Antiguo monasterios franciscano de Belmonte.
Miguel Ángel Vellisco Bueno
Religioso lego franciscano que vivió en el siglo XVI, llamado vulgarmente el Ladroncillo. Se llamaba en realidad Fray Juan Fernández, Nacido en Cubillejo de la Sierra, provincia de Guadalajara.
Ejerció en el convento franciscano de
Belmonte durante más de 30 años en los oficios de portero y limosnero,
llegando a tomar fama de santidad.
Célebre por su caridad y misericordia
con los pobres, se preocupaba en tratar darles de comer diariamente, llegó a
ser uno de los religiosos más prestigiosos de la provincia de Cuenca,
sobresalía por su obediencia, pobreza y caridad, era una persona humilde, sencilla
y cercana. Muy querido tanto en la villa de Belmonte como en los pueblos de su
entorno.
Como era tan conocido y estimado, se
le permitía entrar en las casas más ricas y principales, y al mínimo descuido de
sus propietarios, cogía y escondía en sus mangas todas aquellas alhajas y
objetos de valor que encontraba. Al echar sus dueños en falta lo sustraído, daban
por hecho que el padre Fray Juan las había cogido. Para rescatarlas, ya por costumbre, le llevaban pan y otras viandas para los pobres. Debido a estas piadosas sustracciones,
empezaron a llamarle el Ladroncillo.
Muchas personas devotas y principales,
como ya conocían su afición, cuando
llegaba a sus casas, se hacían los despistados, dando tiempo y lugar para que
pudiera realizar sus hurtos.
También acostumbraba a bailar en las
calles y plazas, con la intención de recaudar limosnas, al principio solía
causar mucha gracia, sobre todo entre los más jóvenes; pero con el tiempo,
sabiendo por qué lo hacía, comenzaron a
respetarle, pues era solo para que le diesen una porción de pan o
cualquier otra limosna para los pobres.
Fueron numerosas y muy rigurosas las
penitencias que practicó durante su vida; porque después de los ayunos
rigurosos, y otras mortificaciones y sacrificios, le vieron más de una vez, en
el rigor del invierno, entrar desnudo en un estanque helado y nadar en él
durante algún tiempo. También acostumbraba a pernoctar en los campos, bajo la inclemencia de los temporales, cuando salía a
pedir limosna por los pueblos.
ALTAR
MAYOR DEL TEMPLO DEL MONASTERIO FRANCISCANO DE BELMONTE
En el ejercicio de la oración fue muy
perseverante; fuera de las horas que asistía con la comunidad, tenía por
costumbre quedarse en el coro después de los Maitines, en donde permanecía rezando hasta la
aurora.
Ya en la vejez, se puso muy enfermo y sintiendo su muerte muy cercana llego hasta su
cama el Guardián del convento el cual le preguntó, si le pesaba mucho el haber podido ofender a Dios, a lo que le
respondió fray Juan, expresamente que
no, lo que causo al Guardián gran perplejidad; no estando satisfecho con su
respuesta, pensando que no hubiese entendido bien su pregunta, debido a la
enfermedad que padecía, le volvió a hacer
otra vez la misma pregunta, pero fray juan volvió a responder con más claridad a la misma respuesta. A lo que el guardián le recrimino diciéndole que pensase bien lo que decía, a lo
que fray Juan le dijo entonces: O Padre
Guardián, digo, que no me pesa, y es cierto así, supuesto que no se me arranca
el corazón, de la fuerza del dolor de verle ofendido. El guardián y demás
religiosos que estaban presentes, entendieron entonces lo enigmático de
aquellas respuestas. Con el mismo fervor se mantuvo hasta la hora de su
fallecimiento, en el convento de S Francisco de Belmonte en el año 1651, donde
fue enterrado.
A la noticia de la muerte concurrió
todo el pueblo, aclamándole por santo. Se distribuyeron entre todos, las pocas
y pobres pertenencias que habían sido de su uso, que todas se reducían a un
Rosario de palo muy basto, una bolsa con los útiles precisos para encender fuego,
una porción de cuerdas, y el pobre habito que tenía, con los cuales se
experimentaron después algunos sucesos, que se tuvieron por sobrenaturales. El
Rosario fue a caer en manos de un cura, que había en la población de Villarejo
de Fuentes, llamado el Maestro Moreno y que solía llevarlo colgado del cuello
sobre su sotana: Declaró, que padeciendo una
cierta Parálisis parcial, invocando el auxilio
de Fray Juan, había experimentado gran mejoría. Añade diciendo, que cuando la enfermedad le acometía con mucho rigor, torciéndole la boca, e
impidiéndole el uso de la lengua; metía algunas cuentas de dicho Rosario en la
boca, y a su contacto, experimentaba una repentina mejoría en la lengua. Un
vecino de la misma villa de Belmonte, llamado Martín Segovia, declaró bajo
juramento, que habían experimentado él mismo, y otras personas, gran alivio, y
mejoría, de varias enfermedades y dolores, tocando una sandalia de las que
había calzado fray Juan; así como muchas
mujeres superar con éxito, peligrosísimos
partos.
Miguel Ángel Vellisco Bueno
Esta historia me ha gustado. la verdad. No sabemos con precisión lo que hay de verdad y cuanto inventado, pero tiene un fondo humano y un sentido del humor que acerca. Gracias por publicarla.
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