FEDERICO EN LA HUERTA.
Te he respirado, Federico,
en el aire de tu casa.
He tocado con cuidado,
tu mesa de poeta
He intuido tus tormentos
y tu calma.
Y tu alegría
al brotar de las palabras,
esas tan bellas,
justo las que buscabas.
He querido quedarme presa
entre tus paredes amadas.
Y sentarme en tu cuarto,
a tu mesa, escribiendo a tu dictado,
todo lo que se te quedó en el alma,
por tu vil asesinato.
Pero he tenido que marcharme,
la delicia es siempre limitada.
He dejado contigo,
paseando entre la casa fresca
y la brisa cálida del jardín,
uno de mis fantasmas.
Uno de mis perplejos espíritus
que se me ausentan
y se me cambian,
a veces, para siempre, de morada.
Si nos dejaran tranquilos,
podríamos hablar de tu Yerma,
y de tus gitanas.
Y de sangres prematuras
que vertidas por cobardes,
claman la venganza del recuerdo,
que no cesará.
Y hablaríamos de todos los libros
solo pensados
de teatro, de tu Barraca,
de los poetas que quedaron eternos
como tu,
entre el ayer y el mañana.
Te he respirado Federico,
©Teresa Pacheco Iniesta
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