La acción del hombre en La Veguilla en estos últimos meses está llevando a la desaparición de edificaciones rurales centenarias.
Decía la copla popular: “Eres buena moza, niña,/ te pasa lo que al dinero:/ de tanto pasar por manos/ se te ha borrado el letrero”.
Algo semejante le está pasando a la finca o dehesa de La Veguilla, nuestra querida Veguilla, que de tanto cambiar de dueño (bancos, inmobiliarias, sociedades empresariales...) ha ido perdiendo a lo largo de las últimas décadas el aspecto de impoluta belleza que había tenido durante los siglos anteriores.
Porque, claro, cada nuevo dueño va añadiendo o quitando, y el de ahora, como no podía ser menos, nos la quiere dejar irreconocible a fuerza de deshumanizarla. Se han mejorado, eso sí, los caminos, algunos de los cuales estaban impracticables, se está repoblando el bosque de encina, e imagino que se adornará el espacio con bebederos para que engorden las perdices y el animalaje en general de la finca, y se replantarán esas olivas milenarias y gigantescas traídas de no sé dónde... pero es imperdonable la decisión de derribar y hacer limpieza total de todas las casas y chozos viejos que, diseminados por toda la finca, le proporcionaban carácter, la llenaban de encanto y, sobre todo, de historia y de humanidad.
Han intervenido las excavadoras para derribar y terminar por eliminar elementos del paisaje que, en realidad, en nada estorbaban para lo que se utilizan estos terrenos finalmente, es decir, para la caza. ¿Qué objeto puede tener el barrer con toda construcción antigua siendo que algunas de estas viviendas en desuso estaban en lugares poco accesibles, entre carrascas y sobre superficie de risco? Esto -lo creo evidente- ha sido producto de la inconsciencia y de la irresponsabilidad (o del aburrimiento del que no sabe qué hacer con el dinero).
La aniquilación de la diversidad
Lo dejaba escrito el profesor E. Martínez de Pisón: “En los paisajes rurales las formas se constituyen por un proceso acumulador histórico, sobre el potencial ecológico, fijando funcionalmente el legado del pasado.
El legado del pasado representa un valor cultural de integración, de organización del espacio. Se trata de morfologías acumulativas que presentan los modos de civilización, es la memoria histórica, derivando de ahí el alto significado de los paisajes agrarios. Los paisajes rurales poseen contenidos culturales que llegan a definir la personalidad regional”.
Con estos derribos lo que se está haciendo en La Veguilla es hacer tabula rasa con todo indicio cultural, histórico y humano, y esto se debe a la falta de protección y catalogación de estos elementos de paisaje que forman parte de nuestra historia e identidad. En otros lugares pasan a considerarse bienes de interés cultural, y se protegen por su valor patrimonial. Aquí no: se llama a una empresa de derribo (que no tiene culpa alguna) y se actúa impunemente.
“En cada paisaje borrado se aniquila algo de la diversidad de la Tierra (...) su conservación no es sino una cuestión de respeto propio” (son palabras de nuevo de Martínez de Pisón). Hace un tiempo se roturaron grandes extensiones de encina y se plantaron olivas o se instalaron grandes pívots de riego (con lo que se desviaron caminos vecinales, imagino que sin autorización), se hicieron grandes embalses cuya legalidad siempre se ha puesto en entredicho... Pero lo de ahora es imperdonable, inadmisible, un atropello, una desvergüenza, una atrocidad, una cacicada, una tropelía, un allanamiento de morada, un insulto a la cultura y pueblo pedroñero, como lo es la acción de un forastero sin conciencia, el acto irrespetuoso y excesivo de un dominguero que no se ha parado ni a preguntar ni a mirar (bueno, quizá miró, pero no vio).
Necesidad de unas medidas de protección inmediatas
Se ha mermado la capacidad de La Veguilla como recurso medioambiental, turístico e histórico, y se han hecho desaparecer deliberadamente tipos de construcción típicas del paisaje rural manchego como son los chozos.
En el Convenio Europeo del Paisaje, llevado a cabo en Florencia el 20 de octubre de 2000 se fijaban algunas disposiciones generales como éstas:
-CAPÍTULO I Artículo 1º Definición a): “por paisaje se entenderá cualquier parte del territorio tal como la percibe la población, cuyo carácter sea el resultado de la acción y la interacción de factores naturales y/o humanos”
-Ídem. d): “por protección de los paisajes se entenderán las acciones encaminadas a conservar y mantener los aspectos significativos o característicos de un paisaje, justificados por su valor patrimonial derivado de su configuración natural y/o la acción del hombre;”
-Ídem. Definición e): “por gestión de paisajes se entenderán las acciones encaminadas, desde una perspectiva de desarrollo sostenible, a garantizar el mantenimiento regular de una paisaje, etc.”
Si este “paisaje” de La Veguilla hubiese sido “protegido” y “gestionado” políticamente no hubiesen ocurrido estos desmanes infames.
Algunas construcciones desaparecidas
En lo que conozco han desaparecido totalmente edificaciones que se citan ya en mapas de hace más de un siglo y que para los nuevos dueños sólo tendrían la categoría de escombros (desde una mirada estéticamente incalificable), sin cerciorarse que en su imperfección postrera residía precisamente su humanidad:
1) La Casa Molina y sus corrales, donde vivió en tiempos la familia del padre de mi amigo Aurelio Charco “Calabaza”.
2) El Chozo Nuevo, que conservaba aún su horno de hacer pan, y en el que vivieron a última hora como pastores Anselmo Calamardo “Escarcha” y su mujer, Juana María Molina.
3) El Chozo los Sesteros, en el que vivió el guarda Rafael Redondo “Alejo” con su familia.
4) El Chozo Perucho, donde residieron de guardas Vicente Solana “Chinchirrito”, primero, y Rafael Mena “Lobico”, después, con sus respectivas familias.
5) La Casa Virgencico, donde vivió como rentero Jacinto Izquierdo “Valero” junto con su familia o estuvo de pastor Francisco Gallego “Hociquete”.
De estas edificaciones tan sólo queda ya el recuerdo o algunas fotografías, lo cual es una verdadera lástima. Lo sería también que desapareciera la centenaria casa principal de la finca, la ermita, los palomares, o chozos en forma de cascarón de huevo como el de los Pascuales o el de la Ladronera, de los que ya quedan pocos en nuestros campos. Al menos estos elementos de paisaje requieren de una protección y restauración (en el caso de los chozos) inmediata. Esto costaría sólo palabras y muy pocos dineros. No sé si para cuando se publique este artículo algunos de estos deseos, creo que compartidos, podrán ser ya realizables.
©Ángel Carrasco Sotos.
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