Estos días he estado repasando y revisando (con la ayuda inestimable también desde Madrid de mi amigo Fabián Castillo) el libro sobre la toponimia pedroñera, que, a la vez, ha terminado siendo un libro de historia de nuestro pueblo, de su origen al menos, y de la impronta que esa historia local dejó en los nombres de nuestro campo. El trabajo es ya tan abultado que habrá que publicarlo cuanto antes, no sea que se me vaya de las manos... y me conozco. Tanto Fabián como uno mismo pensamos que esto no puede guardarse en un cajón. Pero a lo que vamos; que, una vez concluido el repaso con el añadido del visto bueno, he entrado otra vez a meterle mano al diccionario, que este lo retomo solo a ratos, lo dejo, lo tomo, lo vuelvo a dejar... Vamos, que si fuera novia ya me habría mandado a tomar viento. Eso sí, siempre lo llevo en mi pensamiento (y en mi corazón; ¡son ya tantas horas juntitos!).