Otros parajes pedroñeros (I): mis viajes con Aurelio Charco | Las Pedroñeras

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sábado, 10 de marzo de 2012

Otros parajes pedroñeros (I): mis viajes con Aurelio Charco

Aurelio Charco y, a sus pies, El Barrero
(fotografía publicada en el libro Mapa de Las Pedroñeras).


Escribía yo allá por el mes de diciembre de 2005:

Se cumplen ahora (¡ya!) dos años de la publicación de Por campos de Las Pedroñeras, libro que llevaba por subtítulo “Rutas por una geografía olvidada”. Pues fíjense que si tuviéramos que editarlo de nuevo habría que hacer tantas modificaciones que el resultado vendría a ser distinto (algunos hablan ya de reliquia refiriéndose a él). A la fuerza sería otro por distintas razones, y destaco dos de importancia mayor: la desaparición de parte de lo que en él mostré y, la otra, la información nueva que habría que añadir al no haberse recogido en esa edición que yo ya sabía de antemano nacería vieja e incompleta. Pero, bueno, hay que hacer notar que este condicionante estará siempre presente en este tipo de trabajos y así hay que asumirlo. Por último, habría que corregir algunos errores (no muchos) de los que en el viejo libro aparecen y de los cuales di cuenta breve ya en un artículo que siguió al de su presentación por parte de la redacción de este periódico.



Tristes pérdidas

De entre las pérdidas lamentables quiero citar sólo unas cuantas, que, en su mayor parte, responden a la falta de sensibilidad y de amor a la identidad del pueblo que somos, al desprecio por lo que fue su pequeña historia y, en definitiva, por nuestros muertos, que fueron los que levantaron con su sudor y sus fuerzas los tapiales de nuestras edificaciones en el campo desdeñado de nuestro término: han desaparecido por completo (y por distintas razones o sinrazones) las huertas del “Quico”, la de Juan Manuel, la de “Colilla”, la de la Lunara, la casa del Recreo, la del Peralejo, la del Fabián, e imagino que otras que ya no he vuelto a visitar. Desaparecieron por robo los brocales del Pozo Viejo de El Robledillo y el del Pozo Morillo (y gracias a que avisé de estos expolios a los dueños del de Los Marines, éste ha podido ser recogido). Cuando vayan al Santiaguillo, por cierto, no miren hacia arriba para observar la espadaña de dos vanos que se erguía sobre su ermita -y que aparece en las fotos de aquella edición-, pues una noche acudieron allí unos desalmados con un tractor y una cadena e intentaron extraer la campanilla que la adornaba, de modo que con la campana se vino abajo todo el conjunto, hecho de ladrillos de barro cocido. ¿Pero para qué seguir con este lamento si se siguen haciendo oídos sordos a palabras sabias (ellas, que no yo)?

Mi encuentro con Aurelio 

Recuerdo que tan sólo unas semanas después de que el librillo viese la luz, yendo camino de mi trabajo, una voz que venía desde la acera de enfrente me llamó: “¡Jose!, ¡Jose!”, me decía. Como podrán sospechar yo no me sentía aludido, pero veía con sorpresa que aquel hombre se dirigía a mí. “-¿Me llama usted a mí?”, le dije. “-¡Ea!, ¿pos no te llamas tú Jose?” “-No, hermano, yo me llamo Ángel”. El nombre de él era Aurelio, y sus apellidos Charco Jiménez; apodo, “Calabaza”, que él dice llevar con mucha honra, y creo que no le faltan razones. Desde aquel momento nos convertimos en amigos, porque es fácil hacerse amigo de una persona tan generosa y entrañable, a la que nunca le falta conversación, como es Aurelio. Por cierto, yo quedé bautizado como “Jose” para siempre (salvo raras excepciones y rectificaciones).

Aurelio es un gran aficionado a los mapas, a los atlas y a la geografía en general; por eso, cuando leyó un libro en el que se recogía la toponimia de su pueblo y la situación de estos nombres de lugar en mapas (algo rudimentarios), disfrutó como nunca. No obstante, Aurelio tenía información que aportarme, información que no aparecía en aquellas páginas, y de ahí que me parase aquella mañana. “-Oye, que La Peña la Higuera existe”, me dijo. “-Ya, ya lo sé”. “-No, si digo que la peña y la higuera todavía están, y no las has sacao; es que yo me crié allí”, añadió.

Su padre, Aurelio Charco Granero, trabajó como pastor en la zona de La Peña [de] la Higuera y vivían en la llamada Casa Molina, una casa con corral para el ganado y las dependencias típicas de una quintería, con sus cuadras, su cocina y su horno en el que hacer el pan, etc., que aún hoy sigue en pie (no sabemos si por mucho tiempo). Allí pasó su infancia y juventud Aurelio, desde los ocho a los veintidós años. Más tarde trabajó seis años como tractorista en La Veguilla (y también en El Concejo). Esto no quiere decir otra cosa sino que conoce todo el paraje como la palma de su mano, y desde el primer momento supe que Aurelio siempre estaría a mi disposición para completar ese mapa total de Las Pedroñeras en el que aún trabajo, esperando la información que todo el que quiera puede aportarme, porque, al final, el producto que resulte será algo que todos los pedroñeros podremos disfrutar. Yo, amigos, sólo escribo aquello que a mí me gustaría que ya estuviese escrito. Ésas son mis ganancias virtuales.

Los nuevos hallazgos 

Con Aurelio pateé sin tregua La Veguilla, La Peña [de] la Higuera y otras zonas que él conocía del campo, porque era algo que a los dos nos encantaba. Gracias a él pude ver (descubrir) el Pozo del Virgencico, con su brocal de piedra, el Chozo [de] los Pascuales, la Cueva [d]el Romano, el lugar de La Similla, la Mata [de] los Coches, la Mata [de] la Mira, la del Desmayo o la que llamaban “de Santano”, el Calderón de la Olivilla, otro que existe cerca de la Casilla de los Peones Camineros, etc., etc., es decir, infinidad de lugares que yo nunca había visitado pese a mis numerosas andanzas por la zona.

Pero lo que estimo más importante al recorrer estos parajes con las personas que han vivido en ellos, es que los espacios se van llenando de vida y no se reducen a meros nombres de lugar y a fotografías heladas. Las palabras de Aurelio convierten el ámbito explorado en una realidad humana, pasada, pero llena de rostros, de ires y venires de personas y vehículos, de trabajos, de imágenes que ya sólo pasean por el recuerdo de quien vivió y trabajó allí, en aquella otra realidad de los años 40 y 50 de la posguerra española; por no hablar de esa mentalidad vieja (de cuando los hombres eran hombres) que impregna el discurso de Aurelio al hablar de los acontecimientos, de las anécdotas y de todo lo que refiere su entusiasmo de persona de bien. Las palabras de Aurelio, en fin, llenan de humanidad los parajes y sitios que recorremos, los hacen habitables en ese segundo plano de la realidad pretérita, que fue difícil para él y, a la vez, ¡tan hermosa! (por ser la de su juventud).

Otros informantes 

No quiero dejar de citar aquí el nombre de Justiniano Martínez Agudo que nos ayudó a localizar el Pozo Ramos y el Chozo [de] la Ladronera. O el de Neli Mena Araque, cuya información sobre La Veguilla fue imprescindible. El padre de ésta, Rafael Mena Haro, fue guarda de esta dehesa y ella misma se crió allí. Vivían en la casa (yo la llamé Casa de los Lobicos en el libro) cuyos vestigios aún permanecen en pie a duras penas, situada junto al Chozo Gabón, que luego se conoció como Chozo Perucho y del que no quedan vestigios. Ella misma es la que me informa de los distintos dueños que tuvo la finca, de las cacerías que aquí hacían Franco, Fraga o el marqués de Villaverde en aquellos años de penuria de la posguerra. Neli nos documenta cuándo se levantaron algunas edificaciones, nos habla del emplazamiento de otras, de nombres de parajes que yo no tenía anotados y de muchas otras cosas que llenan mis cuartillas de apuntes, como la referencia a esa misa dominical a la que asistían en la vieja ermita (hoy hundida) de La Peña [de] la Higuera.

Todo ello nos sirvió a Aurelio y a mí para hacer nuevas incursiones en ese vasto territorio de La Veguilla que ya pensábamos investigado. Sirva este primer artículo para agradecer a todos los mencionados sus aportaciones y el afecto, la campechanía y la gracia que ponen en sus palabras, así como su disponibilidad sincera y gratuita (y es que, sin duda, lo más valioso de Pedroñeras es su gente). Gracias también a Seve y a Eduardo, encargado y guarda actuales de La Veguilla, por su conversación simpática y por dejarnos circular con libertad por esta dehesa. Y a Isidoro Olmeda, actual dueño de La Peña [de] la Higuera, que se mostró servicial al enseñarnos la casa, el batán y la preciosa Mata de la Merienda que se yergue poderosa sobre el prado verde en el que pastaban los caballos en aquellos días.

[Este artículo continuará el mes que viene en compañía de otro informante de lujo, Ángel García Algaba, quien con sus conocimientos y su amabilidad nos completó en dos o tres tardes la toponimia de La Encomienda y la zona pedroñera de más allá del río Záncara, desde Las Vaquerizas a la Espera del Veterano y la Tinaja Ochenta.]


Pedroñeras 30 Días, número 45, diciembre 2005.

Cuando iban a cumplirse dos años de la publicación de Por campos de Las Pedroñeras y el autor daba cuenta de nuevos hallazgos en espera de completar el mapa total de nuestro municipio, que al final se publicó en dos tomazos que son hoy una joya dentro de poco inencontrable.




©Ángel Carrasco Sotos.


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