparcados durante el año pasado y me dediqué -literariamente hablando- a escribir microrrelatos. Soy así de inconstante, de inconsciente. Es un género este muy de moda últimamente. Los microrrelatistas nos hemos convertido en una plaga; somos legión. Le das una patada a una piedra y aparece un autor de microrrelatos con un boli en la mano y mirando al cielo ensimismado. Han surgido editoriales especializadas, páginas, blogs… y los concursos literarios especializados en este género proliferan como setas de otoño. No es un género nuevo: hace la friolera de 100 años que ya practicaba Gómez de la Serna con estos hijos menores de la Literatura, y el flirteo ha sido continuo por goteo entre nuestros grandes escritores.
Pero no me pondré a divagar sobre la llamada minificción, sobre la cual muchas letras se han vertido ya. Recomiendo su práctica, eso sí, pues sirve para plasmar ideas breves, sentimientos, pequeñas historias y ocurrencias que a veces cruzan por nuestra mente de manera fugaz, siendo aquí, en las breves líneas de un microrrelato, donde encuentran natural acomodo. Y a estas cosas, amigos, hay que darles libertad, que es lo que piden, como a los poemas, como a las canciones... También recomiendo su lectura. Hace tiempo que abandoné los novelones decimonónicos por las obras más breves, en cuyo interior el autor supo condensar lo que deseaba expresar sin llegar a ser pesado. Ya os iré dando algunos títulos de reconfortable y provechosa lectura.
Como os he dicho, me dio por escribir microrrelatos. Y de este trabajo han resultado dos libritos (aún inéditos; bueno, en verdad fueron saliendo algunos cuentecillos en una publicación periódica menor). El primero de esas dos recopilaciones lleva el título de Basura espacial, que será de donde vaya extrayendo y dando a conocer los que os iré mostrando, sin prisa, en dosis muy pequeñas, para tomarlos como se degusta un buen vino o se toma una infusión muy caliente ¡Qué más quisiera yo que supiesen a menta o a romero!
Mi único deseo es que los microrrelatos que vaya publicando en esta página sean de vuestro agrado, pues no otra cosa buscan, que os reconforten, que os hagan pensar, recordar o perderos por caminos imprevistos, huir a fin de cuentas, o reconciliaros con algo que creíamos perdido para siempre. Son pequeñas cosas, ya lo veréis. Y solo vosotros tenéis la potestad de juzgarlos. Nada más. Ya me diréis. Si os gustan, seguiré con otro la semana que viene. Si no es así… en fin, ya veremos. Solo espero que no me echéis los perros (ya sabéis lo desnudo que queda uno cuando da a conocer sus creaciones, a la intemperie de la mirada de los otros). Gracias por vuestras consideraciones. Ya os adelanto que son de lo más diverso.
Comenzaré hoy con el micro que da título a ese libro virtual. Seguro que os recordará a alguna lectura anterior o a algún chiste, pero de chiste nada, amigos, ya lo veréis.
Primer microrrelato del libro:
Basura espacial
LAS cosas marchaban mal desde hacía ya algunos meses. Las conversaciones y el tiempo compartido se habían ido adelgazando. Las palabras amables y cariñosas fueron alejándose en rauda huida hacia el pasado, quedándose atrás, abandonadas como escoria. Y lo mismo hicieron las palabras sinceras, que se espaciaron sin cordura ni prudencia. Las cosas iban mal, sin duda, y ella pronto sospechó de la relación de su marido con aquella joven rubia a la que había conocido fugazmente en una cena de amigos.
Un día, él bajó a tirar la basura y ya no regresó. Ella ni se preocupó por ir a buscarlo, y con el tiempo consiguió hacer borrón y cuenta nueva. Antes de esto, cuando todo era reciente, lo llegó a imaginar lejos de la ciudad, quizá de camino hacia otro país, en una de las ciudades en las que siempre había deseado vivir, colgado en todo momento del brazo de la rubia… Así lo maginaba, y, desde luego, nunca desnudo, inmóvil, tumbado sobre una superficie fría, en el interior de aquel habitáculo plateado, rodeado de esos seres tan extraños… Y volando lejos, sí, muy lejos.
©Ángel Carrasco Sotos
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