Belmonte (1958)
por Fabián Castillo Molina
Presentación:
Mucho antes de que empezaran a celebrarse las llamadas Ferias y Fiestas de Las Pedroñeras a finales de los 60, ya sabemos que el día de Jesús y el de Jesusillo se celebraban separados por una quincena. Entonces, la Feria de Belmonte era el acontecimiento festivo más importante que se producía en las proximidades de nuestro pueblo. Ir a la feria de Belmonte a finales de septiembre andando o en carro suponía una gran ilusión, sobre todo para los más pequeños.
Luego a lo mejor no era para
tanto. Pero así nació aquel dicho popular entre
mayores que decía:
—¿Ánde vas?
—¡A la feria! (con euforia)
—¿De ánde vienes?
—… de la feriaaa… (con desánimo)
Pero al
margen de pasarlo más o menos bien, quien tenía la suerte y la oportunidad de ir, siempre
descubría novedades y se contaban cosas que llamaban la atención, y más a los que todavía no habían ido nunca. El lenguaje que se
usaba entonces y lo que sorprendían las cosas nuevas descubiertas allí
eran temas de
conversaciones que hoy traemos aquí, sin olvidarnos de lo que pasa por el mundo
y en nuestra tierra.
¡Quiero que
me traiga Cheches!
—¿Qué quieres que
te traiga de la feria, hermosón?
—¡Cheches!,
quiero que me traiga usté muuuuchos
cheches.
Ir a la feria de Belmonte para las chiquetas y
chiquetes de Pedroñeras en aquel
tiempo era hacer un viaje a lo desconocido, como a un mundo mágico porque
decían
que había
circo, hasta con leones de la selva y una mujer forzuda que con los dientes y
una soga sujetaba a dos pares de mulas. En el circo también salían payasos que hacían que la gente se riera, aunque, fuera de allí, no estuvieran las cosas para
muchas risas. Además por las
calles había
puestos y tenderetes donde vendían
cosas que nunca se habían
visto en el pueblo aparte de calderas, sartenes y ollas de porcelana.
Siempre recordó aquella chiqueta con
curiosidad, sobre todo por no haber ido nunca a aquella feria, la gran ilusión que supuso para su amiga Leo
haber visto lo que nunca le había
contado nadie y cómo
ella se lo contaba a todas las amigas:
—Queridas, eso ha sio
lo que más
me ha gustao de la feria, un tubo
de hierro y en la punta un grifo, por el
que, dando media güelta
a una llavecilla aparecía
a las de la luz, empieza a salir un chorrete de agua sin parar que va
cayendo en una pileja, a manera de la que hay en la iglesia, la
del agua bendita.
—¡Eso
no pue ser!, ¿y
de ánde viene el agua?, respondió una de las amigas que escuchaba. A
lo que añadió la Leo con más fuerza:
—¿Que
no? Otro año vais vusotras. Yo no sé de ánde vendrá u
no vendrá,
pero es que luego al dale una güelta
más a la
llave, crece el chorro y otra güelta
y cai el agua como cuando vaciamos en la caldera una cantarilla
de las que traemos del pozo. A chorro tieso.
Al final
terminaba convenciéndolas
de la verdad de lo que les contaba haciendo la comparación con algo
que ellas también
habían
conocido:
—¿Los
acordáis
de cuando teniamos
que subir a por algo a la cámara
por la noche con un candil, porque no había luz? ¿Y el miedo que nos daba? Tantas
sombras, que según
llevaras el candil, así la
sombra que veiamos
era más
grande y se ladeaba y cambiaba de forma,
y el miedo iba a más hasta danos ideas de volvenos corriendo de vacío?
—Sí,
claro que nos acordamos, ¿cómo no nos
vamos a acordar?, ¿y
qué?
—¿Y luego
cuando pusieron la luz qué pasaba? Que dando a una llave se encendía una
bombilla que alumbraba mucho más
que el candil. Entonces ya no hacía
falta candil. ¿Y
por ánde venía
la luz?
— ¡Aique…, pos venía por el
cordón!, que era paecío
a la torcía
del candil que llevaba el aceite pa que no se apagara; yo vi una vez ese
cordón
que dentro estaba lleno de arambrillos. Eso ya los sabemos-, dice otra.
—Pos igual pasa
con el agua, pero en ver de venir por un cordón viene por
un tubejo de guierro, un poco más gordo que un dedo de mi padre.
Y añadía la
tercera:
—Pos yo creo
que eso tie que tener alguna marrulla, alguna trampa como muchas que
vemos en el cine; que yo he oído de quien lo sabe, que cuando vemos de
correr a los caballos al galope, la verdá es que van
mucho más
despacio.
—¿Pero
por qué no
te lo cres? ¿Cómo llegan
las voces de los que hablan por el arradio, eeeh? Llegan tamién por
el mismo cordón
de la luz, que ya sabemos toas que no hay ningún
arradio que funcione si no está enchufao
con un cordón
de esos.
Y añade
la primera:
—Fijaros que
yo creía
de más
pequeña
que cuando hablaban por aquella caja, que me paecía el
arradio, había
gente detrás.
Y ella:
—Pos mi hermanico el grande que estuvo
vendimiando en Socuéllamos,
me dijo que había
visto en una revista que en América, la gente que habla en los arradios ya se ve en una pantalleja pequeña que
tienen, como la del cine pero mu pequeñica por encima los
botones.
—¡Hala,
qué trolas!
No he oído
eso nunca en la vida. No sé cómo
te inventas tantas cosas.
—¡Que
no son mentiras, que es verdá! Ya
verís
cuando lo veáis con vuestros ojos cómo me dais
la razón
como otras veces.
—Pos a mí lo que me
hizo gracia en mi casa es lo que le pidió mi hermanico el pequeño a mi
padre que le trajiera de la feria. ¿Sabís
lo que le pidió?
— ¡Cualquiera
sabe!, con las cosas que dices que se le ocurren a tu hermanico.
—Pos le pidió que le trajiera
cheches. ¡Muuuuchos
cheches! Es que se espelece por ellos. Es que los cheches son sus
glorias.
—¿Y
le trajo, tu padre?
—Hombre, ¿cómo
no le iba a traer? Hasta una garrota de duz grande y un chupón trajo.
Además le trajo tamién
una tartaneja de hojalata de colorines con dos caballetes
uncíos
en riata que daba gusto de velos. Pero a él le
gustaron más
los cheches.
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