El habla de Las Pedroñeras - Entre gordos anda el juego | Las Pedroñeras

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sábado, 31 de marzo de 2012

El habla de Las Pedroñeras - Entre gordos anda el juego


[Hace ya algunos años que publiqué este artículo sobre el vocabulario que los pedroñeros utilizamos (a veces, sin conocimiento y despectivamente) para referirnos a todo aquel que está entrado en carnes. Un diccionario -que es una obra científica- no puede andarse con remilgos en este sentido, y a él fueron a parar también este vocabulario y fraseología dañina en la mayoría de los casos. Todo se hizo por reflejar cómo hablamos, que, en definitiva, viene a reflejar también cómo somos].


¡Desde luego somos mu jodíos! Basta que alguien tenga algún defectillo para, al instante, aplicarle el insulto o mote correspondiente. El caso es dejar a la gente tranquila. 

Esto ha ayudado –dicen– a enriquecer la lengua castellana, siendo así que escritores de todos los tiempos defendieron el insulto incluso como algo recomendable, saludable. Me vienen ahora a las mientes los nombres de Quevedo, Umbral y Cela como maestros en este supuesto arte. Pero escritores malhablaos los hubo incluso en los siglos del finodo Rococó y del sensiblero Romanticismo (escritores que firmaron casi siempre sus libelos imprecatorios bajo seudónimo, para no manchar su ínclito renombre, la fama que consiguieran escribiendo otras obras de fineza y pulcritud inauditas, ausentes de tales lindezas). 

Hace poco oí algo parecido a esto en una conversación entre paisanos nuestros: “¡Si es que los está to gloria, Dios leche! ¡Que paece modo mentira! ¿Es que no los miráis al espejo? Que no los digo que los quedís en la espina, pero me paece a mí que estáis mejor una mieja más delgaus”. 

Claro, luego está la versión de los defensores del lustre: “¡Cómo estáis con el engordao!”, dicen ofendidos. 

¡Aique!, ¿y qué vas a hacele?; ya sabís que la gente del pueblache se ceba con los regordetes y rechonchos tirando a recios, y uno se apunta al gimnasio o hacer la ruta del colesterol sin quedale otra. No es país para gordos, dicen, aunque todo apunta a que los de la vieja Europa seguiremos los pasos del bienestar obeso americano, si no a base de hamburguesas sí de tajás gordas y tocino magro. En fin.

Si de algo está más que sobrado el hablar castellano es del vocabulario empleado para insultar al otro, pues pocas veces se emplea el escarnio contra uno mismo. Se han publicado incluso voluminosos diccionarios dedicados monotemáticamente al insulto (sin más, el que apareció hace apenas un par de meses de Pancracio Celdrán). Se moteja e insulta al delgado o gordo en exceso, pero también al feo, al demasiado alto y desgarbado o al demasiado bajo, al de pocas luces, al bobo, al lento o de poca valía, al perezoso, al glotón, al entrometido, al torpe, al sabidondo, al mal vestido o mal peinado, al alabancioso, al tacaño o al derrochador, a la mujer libertina, al hombre calavera y borrachín..., es decir, a todo el que atenta con las normas tácitas (o no) morales, de comportamiento o de estética; nadie se escapa (ni el que sigue el justo medio). 

Los pedroñeros, para no quedarnos a la zarria, contamos para todo ello con un amplio vocabulario particular, dialectal, y para cualquier aspecto o actitud que violente cierto tipo de orden existe el calificativo (despreciativo) oportuno. El diccionario en el que día a día me sigo empleando continúa creciendo (engordando, tendríamos que decir en este caso) e incorporando estos términos despectivos, pues la dialectología no entiende de éticas, como tampoco lo habría de hacer la lexicografía en general. ¡Y allí que va a parar todo lo que nuestro pueblo (llano) usa o ha usado para comunicarse!, sin empentar en barras a la hora de recoger el insulto o procacidad más rústica o barriobajera. 

Y como no podía ser de otra manera, también los gordos, ya sean de abenicio o producto del buen yantar (esos que algunos llaman ansiosos pues, sin fuste alguno, se dan a comer más que un borrico al abrigo), tienen aquí sus apelativos, a veces cariñosos, a veces –las más– no. 

Basta que alguno tenga las costillas como costales, el culo panaera (también llamado culo tonta), esto es, que esté, si hemos de ser claros, igual que un rodillo, para motejarlo sin remilgos ni cortapisas. Así que en cuanto al personal le da por cerciorarse de que a algunos de estos amantes de la manducatoria que no se ven tellaos les asoman las mollas o arzollas por los laos o se les dispara la panza hacia delante con tendencia a tomar una curvatura descendente, nada, que ya está liá, que van a por ti y te ponen de hoja perejil. Y es que no tienen bastante con llamarte gordo por pesar un quintal, sino que empiezan de contino a florecer en sus bocas expresiones como ¡vaya travesura!, ¡vaya melsa!, que si tienes el tozo de una borrica, que si eres un torpón, que si se te juntan las mantecas, que si no te va a llevar el aire, etcétera, etcétera. 

¿El problema? Pues eso, que la gente no se entera o no quiere enterarse, ¡que lo que se lleva ahora es quedarse igual que un sable!, sí, igual que un silbío, para que cuando vayamos por la calle nos digan: ¡Mira cómo se vimbrea! Así que para pasar inadvertidos, no andéis resos, id a la moda: quedaos entecos, escarnaos, espirituaos, esgalgaos, escurríos, escurrimizaos, desensebaos, secos, vareaos, como una espiga o escobajo y nadie se fijará en vosotros, o si lo hacen será para miraros con buenos ojos. 

Por lo tanto, no nos engañemos, al que está gordo, al que se pone hecho un trullo y parece un gorrino cebao (según terminología del terreno), lo tachan de tonto o simplón sin que a cuento venga, porque somos más malos que arrancaus y unos hijos de Caín o de la ira (como gusten vuesas mercedes). 

En mi diccionario (que es también vuestro) registro palabras dialectales que dan cuenta de todo esto de ser gordo, y de seguro que me faltará alguna aún por apuntar. Éstas son algunas después de dar un somero pasavolante: 

abanto 
adufe 
aguarón 
albardo 
alborga 
andullo 
atún 
avetarda 
avetoro 
avichucho 
bastuzo 
bollagas 
cenacho 
cenahorio 
chino 
cimpámpano 
gazmuño 
grumo 
jumento 
manflo 
mondongo 
morgollo 
pandorgo 
papón 
polaco 
rebollete 
redoble
redondo 
regranao 
sotollo 
tonardo
verrugo 
vetoldo 
zambullo 
zampostre 
zanguango 
zapotranco 

¡Qué palabrillas! ¡Qué sonoridad! ¡Qué finura! ¡Qué sonidos tan embriagadores! ¡Qué arrebatadores y líricos trinos de nuestro hablar! Sotollo, tonardo, zambullo, avichucho, albardo... ¡Ay! ¡Uno no sabe con cuál quedarse! 

En fin, que cada uno haga lo que su boca le pida, pero, eso sí, que luego no se extrañe ni se queje si le cuelgan algún calificativo o sambenito de los expresados anteriormente. Yo aprovecho para decir que nunca me ha gustado el insulto ni la descalificación, y en igual medida he desconfiado de la alabanza y la adulación a destiempo, más aún de los que la andan buscando como el pan de cada día para reafirmar su egotismo. Pero bueno, el caso es ir cumpliendo muchos y gordos (y yo que lo vea: para ir contándolo).

[Este artículo fue publicado en el periódico Pedroñeras 30 Días, número 81, junio de 2008].

©Ángel Carrasco Sotos

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Ángel Carrasco Sotos

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