por José Vicente Navarro Rubio
Calcio, hierro y magnesio
y paremos ya de contar
todas esas son propiedades
que los ajos nos pueden traspasar
con solo comerlos
ya sea al mediodía o a la hora de cenar,
fritos, asados, hervidos o al natural.
Los esclavos egipcios se lo comían
como si fueran goma de mascar,
así son de altas las pirámides
y así han perdurado y perdurarán.
Los hindúes y babilonios
decían que su ingesta producía
milagros difíciles de identificar
tan importantes o mayores
que los que hace la Santísima Trinidad.
En batallas con muchos heridos
y a falta de antibióticos para desinfectar
el ajo vino a ser ¡que barbaridad!
un excelente antiséptico
usado en la Primera Guerra Mundial.
Buenos son de comer,
peor de cavar y del campo arrancar
pero una vez arreglados
y dispuestos para mercar
da gustos verlos en sus bolsitas
como si fueran peladillas o mazapán.
Pica que te pica
el novio a la novia
quiere besar
y es que de tantos ajos comer
el mozo tiene la livido
que da susto hasta pensar
como la moza de sus brazos podrá escapar.
Plinio el Viejo que de todo escribía
allí en la Roma Imperial
aseguraba que el ajo venía a curar
sesenta enfermedades, ni una menos ni una más
y dejó un escrito que decía
que de Roma nadie se podía marchar
sin comerse una buena cabeza de ajos
de Las Pedroñeras en la Hispania Central
y beber conditum paradoxum o lo que es igual
vino, miel, pimienta negra, laurel, dátil, lentisco y azafrán.
Con todo esto
que les acabo de contar
se me olvidaba hablar
del ajo de Las Pedroñeras,
que de todos los ajos
es el más especial
por su color morado,
de tanto llorar,
y por su aporte energético
tan espectacular
que la viagra por aquí no se suele utilizar.
©José Vicente Navarro Rubio
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