
He de decir, de entrada, que no soy muy de belenes. He visto, eso sí, en numerosas ocasiones el que se ha montado en nuestra iglesia, y entretiene siempre ver los detalles y el trabajo que lleva terminar una obra de este tipo, obra que luego será desmontada hasta el año siguiente en que se idearán nuevas soluciones para que el belén no parezca el mismo del pasado año. Los belenistas son, han de ser sin lugar a dudas, personas que cuidan del detalle, con buen gusto y amantes de la obra bien hecha. Causa admiración ese resultado final. Y aunque, como digo, no soy muy de belenes, reconozco el trabajo que lleva terminar uno en condiciones. En mi casa tenemos el típico portal y lo ponemos por estas fechas, pero no nos ha dado por nada más: unos detalles, unas cintas colorinescas, el árbol (que este año ni hemos puesto) y unas figuras con los magos de Oriente. Todavía recuerdo un belén que montaba nuestra vecina Alicia, mujer de un guardia civil tocayo mío, que era digno de alabanza. Pero en mi casa, siempre fue árbol, pino, por cierto, que íbamos a cortar al campo, un pimpollete. Eso lo haces hoy en día y te meten en la cárcel. Eran otros tiempos y se estilaba. En fin, que luego le colgábamos cuatro bolas y unos recortes de cartulina con campanas, etc. hechas por los hermanos y tan contentos. El día en que en casa compramos unas lucecitas para el árbol fue ya el novamás, un descoque absoluto.