Los copleros, para las fiestas
Nosotros, como grupo de presión en la sombra, teníamos todo el dispositivo organizado. Por lo que había pasado, ¡debían convocar elecciones! Así que iniciamos una revuelta, incruenta del todo, que obligara al Alcalde-Presidente a disolver la junta y anunciar nuevos comicios. Comenzamos conforme al protocolo previsto, por mandar a mujeres y niños a sus casas. Después depositamos los escudos, tambores, banderas y alabardas en la caja de muerto que le sobró a Vicente el “Preñao” porque no se murió. Aún sigue vivo. Falló la predicción de Don Estanis, el mejor médico que el pueblo recordaba haber tenido.
Apilamos los sacos de cemento y los ladrillos que habíamos reunido para las obras de la caseta de música en medio de la plaza, y pusimos el féretro en lo alto. Todo ello, símbolos de la resistencia y dispuestos a que durara todas las fiestas. No se consumió ni un vaso de vino más en todo ese día ni en el siguiente, ni chocolate con churros, ni pinchos de panceta. Al tercer día, el Alcalde y Presidente de la cofradía, no pudo soportar más la presión de sus conciudadanos y de los dueños de bares y casetas de la feria. Convocó la junta de festejos que presidía desde hacía más de 20 años y presentó su dimisión irrevocable. Pensó, con amargura, lo caro que le había salido no haber traído a “Los Copleros de Galilea” este año para amenizar la verbena, sabiendo como sabía, que de todos los cantantes, era a ellos a los que querían. A ver si aprende el siguiente, rezaba la pancarta del triunfo, que al pueblo, no se le gobierna sin el pueblo. Ni en las cosas más nimias.
©Teresa Pacheco Iniesta
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