Los nuevos informantes permiten que este mapa crezca ad maiorem gloriam oppidi.
La confección del mapa toponímico del término municipal de Las Pedroñeras avanza por buenos derroteros y creo vislumbrar a lo lejos el final del trabajo, como premio o regalo que todos degustaremos. Me estoy esforzando en ello sobremanera, pero desde luego se quedaría casi estancado sin la buena voluntad de algunas personas de las que reconozco que me estoy aprovechando (sanamente). Todo sea por la consecución de un bien común que formará parte de nuestro patrimonio. Sea pues este artículo de reconocimiento a estas personas, aunque sé que las palabras siempre se quedarán cortas.
Agradezco enormemente la ayuda de Benito Castillo Gallardo, que viajó conmigo para señalarme pormenorizadamente, entre otros dispersos, todos los parajes de El Peralejo, la Casa los Frailes y el Monte Raso. Creo que di con la persona adecuada pues se conoce estas zonas al dedillo a fuerza de convivir con ellas. Se dio a mí y a esta causa sin ningún tipo de cortapisas.
Quiero también agradecer la colaboración de Vicente Pacheco “Mariote” que me fue indicando uno a uno los parajes que componen Navalcaballo y la Casa don Benito (este último lugar también lo recorrí con “Gallardo”). Vicente tuvo la deferencia de localizarme además algunos otros parajes diseminados que yo tenía apuntados como de dudosa ubicación.
Con ambos informantes llené algunas de esas, por lo común, tediosas jornadas de domingo.
Pero sería injusto no nombrar aquí a otras personas: Jesús Pacheco, el guarda, que dejó a mi disposición los 100 mapas del catastro antiguo para que los consultase el tiempo que fuese preciso; Anuncio Castellanos me prestó un mapa de El Robledillo de cuando su abuelo José Antonio Castellanos fue presidente, que añadía algunos datos nuevos al que en su día consulté perteneciente a Pedro Cubero, actual presidente de la asociación; por último, agradezco también la información aportada por Antonio Badillo, que terminó por completarme la zona de la Somala con algunos topónimos desconocidos por mí.
No obstante, quiero hacer una mención especial a José María Araque Fernández, “el Tuerto Sotos” (conocido por los lectores de este medio por sus colaboraciones habituales), con el que he realizado viajes eternos pateando el término en su integridad. José María es el informante modelo, conocedor infatigable de todo el campo por su oficio de agricultor y su afición a la caza.
Este hombre paisano nuestro, desprendido, de nobles principios y buena voluntad, conserva aún a su edad (80 años) no sólo una vista de lince, sino una memoria que es un prodigio de la naturaleza. A esto hay que añadir una habilidad sin igual en el manejo del lenguaje oral, una locuacidad que te atrapa sin darte cuenta. José María cuenta las cosas como las siente, como las vivió, sin ínfulas y sin tratar de apropiarse de ningún retoricismo hueco o impostado. Me habla con naturalidad, exponiéndome sus conocimientos, que no deja de adornar sin tregua con sucesos de antaño y anécdotas varias, que se agolpan en su recuerdo pidiendo paso para poder salir por su boca; les ocurre como a las cerezas que uno toma de un plato: quieres coger una y el resto vienen detrás enzarzadas en buena compaña. En éstas hemos pasado muchos días, al trote o deambulando, compartiendo un poco de humanidad.
La conversación amena y bien sazonada nos traslada de un sitio a otro, y José María los va llenando de nombres que yo no tengo anotados, y me precisa el emplazamiento de otros que yo tengo apuntados por aproximación. Además, conoce los propietarios de cada tierra, los actuales y los antiguos, las particiones que de cada tierra se hicieron, y yo quedo asombrado pues la impresión es que José María se ha estado preparando todo para contármelo, del mismo modo que uno estudia previamente para un examen importante. En realidad, el estudio ha consistido en vivir en el campo y para el campo tantos años, y haberse interesado por todo. Y, bueno, como todos los lugares le dicen algo, José María es pronto a pasar de la anécdota curiosa y festiva a la lágrima fácil del recuerdo. Se trata de un hombre sentido, cordial, afable y dulce al trato cercano... y ya un amigo.
En fin, José María disfruta tanto enseñando como aprendiendo, y se le nota a la legua una enorme vocación de amante del campo y de la vida. Que siga, por tanto, aleccionándonos con sus conocimientos, sus vivencias, sus recuerdos... y continúe completando esas Memorias de un labrador, que servirán en un futuro como fuente esencial de nuestra historia colectiva como pueblo.
NOTA FINAL: Tengo apuntados ciertos topónimos a los que no sé darles un lugar preciso en el mapa, así que pido la colaboración de quien conozca su emplazamiento para que me lo haga saber. Son los siguientes:
Cruz del Esquilaor
Haza las Monas
Haza Arelillo
Pozo el Sacristán
Cerro Bonifacio
La Huesa
Mata el Diablo
Mata Jurao
Mata los Gitanos
Cueva del tío Cavila
Vallejo las Liebres
Casa la Corrata
Casa la Pronuana
Nombre del chozo que hay antes de llegar al Santiaguillo.
©Ángel Carrasco Sotos
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