Memorias de Purificación Palomares Jiménez (2): Más recuerdos en Pedroñeras hasta la Guerra Civil | Las Pedroñeras

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sábado, 4 de junio de 2016

Memorias de Purificación Palomares Jiménez (2): Más recuerdos en Pedroñeras hasta la Guerra Civil

Purificación de joven.

En un post anterior os dejamos la primera parte de las memorias pedroñeras de Purificación Palomares Jiménez, que ahora continúa contándonos esos recuerdos que nos ayudan a saber más sobre nuestro pueblo y cómo era la forma de vida de entonces. Su infancia transcurría entre condes. Pero la historia continúa, así que veamos qué nos cuenta en este segundo capítulo.


Purificación Palomares de niña con su muñeca.


Más recuerdos: la escuela, los juegos

Recuerdo también a mi primera maestra, doña Paula; a doña Felisa, que vivía en casa de doña Virginia y ejercía por la zona de Mendizábal; a la última, doña Elena González, que habitaba en casa de Patricio, al lado de la botica, y daba clases en la plaza (su hija Elena se dedicó también a la docencia).

En aquellos tiempos se utilizaban textos para aprender como La Cartilla para las primeras letras, El Catón, manual con ilustraciones muy atractivas que contenían diversos contenidos (todo en uno), editado por el famoso cuentista Calleja. Me viene a la memoria alguna fábula como la de “La zorra y las uvas” algunos diálogos rimados como:

-¡Alto el tren! 
-Parar no puede. 
-¿Quién va en él? 
-La Humanidad. 
-¿Quién lo dirige? 
-Dios mismo. 
-¿Cuándo parará? 
-Jamás. 

 La lectura era individual y colectiva pasándonos el libro unas a otras, alrededor de la profesora en corros de ocho o diez alumnas, agrupadas según el nivel de lectura. El libro utilizado era Corazón un diario de un niño italiano del siglo XIX que nos gustaba mucho. Para escribir correctamente, teníamos cuadernos de caligrafía y la profesora nos ponía una muestra para repetirla varias veces en un cuaderno de cuadritos y copiábamos al dictado, En cálculo hacíamos cuentas, cantábamos la tabla de multiplicar y solucionábamos problemas. Aprendíamos sobre Geografía y otras materias. Hacíamos recreo en la plaza.


Jugábamos a pillarnos ("peste llevas"), al tranco, a los alfileres, a la pelota, al abejarrón, que consistía en imitar el ruido de ese insecto y evitar el mamporro del que la ligaba. Nos divertía apretarnos mucho la mano hasta dejarla sin circulación y asustarnos con aquello de que se había quedado muerta para después reírnos con todas nuestras ganas. No faltaban las gracietas de los chiquetes que nos daban con las ortigas en las piernas para hacernos de rabiar cuando paseábamos por la carretera.

La mayoría de las veces me entretenía en el patio de la casa señorial con Mª Jesús y María cuyos padres eran mayoral y chófer respectivamente de Paco Molina; lo mismo con Marina, hija de los Calero y con la más pequeña, Luz, cuya amistad se estrechó al casarse con mi primo político, Pedro Iniesta. En otras ocasiones nos acercábamos a la Casa la Era, donde la condesa tenía las ovejas, hacían los quesos y se realizaban otras labores de campo; nos gustaba subir en el trillo y dar una vuelta por la era. Cerca de allí había una cueva que hacía volar nuestra imaginación cuando veíamos salir de ella a una mujer misteriosa y corríamos espantadas. Resultó ser la vivienda de la madre de los “Molineta”.


Mi amiga del alma

Paz Martínez Rubio, sobrina del aviador laureado, fue una de mis grandes amigas. Nos lo pasábamos en grande con nuestras tonterías de adolescentes. No puedo sino sonreír cuando recuerdo anécdotas como aquella vez en la que fuimos a curiosear a la parada de La Golondrina para ver quiénes venían en ella. Nos entretuvimos y llegué tarde a casa. Paz sabía que mi madre me regañaría y al día siguiente al encontrarnos me preguntó qué me había dicho mi progenitora, a lo que le respondí que me había dado con el soplillo. Ella espetó: “¿Qué te ha dado con el soplillo?”. Ambas nos miramos y explotamos con una risotada. Y es que, como sabréis, soplillo tiene dos acepciones una  la de 'objeto de esparto que sirve para avivar las brasas del carbón' y otra se refiere a un 'bizcochito tipo soletilla'.

Teníamos dos únicos vestidos, uno de diario y el de los domingos, así que bromeábamos con esta circunstancia: “¿Qué vestido te vas a poner?”, comentábamos, “Yo el rojo”, “Pues yo el amarillo”, y nos echábamos a reír. Éramos unas bailarinas incansables. Siempre andábamos alerta para saber el lugar donde se celebraría el próximo guateque al que estaban invitadas nuestras hermanas mayores ¿Telégrafos? ¿La casa de Beatriz? Nos colábamos en la fiesta y nos hartábamos a bailar. ¡Cómo disfrutábamos!

Otra amiga nuestra fue Alicia Gómez Jareño, quien más tarde moriría del corazón. Su hermano instó a que fuera canonizada y buscó firmas entre las amigas después de su muerte, ya  en la madurez.


Don Gabriel Iniesta, el cura

Don Gabriel Iniesta era un cura muy bondadoso y nos enseñaba canciones y poemas de temas religiosos. Algunos incluso todavía los recuerdo.


Gabriel Iniesta.


Canción

Aunque chicos y grandes se unen
contra Dios, contra Cristo y sus leyes,
Tú serás alabado por siempre,
con amor, corazón de Jesús.
Es tu ley tan amante y sublime,
que si el mundo ya la cumpliera,
ni egoísmos ni envidias hubiera,
ni amarguras en el corazón.
!Ay de aquellos que no quieren cumplirla!,
Dios es bueno, pero juez inflexible,
les dará un castigo terrible
y al infierno irán con Satán.


Poema

Estando yo dormidita,
en mi lecho placentero,
un sueño, Virgen bendita,
tuve contigo, Lucero.
¡Qué triste fue, Virgencita!
Soñaba, Virgen piadosa,
que Jesús muerto pendía,
en una cruz afrentosa.
¡Qué dolor en ti veía!
Notaba yo cierta cosa,
era miedo, madre mía.
Direte pues el porqué:
Siendo aún niño todavía
sin darme cuenta y por qué
y luego ¿quién lo creería?,
supe con tal desconsuelo, 

Don Gabriel vivía con su madre en la posada del pueblo sita en la Plaza. Esta casa era enorme, ocupaba una manzana. En la parte de arriba estaban las habitaciones, otra zona funcionaba como casino y en otra don Gabriel formaba a los chiquetes  y chiquetas del lugar. Su madre se llamaba Plácida Redondo Izquierdo hermana de Luisa, que llegó a ser mi suegra, y Carmela.

Mi vida en estos años transcurrió feliz y apacible. Pero pronto todo cambiaría.



Comienza la Guerra Civil

El día 16 de julio, fiesta de la Virgen del Carmen, cenaban en mi casa unos guardias civiles. El menú consistía en unas judías blancas y chuletas de cordero. No pudieron terminar estos manjares porque se presentaron los Guardias de Asalto que hicieron salir a los comensales. 

El bando republicano formó cuartel en la casa. Doña Asunción murió en 1936 y la Condesilla logró escapar y perecería en Málaga dos años más tarde. 

En la parte de arriba vivían los evacuados, debajo los milicianos; dos familias ocupaban cada habitación. A nosotros nos dejaron la de dormir, la del taller de costura, la cocina y la tienda. Requisaron todos los enseres con un UHP y de vez cuando pasaban a registrar. Hicimos hoyos en el jardín para esconder nuestras medallas de “La primera comunión” y alguna que otra imagen. 

Recuerdo mi vergüenza al tener que cruzarme con los soldados que bromeaban al verme. Eran muy jóvenes, casi niños, plagaditos de piojos que correteaban de pies a cabeza. Algunos lloraban recordando la pena de su madre, les llamaban “la quinta el chupete”. Esperaban el aviso para ir al frente aleccionados por la brigada cuarenta y nueve. 

En la torre colocaron la bandera republicana y desde allí un vigía atisbaba el horizonte por si se acercaban “los nacionales". En ese caso avisaría con un toque de campana. La iglesia fue quemada con sus imágenes; más tarde se restauraría. Montoya, que estaba en Madrid, compró la imagen de La Milagrosa y la dejó con nosotros hasta ocupar su destino.

Desaparecieron muchos en la contienda y se pasó mucha hambre. Se habilitó un comedor en casa de Mendizábal y yo fui una de las encargadas. 

Nuestra tienda se cerró cuando se acabó el género: lana, paños, mantas y trajes. Mi padre llegó a colgar un cartel que decía: 

“Aquí murió el fiar y el prestar también murió, pero es porque le ayudó a morir el mal pagar. Si fío, aventuro lo que es mío y si presto, al pagar ponen mal gesto. Pues para librarme de esto, ni doy ni fío ni presto”. 

Nos quedaron a deber todos los pueblos de alrededor. 

Sufrió mi progenitor una mortal enfermedad, pulmonía. En esa época se carecía de antibióticos y nos dejó para siempre. Durante estos días pasaron por el pueblo los falangistas llevando a hombros a José Antonio desde Alicante al Escorial. 

Huérfanos de padre, mi hermano se las ingeniaba para poder comprar trigo. Con una fanega, se podían hacer una buena cantidad de panes. Mi madre y yo los amasábamos y después los llevábamos al horno. Nos salían tan buenos que enseguida se los llevaban. 

Al final tuvimos que emigrar a Madrid ya que estábamos arruinados y el conde consorte iba a vender la casa. Mi novio, Eduardo, nos acompañaba.



Purificación Palomares y su entonces novio, Eduardo Moreno. 

Lee la 1ª parte de estas memorias AQUÍ

Autora-transcriptora: Purifiación Moreno Palomares

2 comentarios:

  1. Me están encantando estas memorias, Puri. ¡Qué pena no tener una foto de tu madre y la mía juntas! ¡Qué gran amistad tenían!
    Muchas de las cosas que cuentas ya las sabía a través de mi madre.

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    1. Puri Moreno Palomares4 de junio de 2016, 12:14

      Pues sí. Ahora le encanta hablar de ello conmigo . Se siente como en la infancia,feliz recordando. Le enseñé la foto de boda de tu madre. Besos y recuerdos a tu madre.

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