Nuestra querida amiga Ofelia Guijarro Martínez ha querido compartir con nosotros esta triste noticia que ha supuesto la muerte de este pedroñero del que pocos tendrán noticia en su pueblo natal. La sentida carta de despedida escrita sobre su figura por el doctor Sánchez del Campo (catedrático de Anatomía de la facultad de Medicina) la hacemos acompañar de un vídeo en que se nos habla de quién y de cómo era Isidoro Sánchez de la Blanca y en donde él mismo habla. Os dejamos todo ello por aquí.
“Adiós, Isidoro”
Hoy 16 de abril del 2020 ha fallecido Isidoro Sánchez de la Blanca Técnico de Disección en el CEU, Universidad de Alicante y Universidad Miguel Hernández. No creo que haya ningún profesional de la medicina de Alicante que no lo recuerde, quizás si a alguno de sus profesores, pero no a Isidoro. Es más, seguirán hablando de él de generación en generación cuando se reúnan y cuenten mil y una anécdotas basadas en él, por lo que sin duda pasará a la historia como una figura mítica.
Natural de Pedroñeras, Cuenca, de familia de agricultores recaló en Alicante con su mujer justo cuando empezó la actividad el CEU de Alicante y ejercía como bedel de dirección siendo el director del CEU el físico óptico Mariano Aguilar. Al empezar Medicina, no había ni sala de disección ni personal técnico para Anatomía. Se convirtió el polvorín de la base militar en una sala de disección y con una sola clase practica fue capaz de la preparación de cientos de cadáveres con una maestría extraordinaria. Era como una esponja que absorbía todo aquello que estudiaba. Nunca devolvió un cadáver. Tanía un habilidad y destreza impresionante, ayudaba a los estudiantes como un profesor más, al tiempo que empatizaba con los alumnos como uno más. Sus bromas, sus cantares, sus increíbles belenes que montaba en Navidad, su simpatía, su cordialidad hicieron de él quizás el más conocido y querido de nuestra Facultad. Siempre alegre, nadie le oyó ninguna queja. Su hija Mariángeles hizo Medicina y, tras el mir, Traumatología, siendo un buen especialista. Su hijo Alfonso siguió la profesión paterna y heredó los atributos del padre siendo, como él, un gran técnico de disección. Un día, Isidoro se puso amarillo y pensamos en la posibilidad de una colelitiasis, una hepatitis. Pero no, se trataba de un adenocarcinoma de páncreas. Fue operado y fue uno de esos pocos casos que logró vencer a tan terrible enemigo.
Pasaron los años y el buen Isidoro recobró la salud y la energía que siempre tuvo. Se retiró a una casita donde podía volver al cultivo de la tierra, en que, como en tantas cosas, era un experto, y a disfrutar de su mujer y de sus nietos. Pero de vez en cuando volvía a su Facultad, a abrazarnos con todo el cariño que nos profesaba y que sin duda era recíproco.
Comenzaba estas palabras diciendo “adiós, Isidoro“, pero debiera haberle dicho hasta luego, pues como siempre he pensado, tras la muerte desaparece eso que llamamos tiempo. Para él ya volvemos a estar otra vez presentes, aunque para nosotros quede todavía un tiempo que rogamos sea lo más largo posible. Hasta entonces, un abrazo, Isidoro.
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