Hay sabores en los que reside la infancia de uno, como el de los almendrucos verdes (los cucos, como les decíamos los de mi generación), el pan y chicha (pan de quesillo les llamaban los de generaciones anteriores) o los tronchos, pero hay uno sin duda que se lleva la palma, un hogar al que uno regresa cada año. Es el sabor el paloduz.
Quizá no lo sepáis, pero durante años uno de los principales productos de los que vivía o malvivía nuestro pueblo de Las Pedroñeras fue el paloduz, que siempre se menciona junto al cereal, el azafrán y los ajos en las viejas enciclopedias y diccionarios topográficos. Había incluso quien lo iba a vender a Madrid. Pero lo más común era hacer gavillas y venderlo a quien venía a recogerlo al pueblo.
Pero esto para mí son vivencias no tenidas. El paloduz, que aquí siempre se le llamó paleduz, los de mi generación le llamábamos siempre taco. Cogíamos las bicicletas, una mocheja e íbamos a por taco al campo cuando era la temporada: a la zona de las Hoyuelas o donde naciese silvestre, como los costones de las acequias del Lugar. A veces, eran los padres quienes nos hacían el favor de cogérnoslo porque con las pocas fuerzas que teníamos en aquellos años de la primera infancia, pronto nos cansábamos de cavar o lo hacíamos de manera poco "profesional", de modo que las raíces del taco, que era el tesoro buscado, las arañábamos y rasgábamos debido a nuestra poca habilidad y quedaban algo deslucidas.
Un buen taco, de gran grosor, era el ideal, el sueño, de todo niño. Y digo niño con propiedad, pues pocas veces las chicas iban con un taco en la boca. Todos pugnaban por llevar el taco más gordo entre los labios, y aunque hubiese perdido su sabor, lo seguíamos manteniendo ahí, pasándole la lengua una y otra vez, alardeando del grosor de nuestro taco. Recuerdo incluso en un recreo ver a uno (cuya imagen se me ha borrado) que había conseguido un taco tan gordo que no le cabía en la boca y tenía que conformarse con lamerlo teniéndolo fuera de ella. Fue el rey del patio durante una semana, la envidia de tos nosotros.
También recuerdo la primera vez que fui a por taco con mi vecino Enrique Campos. Se ve que no sabíamos muy bien cómo se cogía eso, de modo que cortamos las ramas de la planta y llegamos al pueblo con los portaequipajes cargados de ramas (y no de raíces). Se nos hizo algo de noche y en mi casa, encima de haber hecho el ridículo, me esperaba la zapatilla de mi madre en la mano de esta. Me acosté caliente y con cara de tonto (creo que es la primera vez que confieso esto en público).
En fin, mi padre no pierde comba con esto del taco y cada año se acerca a coger unas ramejas, que, como no fuma, pues entretiene a la lengua con pequeños taquitos que él se corta e, incluso, se toma como caramelos en forma de pastilla. Les saca mucho rendimiento mi padre a las raíces de taco. Siempre calcula para que le dure lo que dura el sabor en la planta y os aseguro que, sin haber sacado grandes cantidades ni mucho menos, lo que cabe en una bolseta le hace su servicio y, además, para regalar a quien quiera probarlo. Yo el otro día hice lo propio. Me traje una rameja de mi casa y saboreo ahora, cuando esto escribo, el delicioso sabor del taco, feliz porque vuelvo a la infancia, donde -no lo olvidéis nunca- está de verdad nuestra casa.
Estado final del taco (síntoma, por cierto, de que se ha disfrutado).
Tu hermoson no paras. Al paloduz y los tronchos le añades otro producto genuino de mi tiempo fueron las "collejas". Ya he montado una historieta con nuestro Felipon. teniendolas de protagonistas.
ResponderEliminarNo te preocupes cuando quieras no tengo prisa. Saludos.
Me gustaría ir a coger Paloduz. De niño me encantaba, pero nunca lo fui a recoger en persona… Y se ha convertido en un sueño no cumplido aún, a mis 50 años cumplidos 😅🤞
ResponderEliminarEl paloduz es uno de los placeres de mi infancia. Siempre me encantó, pero nunca pude ir a recogerlo yo. Y ahora es uno de los sueños de mi vida, a mis 50 años recién cumplidos 🤞😅 Me gustaría visitar Las Pedroñeras y recogerlo. Alguien me ayudaría?
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