EL TÉRMINO DE EL PROVENCIO Y SU CONSOLIDACIÓN COMO VILLA
(con el resto de los pueblos como telón de fondo)
Hay un caso similar. Era Santiago el Quebrado, pues, aunque la torre de homenaje, junto al castillo que levantó el doctor Pedro González del Castillo, dio nuevo nombre al pueblo, los lugareños siempre llamaron Santiago a la pequeña aldea junto al castillo y Quebrado al lugar geográfico. Así lo seguían haciendo a mediados del quinientos. Quizás el nombre de Santiago, que se ha relacionado con la orden militar del mismo nombre, tenga su origen en un topónimo, el del monte Santiago, que en las mojoneras se confunde con el cerro Rubielo. A medio camino entre este cerro y la peña Parda, junto a unos molinos de la ribera del Záncara, se erigía el rollo de Santiago de la Torre, símbolo de su jurisdicción.
un mojón que está ençima del monte Santiago que está e se dize del Rruvielo e que dende allí va otro mojón que está çerca del rollo de Santiago hazia la parte de los molinos el rrío arriba que se llama el mojón de la peña Parda
Pero Santiago el Quebrado era un caso peculiar y diferente a El Provencio. Santiago el Quebrado era un donadío, una hacienda o heredamiento concedido a una persona por donación real[12]. El beneficiario fue en un primer momento Rodrigo Rodríguez de Avilés, mayordomo y administrador judío de rentas del señor de Belmonte, para pasar después por compra al doctor Pedro González del Castillo en 1429. Por tanto, Santiago el Quebrado fue propiedad de un señor, con unos límites territoriales otorgados por concesión real en las tierras orientales del suelo de Alarcón (aunque en la versión romanceada del fuero de Alcaraz, las labores de El Quebrado quedan integradas en esa Tierra), que ya se descomponían por las aspiraciones territoriales de los señores de Belmonte. La Alberca, Robledillo del Záncara o San Clemente vieron como surgía esa nueva redonda en los límites aún no definidos de su futura jurisdicción, ahora simple hinterland. Santiago el Quebrado es el más vivo ejemplo de cómo una aldea, concedida en donadío, puede acabar en su extinción. Rodeada de otros experimentos repobladores como el Amarguillo, Robledillo o Záncara, todos ellos abortados. Solo gozaron de cierta estabilidad el Robledillo y El Quebrado, que durante el siglo XV fueron núcleos con solida existencia. El Robledillo, cedió ante el empuje de Las Pedroñeras; El Quebrado, ante las presiones señoriales de los Castillo Portocarrero. Sus moradores ligaron su existencia a la de su señor. Los Castillo Portocarrero abandonaron el castillo para fijar su residencia en Santa María del Campo. A comienzos de siglo XVI, unos moradores sin oficio ni beneficio, ejercían de pastores o labradores a soldada al servicio de provencianos y sanclementinos. Hernando Colón encuentra ya un lugar semiabandonado de apenas treinta vecinos en 1517, otros lugares próximos, como Martín Vieco, ya están despoblados[13]. El viejo lugar caerá en la influencia de El Provencio; se aceptará el mojón de Aldea Vieja entre ambos pueblos y las tierras limítrofes de dudosa adscripción entre las dos villas, pagará la alcabala en El Provencio. Pronto del viejo lugar solo quedará el castillo, utilizado como mazmorra, y unas pocas casas de renteros. De la iglesia, donde quería ser enterrado el doctor Pedro González del Castillo, una simple ermita.
El Provencio vivió una suerte diferente a El Quebrado. Su historia era diferente, era parte de la vieja Tierra de Alcaraz. Su situación geográfica era diferente. Rodeado de amplias zonas, aptas para el cultivo; era más que nada una puebla nacida para colonizar un espacio. Sin embargo, era una tierra sin montes para el aprovechamiento comunal en el norte (Majara Hollín era común de toda la tierra de Alarcón) y había dificultades para encontrar una dehesa carnicera. La falta de comunales condenaba a los provencianos a ser una sociedad más individualista. Unos terrenos arenosos poco aptos para el cultivo de cereal le condenaban al riesgo de la plantación de los viñedos. Ese fue su gran acierto, pues el vino fue la gran oportunidad de aquellos hombres del quinientos. Sus vinos pasaban por los mejores de la comarca en 1478, los sanclementinos, fama de vino joven que no llegaba al año. Lo debieron ver también los Calatayud, cuando los ingresos de su rediezmo crecieron exponencialmente. Los conflictos del siglo XVI, serán así de una crueldad extrema, En el fondo de la crisis, el conflicto por el control del excedente generado por las viñas y la disputa por unas tierras, desechadas durante todo el siglo XV para el cultivo y ahora convertidas en maná caído del cielo. El trigo se buscaba en otras partes, lejos unas veces, pero no tanto, pues la vecina Villarrobledo había convertido sus campos en granero de la comarca y, con el tiempo, de la Corte. Conocemos la composición social en una época tan tardía como 1590: lo que hemos llamado la sociedad de los tres tercios: los desposeídos, que vivían a soldada de su trabajo, los pequeños labradores y un tercio de labradores ricos. A ello habría que sumar la pequeña minoría que vivía a costa del señor, aunque la mayoría se desvivía con sus rigores y trabajos forzados. Especialmente en los años posteriores a la muerte de Isabel la Católica.
Un comarcano que hubiera vivido después de la guerra del Marquesado nunca hubiera apostado por este tan desigual devenir de ambos pueblos, Santiago y El Provencio. Es más, en esa fecha parecía gozar de tanto o más impulso Santiago, que construía, de la mano de dos de sus vecinos, los molinos del arroyo de Majara Hollín: Diego Sánchez Coronado y Alonso de Torremocha. Entretanto sus hijos y otros pastores como Asensio Martínez y Garci López pastaban con sus ganados por unos términos provencianos que apenas estaban salpicados de viñas. El decaer de los vecinos de Santiago de la Torre se hizo evidente cuando se sumaron a la fiebre del viñedo. Ellos, que habían pastado con sus ganados los términos de El Provencio, veían ahora como esta villa les daba, señalaba, cerraba y vedaba bajo su licencia parte de sus términos para que pudieran plantar sus majuelos.
El Provencio nunca tuvo término definido ni amojonado con San Clemente, ni con Minaya, ni con Las Pedroñeras, que se arrogó el término de Robledillo de Záncara, ni con La Alberca. El resto de las villas gozaban de esos términos de tiempo reciente, bien por concesión señorial, caso de San Clemente o Minaya (originalmente, otra puebla fundada por don Juan Manuel), o bien por la nueva fijación de términos al acabar la guerra del Marquesado y el proceso posterior de exención jurisdiccional de las villas. Proceso que algunas villas aprovecharon para ampliar sus términos, como San Clemente, yendo más allá de los cinco pozos que delimitaron su término en 1459, o Las Pedroñeras, que arrebató parte del término que La Alberca tenía como suyo. Y es que sería un error pensar el término de Alarcón era algo continuo antes de la exención de las villas durante la guerra. Las viejas aldeas ya tenían como suyos términos que, de hecho, actuaban como distritos fiscales en los repartimientos fiscales de la Corona o del marqués don Juan Pacheco. Así se lo recordó La Alberca al capitán don Jorge Manrique, en unas aspiraciones territoriales que luego desbarató Las Pedroñeras, y así lo tuvo que reconocer el juez de comisión licenciado Molina, cuando definió y amojonó las villas exentas en 1483. Términos como el de Motilla, Gabaldón o Barchín (punto aparte de sus aspiraciones por las dehesas colindantes) ya estaban definidos. Únicamente Villanueva de la Jara y sus extensos territorios del sur, que en los documentos aparece por su topónimo geográfico de Valdemembra, era considerado suelo indiferenciado de Alarcón y esta delimitación difusa continuaría hasta el siglo XIX. Esta es la razón por la que, si en algún lugar fue enconada y cruel la guerra, ese lugar fue Villanueva de la Jara, tierra enemiga de hidalgos. Hay una razón más: pueblas y villanuevas eran creaciones de colonos que definían su territorio con la explotación directa de la tierra y la adquisición de títulos de propiedad por sus labradores.
El Provencio poco a poco fue definiendo su espacio y lo fue haciendo muy tortuosamente. Si vemos hoy el término de El Provencio es un espacio que apenas tiene poco más de una legua en su parte más ancha y media legua en la estrechura. Así nos lo definen las Relaciones Topográficas y tal continúa en la actualidad. Tan corto espacio, lo tuvo que ganar a pulso; fue más el logro de sus agricultores que de las bravuconadas de sus señores, los Calatayud. Los mojones entre las tierras de Alcaraz y Alarcón fueron las referencias para la definición del nuevo espacio. El viejo mojón de cal y canto que en el camino de Villarrobledo a San Clemente delimitaba ambas tierras fue apropiado por El Provencio para fijar sus fronteras. De allí al pozo de las Saleguillas y verticalmente al pozo de la Señora a La Alberca. La villa de San Clemente hubiera deseado llevar los mojones hasta la la ermita de Santa Catalina y hacer del arroyo de Majara Hollín, el actual arroyo del Charrión, el límite entre ambos pueblos, ya que daba por perdida la apuesta por el río Záncara. La villa de San Clemente ambicionaba los que los contemporáneos llamaban la gran rinconada, que, desde el mojón de Peña Parda, separación de San Clemente y Las Pedroñeras, iba hasta el pozo de la Señora, atravesando términos de Santiago de la Torre y los tenidos por propios por El Provencio. No lo consiguió. Los límites los puso la conquista de la tierra por los labradores, no los accidentes geográficos.
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