Memorias del pedroñero Luis Olmo Ortiz - Recuerdos de su mocedad en la Casa los Frailes | Las Pedroñeras

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viernes, 28 de marzo de 2014

Memorias del pedroñero Luis Olmo Ortiz - Recuerdos de su mocedad en la Casa los Frailes



por María Olmo Ruiz




La estancia en el Taray de mi padre refleja las vivencias que en la actualidad asociaríamos con la infancia, con “ el chiquete”;  y en esta segunda entrega -con la vuelta al pueblo hacia los años 1928/30- comienza su andadura como “muchacho” sustituyendo al padre, a menudo en la labranza, asumiendo tareas de mayores, etc.,  y si bien hay momentos de esparcimiento, de “tonteo” –como diríamos en el Lugar- también se entrevé la forja de su personalidad, la rectitud, la cercanía, sus ansias de aprender (de tractorista, de productos químicos…); de formarse, en una palabra, de vivir con sencillez e intensidad y de “correr mundo” como él lo llamaba. Lo escrito de su mano acabarán en el siguiente capítulo, pero grabado en nuestra mente y en nuestro corazón son casi infinitas las vivencias suyas que permanecen en nosotras. Si gustáis, aquí está otra muestra aproximada de la semblanza de su ser.

Memorias - Capítulo II "La Casa los Frailes"


Después de venirnos de El Taray (1928/30) recuerdo que mi padre compró una mula torda, que por cierto se la compró al secretario que estuvo allí, el hermano Montera que estuvo sirviendo. También compramos un carro de varas y empezamos a coger de becerras (nombre que recibe el grupo de vacas (cada una o unas de distintos dueños) de un lugar que “alguien” las saca al campo a comer juntas y al atardecer se llevan a la casa del dueño). Por cierto, que una de las mejores becerras que teníamos era La Chata la de Emilio el Rojillo, que entonces vivía donde vive José el del hermano Vítor Manuel.

En esta época yo llevaba las masas y el pan, y así pasaron dos o tres años. Por esta época también recuerdo que mi hermana Leona se hinchaba mucho y no recuerdo cómo fue de enterarnos que en un pueblo de Cuenca, -no recuerdo el nombre- había una curandera que solo llevándole la orina en un frasco y no sé qué otra cosa más, cierta señora hacía unas pruebas y no sé qué otra cosa más. El resultado fue que le dijo a mi padre: ya se puede ud. marchar, su hija se pondrá bien. Le mandó unas hierbas y …nada, que se puso bien y nunca volvió a sentirse de aquella hinchazón.

Por esta época recuerdo que fue cuando cantó misa don Gabriel el cura, que como mi madre era prima hermana de la hermana Plácida, nos tratábamos como familia lejana, pero nos tratábamos bien. Y debido a la celebración de su primera misa lo invitamos a comer y los juntamos los de mi tía Vicenta, los de mi tía Paula, los de mi tío Desiderio y los de mi tío Cruz.

Recuerdo que comimos tomate frito con carne tierna de cordero.


Casa los Frailes

Cuando mi padre se fue a la Casa de los Frailes, que sustituyó al hermano Bigote, aquí mi padre estaba ya muy cascado, se sentía bastante de la reúma. Tanto es así que yo me tiraba meses enteros con la yunta de mi padre y en la simienza me tiraba otros dos o tres meses , o sea que la mitad del año iba yo con la yunta de mi padre.

Aquí dentro de las aventuras que lleva consigo la vida, teníamos algunos ratos que nos lo pasábamos bastante bien.

Recuerdo un día que estábamos en La Hoya el Gorrino haciendo lomillos y José María Salas, que era el ayudaor, estaba enfermo y mandó a su hermano Ruco en su puesto y Valentín que estaba con una yunta que había de sobreras nos juntamos con estas dos piezas. Cada vez que íbamos a beber agua, como cada uno está en su tajón, para ir al hato a beber, teníamos que pasar por los distintos tajones –yo creo que Valentín lo hacía mejor que Ruco– y le decíamos a Valentín: "dile a Ruco que si no le da vergüenza de hacer eso", y cuando se lo decía le contestaba Ruco: "vamos a ver lo que haces tú"; entonces Valentín seguía diciendo “calla, leaciau, eres un libecho" (Calla, desgraciao, que eres un desecho) y, con las manos en la cabeza, continuaba : “¡Ay! e mío que eaciau” (¡Ay, Dios mío, qué desgraciao!) . Total, que nos dábamos la padre a reír.


Molino de las Monjas (cercano a la Casa los Frailes)

Otras temporadas me las tiraba asurcando durante dos o tres meses, o sea me tiraba todo el año trabajando y en cuanto al sueldo no recuerdo muy bien,  pero sería tres o cuatro pesetas. También segábamos alfalfa y otras muchas cosas más.

Otra obligación que teníamos era recoger los huevos y en esto sí que teníamos problemas pues como es sabido los huevos son muy golosos. Habría unas doscientas gallinas y tantas mujeres allí. No había día que no cogiéramos a alguna quitando huevos y teníamos que librar algunas cuestiones sobre este asunto.

Antonio Gorreta estaba allí con el hermano Caquito con la muletá que había cuarenta o cincuenta, y un día lo vi escondiendo huevos aunque él a mí no me vio. Desde ese día lo seguía viendo … y el sábado cuando se iba al pueblo, se los llevaba. A mí me costaba decírselo porque éramos amigos,  pero tampoco me quedaba tranquilo sin hacer nada, así es que no tuve más remedio que contárselo a mi padre y él se lo contó al mayordomo y estudiamos la forma de abordarlo y así un sábado cuando Gorreta iba para el pueblo, en medio del camino se tropezó con el mayordomo y de esta forma nadie supo quién lo descubrió y nosotros seguimos siendo amigos.

Otra historieta que recuerdo, cuando se murió no sé qué familiar de don Paco, es que toda la servidumbre se fue al pueblo al entierro y nos quedamos en la casa este Gorreta y yo.

Este comía con el tío Caquito y al estilo pastor: por la mañana se almorzaban las gachas y hasta la noche medio pan seco para todo el día, o sea, que pasaba hambre; y claro, este día, al quedarnos solos los dos -después de darles agua y echarles de comer a tantos animales- serían las diez de la mañana, con las hambres que tenía y vernos los dos de amos, él tenía mucha confianza conmigo, y le digo: "hoy vamos a comer lo que tú quieras, tú mandas". Total, empezamos a guisar y freímos diez chorizos, y una docena de huevos. Total que se puso morado.

Luego no comimos hasta las tres de la tarde, y todo esto, luego cuando ya no estábamos juntos, siempre que me veía me recordaba aquel día.


Fragmento del texto original.


Tuvo muy mal fin pues con la de veces que se caería de los caballos y nunca le pasó nada y por fin murió de una caída de una yegua.

Seguimos en la Casa los Frailes. Un invierno, no recuerdo exactamente cuando –sería más o menos sobre el año treinta- en esta época los tractores que había eran con las ruedas de hierro y con unas uñas que no se podía ir por los caminos de los golpetazos que pegaban y este año Don Paco pensó de arromper todas las vegas.

Buscó uno de San Clemente que tenía cincuenta caballos, que, por cierto, era de un señor que se llamaba Honorio; pues bien, ya llegó el momento que vino el tractor y empezó a arromper vega –que estaba vega todo lo que cogía a un lado y al otro del río- y al segundo día dijo el tractorista que necesitaba a un chaval para que le desembozara los arados y en este caso, el mayordomo y mi padre, decidieron que fuese yo.

Así estuve seis meses, que estuvo arrompiendo, casi todas las vegas que había y como es de suponer el tractorista me enseñó a conducirlo. Cierto que todas las noches teníamos que quitarle el agua y por las mañanas teníamos que calentar el agua para poder ponerlo en marcha , a base de manivela –que estaba durísima- y recuerdo que todas las noches le quitábamos los platinos para que no se lo pudiesen llevar, porque el tractor se quedaba todas las noches en el tajo.

Como es sabido, el molino de Las monjas, está a cuatro pasos de la Casa Los frailes y en cumpleaños y Pascuas y otras fiestas que se celebraban antes, los aldeanos nos juntábamos por las noches para celebrar algún cumpleaños.

Recuerdo en un cumpleaños de Pilar, que fuimos por la noche a felicitarlo y fue cuando Pilar dijo este chiste: "estás como estás, con el culo atrás”. Pasábamos en este plan la sanochada con habas tostadas y cuatro vasos de vino se pasaba bien, dentro de lo que cabe. Como no se conocía otra cosa, pues ¡encantado!


A la derecha, en un cerrete, la casa los Frailes.

Otro día que mató el cerdo el Capellán, que era el mayoral que tenía Tortosa en la casa La Somala - que por cierto era de Alarcón- y tenía una mujer que era así de estas que se rasca detrás de la oreja. En cambio él era un gran labrador y muy vivales. "Bueno, venimos a que nos eches un somarro, y a que nos invites". "¡Cómo!, ¡eso está hecho!". Total, nos comimos un somarro, nos echamos cuatro vasos y a acostar.

Así pasamos el tiempo en invierno, que en verano, nada.

Algunas veces también fuimos a la casa del tío Pinela y formábamos cada baile que encendía lumbre; por esta época fue cuando pretendí a la Teresa y fuimos novios, pero muy poco tiempo, era así … cómo diría yo … un poco creída y no seguí.


Fragmento del texto original


Seguimos con la vida cotidiana y las faenas.

Pegando al río había dos fanegas de alfalfa y la segábamos la Pepa la Malena, la Lucrecia, la Milagros y yo. Recuerdo que estaba allí el hermano Peludo -el padre de el del bar Conejo para regarla- y cuando la segábamos hacía como de capataz, y se cabreaba mucho y tenía razón porque no hacíamos nada más que jugar; siempre de cachondeo.


[En el tercer y último capítulo, los recuerdos de Luis en la casa de la Somala y Villanueva de Castellón].

©María Olmo Ruiz

1 comentario:

  1. Muy chulo...!!! Es encantador leer estas cosa. Es como estar almorzando en los ajos con mi padre y sus amigos. Siempre contaban historias como estas de cuando estaban en la aldea y aunque todos sabemos que eran tiempos muy duros , ellos las contaban con ilusión añoranza, como si hubiesen sido tiempos muy buenos.
    Gracias por compartir todo esto, es muy entrañable.

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