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martes, 3 de mayo de 2016

Fray ladroncillo: semblanza de Fray Juan Fernández, que viviera en Belmonte

Antiguo monasterios franciscano de Belmonte.


Miguel Ángel Vellisco Bueno



Religioso lego franciscano que vivió en el siglo XVI, llamado vulgarmente el Ladroncillo. Se llamaba en realidad  Fray Juan Fernández, Nacido en  Cubillejo  de la Sierra, provincia de Guadalajara.

Ejerció en el convento franciscano de Belmonte durante más de 30 años en los oficios de portero y limosnero, llegando a tomar fama de santidad.


Célebre por su caridad y misericordia con los pobres, se preocupaba en tratar darles de comer diariamente, llegó a ser  uno de los religiosos más  prestigiosos de la provincia de Cuenca, sobresalía por su obediencia, pobreza y caridad, era una persona humilde, sencilla y cercana. Muy querido tanto en la villa de Belmonte como en los pueblos de su entorno.

Como era tan conocido y estimado, se le permitía entrar en las casas más ricas y principales, y al mínimo descuido de sus propietarios, cogía y escondía en sus mangas todas aquellas alhajas y objetos de valor que encontraba. Al echar sus dueños en falta lo sustraído, daban por hecho que el padre Fray Juan las había cogido. Para  rescatarlas, ya por costumbre, le llevaban pan y otras viandas para los pobres. Debido a estas piadosas sustracciones, empezaron a llamarle el Ladroncillo.

Muchas personas devotas y principales, como ya  conocían su afición, cuando llegaba a sus casas, se hacían los despistados, dando tiempo y lugar para que pudiera realizar sus hurtos.

También acostumbraba a bailar en las calles y plazas, con la intención de recaudar limosnas, al principio solía causar mucha gracia, sobre todo entre los más jóvenes; pero con el tiempo, sabiendo por qué lo hacía, comenzaron a  respetarle, pues era solo para que le diesen una porción de pan o cualquier otra limosna para los pobres.

Fueron numerosas y muy rigurosas las penitencias que practicó durante su vida; porque después de los ayunos rigurosos, y otras mortificaciones y sacrificios, le vieron más de una vez, en el rigor del invierno, entrar desnudo en un estanque helado y nadar en él durante algún tiempo. También acostumbraba a pernoctar en los campos, bajo la  inclemencia de los temporales, cuando salía a pedir limosna  por los pueblos.




ALTAR MAYOR DEL TEMPLO DEL MONASTERIO FRANCISCANO DE BELMONTE



 En el ejercicio de la oración fue muy perseverante; fuera de las horas que asistía con la comunidad, tenía por costumbre quedarse en el coro después de los Maitines, en donde permanecía rezando hasta la aurora.

Ya en la vejez, se puso muy enfermo y  sintiendo su muerte muy cercana llego hasta su cama el Guardián del convento el cual le preguntó, si le pesaba  mucho el  haber podido ofender a Dios, a lo que le respondió  fray Juan, expresamente que no, lo que causo al Guardián gran perplejidad; no estando satisfecho con su respuesta, pensando que no hubiese entendido bien su pregunta, debido a la enfermedad que padecía, le volvió a hacer  otra vez la misma pregunta, pero fray juan  volvió a responder  con más claridad a la misma respuesta.  A lo que el guardián le recrimino  diciéndole que pensase bien lo que decía, a lo que fray Juan le dijo entonces: O Padre Guardián, digo, que no me pesa, y es cierto así, supuesto que no se me arranca el corazón, de la fuerza del dolor de verle ofendido. El guardián y demás religiosos que estaban presentes, entendieron entonces lo enigmático de aquellas respuestas. Con el mismo fervor se mantuvo hasta la hora de su fallecimiento, en el convento de S Francisco de Belmonte en el año 1651, donde fue enterrado.

A la noticia de la muerte concurrió todo el pueblo, aclamándole por santo. Se distribuyeron entre todos, las pocas y pobres pertenencias que habían sido de su uso, que todas se reducían a un Rosario de palo muy basto, una bolsa con los útiles precisos para encender fuego, una porción de cuerdas, y el pobre habito que tenía, con los cuales se experimentaron después algunos sucesos, que se tuvieron por sobrenaturales. El Rosario fue a caer en manos de un cura, que había en la población de Villarejo de Fuentes, llamado el Maestro Moreno y que solía llevarlo colgado del cuello sobre su sotana: Declaró, que padeciendo una cierta Parálisis parcial, invocando el auxilio  de Fray Juan, había experimentado gran mejoría. Añade diciendo, que cuando la enfermedad le acometía  con mucho rigor, torciéndole la boca, e impidiéndole el uso de la lengua; metía algunas cuentas de dicho Rosario en la boca, y a su contacto, experimentaba una repentina mejoría en la lengua. Un vecino de la misma villa de Belmonte, llamado Martín Segovia, declaró bajo juramento,  que habían experimentado él mismo, y otras personas, gran alivio, y mejoría, de varias enfermedades y dolores, tocando una sandalia de las que había calzado fray Juan; así como  muchas mujeres superar con  éxito, peligrosísimos partos.


Miguel Ángel Vellisco Bueno

1 comentario:

  1. Esta historia me ha gustado. la verdad. No sabemos con precisión lo que hay de verdad y cuanto inventado, pero tiene un fondo humano y un sentido del humor que acerca. Gracias por publicarla.

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