El artículo que por aquí abajo leeréis fue continuación del anterior, en el que seguía dando cuenta de mis indagaciones sobre la toponimia de nuestro pueblo para ir rellenando con vocablos antiguos ese gran mapa que al final resultó. Lo tenéis junto a numerosísimas fotos (algunas ya imposibles) en ese libraco en dos tomos que lleva por título Mapa de Las Pedroñeras. Toponimia histórica comentada I y II (por aquí todos los datos sobre él).
Os dejo el texto tal y como se publicó en la gaceta local del número de marzo de 2008.
Como recordarán, Damián Carrión me indicó una cueva en El Ituelo, y como no sabíamos qué nombre darle comenzaron mis indagaciones. Los resultados, no obstante, no han sido los esperados, pero nuevas conversaciones han traído nuevos datos de interés de los que expondré al menos una parte.
Quedé con mi eterno cicerone, José Mª Araque, para que me indicase el lugar exacto de las que llaman “Pisás del Caballo de Santiago”. Yo las tenía señaladas en un punto sobre el Camino del Concejo (según me informó en su día mi tío Casto Lillo). Damián, por otro lado, me refirió otro punto (esta vez en el Camino del Castillo y cerca de La Vereda, junto a la viña de “Ancholi”) y ahora José María me dice que sin duda alguna él siempre las recuerda en mitad de un risco en el llamado Carril de Santiago. Tengo que añadir que Antonio Gallardo, a quien acude en busca de información José María, le indica otras en el Camino del Castillo, en zona distinta. Los cuatro puntos están muy próximos entre sí y al final llego a la conclusión de que todos tienen razón: cada muesca en la roca que semejara pisada de caballería (más grande o más pequeña) se ve que la bautizaban con ese nombre.
Pasamos junto a una tierra que José María me dice que llamaban de La Peseta y de inmediato la apunto en el mapa. Le pregunto por la susodicha cueva y sin más dilación me encamina hacia la casa de Eusebia Lillo Angulo “la Cocota”, que según él será la que nos sacará de dudas.
Conversaciones con Eusebia Lillo
Eusebia Lillo es una mujer octogenaria, pero con una vitalidad y una fuerza en su discurso que abruma. Bueno, de la cueva me dice que no sabe nada (“¡y mira que de chiquetes pateamos to aquello!”). Añado, no obstante, algún nombre de paraje que tampoco tenía anotado. En fin, hablando y hablando al final estas anotaciones toponímicas son lo de menos. Esta mujer, valiente y decidida, no nació sólo por casualidad en el río, a su paso por el molino del Ituelo, que es donde se crió. La imagen recuerda mucho a la del Lazarillo de Tormes, naciendo en tal río salmantino pues, como él cuenta, “estando una noche mi madre en la aceña [molino], preñada de mí, tomole el parto y pariome allí. De manera que con verdad me puedo decir nascido en el río”.
Eusebia nos narra sobre su vida en el molino, de los molineros que pasaron por los del Moral y el Ituelo en su última época de molienda (entre los que estuvieron sus padres, Eustaquio y Marina), así como de la casilla de peones camineros (única en pie de la provincia, me dice) donde estaban instalados los que luego serían sus suegros, Alfonso y Josefa, así como quien sería su marido, Alfonso también, que vivió unos 42 años en esta casa (primero de soltero y luego de casado). Fue su suegro, me informa, quien a base de picar sobre la piedra realizó ese calderón que hoy en día puede verse en sus inmediaciones. Por la casa pasaron Franco, el ministro Cirilo del Río y gran parte del resto de la corte de gerifaltes de la dictadura, cuando venían hasta aquí para sus batidas de caza. Al parecer Fraga era un tirador mediocre y a veces alentaba a sus “secretarios” a que acudiesen a cobrar piezas que habían sido cazadas desde otro puesto.
Sucesos trágicos
Es una lástima no haber llevado grabadora, pues la conversación fluye perdiéndose en meandros que complican la memorización de todos los datos y anécdotas que de la boca de Eusebia salen como un río desbocado, a los que hay que sumar las anotaciones puntuales y siempre sabias que en cada momento va haciendo José María. Me habla de la ahora desaparecida iglesia de la Peña de la Higuera, del espléndido órgano que albergaba, así como de las visitas que hasta ella realizaba el cura Gabriel Iniesta no solo para decir misa, sino para enseñar a los niños de las aldeas las primeras letras y cálculos.
Se abre entonces en su memoria la ventana de la Guerra Civil y me relata cómo su padre encontró muerto a este sacerdote pedroñero junto al camino de La Alberca, a unos 4 kilómetros de esta población (una víctima más de ese fratricidio homicida en que derivó aquella guerra infausta). También me habla del asesinato de unas muchachas de El Pedernoso en las inmediaciones de El Moral, las cuales fueron enterradas en un hoyo en cal viva para hacerlas desaparecer, muy cerca de la antigua calera que existía al pasar el río. ¡Cuántos trágicos sucesos a los que no quiero referirme porque mi pobre memoria pueda incurrir en errores!
Eusebia es una fuente inagotable de información, de esa información de lo cotidiano cuando lo cotidiano existía y no había desembocado en esta mediocridad que apenas nos hace tener una biografía, como la de Eusebia o la de tantos otros. Me relata de cómo salvaron a un niño que había caído en el río y que, una vez fuera, echaba agua “por tos laos”. O de la vez en que se enfrentó a una enorme culebra tan gruesa “como el brazo” y le machacó la cabeza con una piedra en un lanzamiento atinado, y de la que su padre extrajo tres conejos.
Cuentos, historias, relatos de una vida. Cada uno vamos creando en el suceder de los días nuestra novela, pero yo me pregunto ¿qué contaremos nosotros cuando seamos viejos, pobres viejos sin historia? Desde luego menos rica que la de Eusebia, que la de José María, o la de cualquiera que vivió en épocas de penuria, de infamia, de hambre, de guerra, de crueldad, de desigualdad... Y después de todo, parecería una indecencia decir que no somos felices. Quizá aún sigan vigentes aquellas palabras de san Agustín: “Es malo sufrir, pero es bueno haber sufrido”. Nunca hemos tenido tanto de todo y, sin embargo, nunca pensamos que la muerte iba a pillarnos tan solos (no es mío; es del escritor Rafael Chirbes).
NOTA: Posteriormente he vuelto al Ituelo con Luis Bacete “Pinela”, llevando como acompañante de excepción a Ángel García, lo que supuso nuevos datos y nuevas vivencias contadas con la voz del que ha vivido. Desde aquí vaya para ellos también mi agradecimiento.
[Este artículo fue publicado en la gaceta local Pedroñeras 30 Días, número 78, marzo de 2008].
[Este artículo fue publicado en la gaceta local Pedroñeras 30 Días, número 78, marzo de 2008].
©Ángel Carrasco Sotos
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