El abuelo Félix y la radio
La radio de mi casa, estaba colgada de la pared que nos separaba de la casa de los vecinos, con los que siempre tuvimos la mejor relación del mundo. Nos queríamos de verdad y decirlo de otro modo, no sería una definición precisa. La radio nos acompañaba siempre, mientras hacíamos todas las cosas que había que hacer a lo largo del día y también por la noche si es que era invierno y no teníamos que salir a tomar el fresco. Sin embargo, al que no se le escapaba una, era al abuelo, que ya apenas caminaba, pero el oído, lo tenía perfecto.
Le vi esa mañana con gesto muy pensativo y hasta preocupado. Cuando estaba poniendo la mesa para comer, me dijo:
-Escucha, hermosa, ¿cómo dices tú que se apañará el hermano Alfileles para mantener a toda esa gente que habla sin parar todo el día en la radio? ¡Échale cuartos para comprar comida para tantos! Y si no para acostarlos, que la casa es pequeña.
-Que no, abuelo, que la gente que habla no esta ahí. Las voces vienen por el aire, son unas hondas que llegan y …
-¡Por el aire dice! Tú te has creído que yo soy tonto? La gente no vuela, ni cabe en una caja tan pequeña. Están al otro lado de la pared, en casa del Emilio y la Isabel. Tienen hasta una banda de música. Yo, porque no puedo andar, sino me acercaba a ver. Podías ir tú a bacinear y me lo cuentas todo bien. Cuántos son en total y cómo se apañan para darles de comer y para acostarlos en una casa tan pequeña.
-Vale, abuelo. Luego iré. Pero tú no pases pena por eso. Si hiciera falta, ya echaríamos una mano. Disfruta de la radio. Que para eso está.
©Teresa Pacheco Iniesta
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