Nací un 21
de abril de 1924, en la calle Cea Bermúdez de Las Pedroñeras, provincia de Cuenca. Mis padres se llamaban
Eduardo Palomares Fabra y Carlota Jiménez Remacha: él era de Enguera (Valencia); ella, de Milmarcos (Guadalajara). Se conocieron en
Barcelona, y, ya casados, montaron su residencia en este pueblo manchego.
Soy la pequeña de ocho hermanos: Pepa,
Mercedes, Eduardo, Carlota, Amparo, dos pequeños que murieron en la infancia y
yo misma. Así que la diferencia de edad con las mayores era abismal, una veintena de años.
Carlota y sus hijos. Entre ellos aún no estaba Purificación.
Eduardo y Carlota, padres de Purificación Palomares. En el patio de la condesa.
Mi padre
trabajaba en la industria textil familiar que tenían en Valencia además de otra de cerámica. Su quehacer consistía en recoger la lana de las ovejas de El
Provencio, Villarrobledo, Las Mesas y
demás pueblos de alrededor, y llevarla a
los telares valencianos con los que se
fabricaban paños que luego venderíamos.
Mi vida en casa de la condesa de Colombí
Mi amistad con Pepito
Mi amistad con Pepito
Vivíamos en
un principio en la calle Cea Bermúdez, nombre dedicado al que fue presidente
del consejo de ministros y embajador en Rusia pues aquí vivió su hijo Fernando (casado con una pedroñera) y su nieta, la escritora Asunción Zea Bermúdez, madre de doña Esperanza, condesa
de Colombí. Poco tiempo después, y por requerimiento de la misma nos mudamos a la parte baja de la
residencia de la noble señora. Allí se pudo instalar nuestra tienda en una de
las habitaciones, el balcón tercero empezando a contar desde la esquina opuesta
a la casa del cura.
Casa de la condesa.
La parte principal ocupaba la planta alta. Un detalle muy curioso es que decían que esta casa tenía, entre ventanas y puertas, trescientas sesenta y cinco, lo mismo que días tiene el año (no sé si sería una leyenda como tantas otras). Se accedía a ella por el patio grande, entrada principal, tras ella una escalera de mármol doble que conducía a un corredor (cuando se arregló la iglesia destruida en la guerra, este mármol se utilizó para poner el suelo de la misma) y varias habitaciones: salón, salita de la condesa con un ventanuco por el que se asomaba para vigilar al servicio, el despacho, varias dormitorios, cocina y servicios con un retrete como un sillón con su tapa y una bañera de mármol que se podía cambiar de habitación. Subiendo, la buhardilla.
Las dos
plantas se comunicaban a través de nuestra cocina. Esta superficie que daba a la calle tenía el mismo número de
habitaciones que la de arriba. Fuera estaba el jardín interior, el patio principal, otro
patio de riscos donde se guardaban las ovejas, cada uno de ellos con su pozo y
plantas, como un tilo, un bonetero o
evonimus que me llamaba la atención
porque era de hoja perenne y tenía unos pequeños frutos muy vistosos de color
rojizo. En otro patio estaba el corral y el basurero, así como las caballerizas y el patio de carruajes. También por esta zona
estaban los hogares de los labriegos. Profundizando, el sótano y la cueva que
daban a la calle Montejano.
La casa
comunicaba con la del cura por unas habitaciones en esta planta baja. Enfrente residía la Guardia Civil y cerca la vivienda
del “Rey de los Gitanos”.
Doña Asunción vivía con su hija la condesilla, doña Esperanza, que casó con un abogado de artistas y toreros andaluz llamado José María Gutiérrez Ballesteros. Tuvieron un hijo al que llamaron José María, “Pepito”, que sería el último conde de Colombí (que ha muerto estos días casi con casi 90 años de edad). Antes, Doña Esperanza había tenido un novio, que trabajaba en el Ayuntamiento y era hermano de don Anselmo, el juez. La relación no gustaba a doña Asunción, "la abogada con faldas", y se la llevó a Madrid, donde la casó con el flamencólogo.
José Mª Guitiérrez (conde consorte) con su hijo Pepito.
Doña Esperanza Contreras, condesa de Colombí "la Condesilla", con su hijo Pepito.
Tres doncellas y el mayoral formaban el servicio doméstico, además de la niñera (tuvo varias Magdalena, Pepa, Antonia…, pero con la que más trato tuve fue con Ángeles, que fue la última). En la parte de abajo de la casa vivía mi familia, como dije anteriormente. Mi vida transcurría la mayor parte del tiempo entre las paredes de esta mansión, excepto las tardes en las que salía de excursión con mi hermano que conducía el carruaje, la Condesilla, la niñera y “Pepito”, camino de la casa el Aire” o de la casa el Sol. Allí nos dirigíamos montados en tílburi o tartana según el tiempo acompañase y así pasábamos un rato agradable de merienda. También se hacían excursiones a la finca rodeada de árboles que tenían en el Monte (hoy en día llamada La Condesilla). Allí hizo construir el conde consorte viudo, tras la guerra, una casa para llevar a sus amistades. Estos artistas también iban mucho por la casa del pueblo: Pepe Nieto, Manolo Morán, Amparo Rivelles, entre otros. Recuerdo una noche divertida en la que unos "diablillos” hicieron una broma distinta a cada invitado: una petaca, un cencerro que sonaba cuando uno se movía en la cama, bicarbonato en el orinal para que saliera espuma si se hacía en él sus necesidades... Todo esto sucedía en 1942. Había una de estas famosas artistas a la que le gustaba tomar baños de sol junto al tilo del jardín.
El coche negro de motor lo utilizaban para viajes de larga distancia. Crecí junto al pequeño, Pepito, llegando a ser un inseparable compañero de juegos. Le hicieron una galera especialmente para él idéntica a las de verdad y subíamos los dos en ella por el patio; también nos divertíamos con el triciclo o el patín. Estaba sumamente mimado por su madre y su abuela, “mamá grande”, quien se ocupaba realmente de su educación, ya que era hijo único y conde. No quería comer ni dormir si yo no estaba a su lado, así que la doncella me llamaba cuando el pequeño tenía una pataleta. Le apetecían más los alimentos que yo comía que los que le ofrecían su madre o abuela. Solía tomar un biberón de fosfatina y yo pensaba que era demasiado grande para ello, pero ya he averiguado que era un complemento alimenticio. Una de las veces que Pepito andaba conmigo observamos desde el gran ventanal de la cocina a la Condesilla que lo buscaba en el jardín y me preguntaba si sabía dónde estaba. Él me hacía señas para que no dijera nada y yo le respondía a la señora que no le había visto y nos reímos mucho con ello.
El conde "Pepito" con su niñera Magdalena.
El coche negro de motor lo utilizaban para viajes de larga distancia. Crecí junto al pequeño, Pepito, llegando a ser un inseparable compañero de juegos. Le hicieron una galera especialmente para él idéntica a las de verdad y subíamos los dos en ella por el patio; también nos divertíamos con el triciclo o el patín. Estaba sumamente mimado por su madre y su abuela, “mamá grande”, quien se ocupaba realmente de su educación, ya que era hijo único y conde. No quería comer ni dormir si yo no estaba a su lado, así que la doncella me llamaba cuando el pequeño tenía una pataleta. Le apetecían más los alimentos que yo comía que los que le ofrecían su madre o abuela. Solía tomar un biberón de fosfatina y yo pensaba que era demasiado grande para ello, pero ya he averiguado que era un complemento alimenticio. Una de las veces que Pepito andaba conmigo observamos desde el gran ventanal de la cocina a la Condesilla que lo buscaba en el jardín y me preguntaba si sabía dónde estaba. Él me hacía señas para que no dijera nada y yo le respondía a la señora que no le había visto y nos reímos mucho con ello.
Purificación Palomares y Pepito, el que sería conde de Colombí.
Foto tomada quizá en la Casa el Aire o en la Casa el Sol.
Durante
muchos años seguimos en contacto. Se casó en Madrid en la iglesia de San José con una hermana de don Juan Bautista
del Pozo y no había Navidad que no recibiese
la tarjeta de felicitación con la ilustración de la escultura “Niño orinando”.
Mis hermanas
ayudaban también a la economía familiar cosiendo y bordando preciosas prendas que encargaban los señoritos del lugar: Los Pelayo, Doña Virginia González… Esta última era una pianista, que andaba con muletas, y enseñaba sus artes a los jóvenes de buena
posición. Yo hacía los recados y llevaba los trajes a su dueño. Eran
confecciones a la última moda, admiradas incluso por personas que venían de la
capital. Era en estas ocasiones cuando aprovechaba para pasear por el pueblo y
comunicarme con las gentes del lugar.
Un día
determinado de la semana pasaban la gente necesitada para recibir alimentos.
Estimados señores:
ResponderEliminarMe ha sorprendido e interesado mucho la historia que aquí se da a conocer y las vivencias de doña Purificación Palomares.
Estoy realizando un trabajo de recuperación de nuestros antepasados para finalizar mis estudios universitarios. Lo he querido centrar en valorar y recuperar las figuras femeninas en la literatura española. Para ello, me centré en doña Asunción de Zea-Bermúdez.
Como vi que en este blog hay testimonios directos que han tenido contacto con el linaje del condado de Colombí, me gustaría, si fuera posible, que me informaran acerca de los pasos vitales de doña Asunción de Zea-Bermúdez (a qué se dedicaba, cómo era esta y su familia, etc.)
Les agradecería mucho si pudieran ayudarme.
Atentamente