Emilio Castillo Ramírez
Capítulo
tercero:
La
Guerra Civil (I)
Cómo
vivimos aquellos primeros días y un poco más.
Ya llegó el 18 de julio de 1936, que fue cuando explotó la guerra, como hemos dicho siempre,
o la revolución que también se decía. Se armó una de mil demonios, un jaleo de miedo.
Nosotros, mi hermano Ángel y yo, que por aquellos días estábamos segando no me acuerdo de
quién, nos pilló estando durmiendo un poco y al oír el jaleo, salimos de brisca,
también corriendo a ver lo que pasaba por el pueblo. No sé
si ese mismo día, pero quizás al siguiente, salía la gente a la carretera diciendo !que
vienen los fascistas! ¡que viene los fascistas! Unos
con escopetas y pistolas, otros con hachas, otros con horcas de hierro y con
pinchos de alabarderos. Pusieron guardias en las carreteras por todas partes,
pero no vinieron fuerzas en aquellos primeros días de
la revolución.
Los capitalistas del pueblo
huyeron al poco tiempo a la capital o donde ellos tuvieran amistades. Les
requisaron todo el capital, pero solo a los más ricos, a los pequeños capitales no les tocaron,
eran respetados. Esto se hizo al amparo de un decreto que publicó
el gobierno de la nación en el que se decía “Que las explotaciones que no fueran
suficientemente aprovechadas, cultivadas, o que hubieran sido abandonadas podrían ser expropiadas y repartidas
a los campesinos”. Las emisoras en todo momento publicaban lo que estaba pasando,
aunque la única radio que había entonces en el pueblo, al menos que yo
recuerde, era la que tenía el ayuntamiento, y que con altavoces
conectados con vistas a la plaza de vez en cuando nos informaban. Era por
entonces alcalde Nemesio Pacheco Jiménez, creo que durante 1936 y algo del 37
porque luego ya fue Nicasio Cubero.
Se formó un consejo entre los mandamás como si fuera un ayuntamiento
aparte y allí se administraban todos los capitales requisados.
Las casas de los
patronos que vivían bien, aunque no pudiera decirse que fueran ricos, también fueron tocadas y a sus dueños les molestaron algo; les pedían jamones, algún cordero si tenían ganado, víveres… y algunas mulas también se llevaron a la guerra para el ejército para transportar comida y
ametralladoras.
No solo eso, sino que
había un continuo
llamamiento a los jóvenes que todavía no estaban en quintas y al mismo tiempo
comenzaron a llevarse hombres para el frente de las quintas más recientes. Esto era forzoso.
Vaya cuerpo que les ponían a algunas familias. Otros salían voluntarios para el frente,
cosa de jóvenes, que luego algunos murieron pronto.
En el castillo de
Belmonte formaron un batallón de jóvenes voluntarios de 18 años y algunas mujeres, una que le
decían “Siega”, otra “Rubena” y otra hija del hermano “Calasanz". Había casos curiosos, como el de mi
hermano Ángel, que se fue desde el
campo, sin mi padre saber na; estaba trabajando en un pequeño azafranal nuestro y tenía entonces 17 años. Desde Belmonte se lo llevaron al frente, o
sea a las trincheras; éste y varios más se enrolaron en una brigada
que formó el capitán Galán que fue de Carabineros. Luego,
muchos años después, estando mi hermano ya viviendo en Valencia, en una carta nos
escribió detalles y razones que le movieron a tomar la decisión de alistarse tan joven. Esta
carta la conservo y escribo aquí parte de lo que decía en ella:
“Emilio, me dices cómo pasé los días del 18 de julio al 15 de
octubre del 36, fecha en la que me fui, pues ya puedes comprender. En el
pueblo, no había más “arradio” que uno en el Ayuntamiento y
los altavoces sin parar, llamando a todos los hombres a filas para defender a España y al gobierno constituido por el pueblo, pues ya te puedes figurar,
comentando la situación con amigos… ya un día pensamos irnos, no me acuerdo cuántos, pero nos fuimos quince o veinte
al castillo de Belmonte, ese fue mi primer viaje. Entonces todo era en nuestro
pensamiento un camino de rosas, nos daban de comer y beber, pues estupendo. Uno
de tantos fue José el de la “Patrona” que vivía al lado de la tienda de Luis Pérez, frente a la
casa del cura; a este lo mandó su padre a labrar con un par de
mulas que tenían y se dejó las mulas en un control que había en la
Alcantarilla; yo me dejé un rastro de azafranal en el
tajo, porque me mandó mi padre a arrastrar el
azafranal, pues estaban ya a punto de romper los tallos de la rosa. Severiano
el de “Sanantón”, después de irnos, fue su padre a Belmonte a por él y se lo trajo al
pueblo, pero a los dos días se volvió a ir otra vez al castillo. Y otros que ya no me acuerdo en qué circunstancias o situación estaban cuando salieron con
nosotros. Desde el castillo de Belmonte, nos llevaron a Daimiel (Ciudad Real). Allí
nos
distribuyeron a casas particulares, y a
mí me enviaron con Fernando Segovia, era muy campechano, ya lo sabes tú, y
cantaba bien. La familia Espinosa le decían donde nos
alojaron, me he acordado ahora sin pensar. Se portaron muy bien con nosotros.
No hemos sabido más de ellos.
Yo sé que esto que hice les disgustó mucho a nuestros padres, ahora lo comprendo. ¡Pero era una situación alarmante, de emergencia!, y
nos pedían que fuéramos a defender la causa y la razón. El gobierno
legal constituido por el pueblo español era el que nos llamaba.
Insisto, sé que les hice sufrir, y más a padre que estaba enfermo. Siempre lo he tenido presente, tanto que
cuando años después de acabar la guerra, estando en El Altec (Alicante) cumpliendo el servicio militar, donde me
llevaron forzoso después de volver de Francia, y las
pasé putas; encontré
una
poesía corta que siempre he
conservado, también te la envío, sé que te gustará, porque estas cosas siempre nos han gustado. Se titulaba “no puedes ir a la guerra”, me identificaba un poco con
ella como le ocurrió a muchos jóvenes, menores de edad, voluntarios. Decía así:
No puedes ir a la
guerra;
tienes solo quince años,
y desde que padre
ha muerto
¡vivimos de tu trabajo!
¿quién ha de regar la
huerta?
¿Quién labrará nuestro campo?
¿quién te haría las caricias
si tú te pusieras malo?
No puedes ir a la
guerra
¡Tienes solo quince años!
Hijo… ¿Sabes lo que dices?
Hijo… ¡tú no lo has pensado!
me quedaría yo sola,
vieja y pobre y sin tus manos,
que son callosas y
negras
y duras en el
trabajo,
y son blancas y son suaves
y finas
acariciando.
¿Matar tu, siendo tan bueno?
¡Tú morir siendo tan guapo!
No puedes ir a la
guerra
¡tienes solo quince años!
——————
La verdad es que
aunque la he leído muchas veces, siempre me ha emocionado”
Sigo con lo que yo recuerdo. Al poco de
comenzar la sublevación, se formó una colectividad como si fuera una cooperativa,
entre socios del partido socialista que había varios. Ellos eran
los encargados de llevar algunos
capitales, como el padre de las “Abudas", el “Zoco Roscas”, y otros más que no recuerdo ahora. Todo esto
duró lo
que duró la
guerra. Hubo muchos agricultores que les dieron tierras a renta, porque ellos no tenían para trabajar, pero
todas las tierras que sembraron tanto las de la colectividad como las demás, al
acabar la contienda todo se lo quitaron, y lo que habían sembrado en ellas. Así
que los ricos, dueños de aquellos capitales, hicieron igual que habían hecho
los partidarios de la república legal con ellos al comenzar la guerra; pero
ahora a todos además de pobres los dejaron arruinados, y para remachar el
clavo, el dinero que había en la zona roja no valió nada.
Y así
fueron los
principios de la guerra, cosa bastante seria.
Yo no me incorporé
al frente hasta
pasados unos cuantos meses, casi un año después de comenzar la guerra, fue cuando llamaron a los de mi quinta, la
del 34. Esto ocurrió en junio del 37. Mientras tanto, en el pueblo seguí
trabajando en las
pocas tierras que tenía mi padre a renta y como me gustaba escribir
y las cuentas y eso, entré en el comité del pueblo y me hicieron secretario
administrativo y en mi tiempo libre me encargaba de hacer los carnés del partido comunista. Uno
de los carnés que hice fue el de Augusto Peña Usón, que era el médico del pueblo y tenía buena fama. Finalizada la
guerra, creo que fue el primer alcalde que nombró el nuevo régimen.
©Fabián Castillo Molina
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