Nuestra amiga Purificación Moreno Palomares, del grupo de Facebook "No eres de Pedroñeras si..." nos regala esta antigua fotografía de familia, anterior a 1920. En ella, aparece su abuela junto a sus hijos, de izquierda a derecha: Pepa, Carlota (en mantillas), Eduardo y Mercedes. Luego vendría otros: Amparo y Purificación, madre esta de nuestra colaboradora.
Carlota Jiménez Remacha, su abuela, procedente de Mil Marcos (Guadalajara), tenía su tienda en la casa de la condesa de Colombí, doña Esperanza Contreras, mientras que su marido, Eduardo Palomares Zafra (de Enguera, Valencia) se dedicaba a la venta de paños, abrigos, mantas... por los pueblos. Poseía un telar en Enguera, su pueblo. Ellos vivían en la planta baja de la casa de la condesa a cambio de tenerla abierta. En cualquier caso, la condesa tenía su mayordomo, que no era otro que el hermano Juanillo (por cierto, Ángeles, la del "Vaquero" era la niñera del conde). Eduardo, por otro lado, se ocupaba, además, de recoger lana de las ovejas y transportarla a Enguera, su pueblo, en sacos que se llevaban en un camión. En Utiel, por ofrecer otro dato, poseía también un taller de cerámica. En la misma casa de la condesa tenían una tienda de telas, que llevaba Carlota, y de ahí que adquiriese el sobrenombre de "la Pañera".
Carlota vivió en casa de la condesa hasta la Guerra (doña Esperanza murió en 1938), antes de trasladarse la familia a Madrid. Nos cuenta Puri que su madre, que aún vive, solía jugar mucho con Pepito, José Mª Gutiérrez Contreras, que fue 5º conde de Colombí (por aquí os dejé la genealogía de estos condes), único hijo que doña Esperanza tuvo con su marido. En 1928, la condesa pidió a Eduardo ser su mayordomo, pero este no pudo aceptar el ofrecimiento debido a su trabajo. En cambio, quedaron como caseros. Siempre vivieron en la casa grande de los Colombí, la de la calle Montoya que fue antiguamente de la Tercia, después de trasladarse desde la pequeña (en la calle Cea Bermúdez) en que estuvieron de alquiler.
La foto -no os lo tengo que decir yo- es hermosísima y, como puede comprobarse, el fotógrafo un auténtico profesional. Fijaos cómo consigue que los niños miren hacia un "pajarito" situado en lugar distinto al emplazamiento del objetivo, mientras que la madre, que cobra especial relevancia al situarse no solo sedente, sino en el centro de la escena, mira directamente al objetivo de la cámara. Todo parece natural, pero en el fondo cada posición está ensayada, calculada con precisión artística: el rostro, los gestos, la posición de las manos y lugar que cada uno de los retratados ocupa. Siempre tengo presente esa greguería de Ramón Gómez de la Serna que decía "El fotógrafo nos coloca en la postura más difícil con la intención de que salgamos más naturales" (podéis leer muchas otras por aquí).
Llaman también la atención los preciosos trajecillos de época con sus puntillas, y los lacitos. Los adminículos y detalles, como esos aros de juguete, posiblemente fueran propiedad del fotógrafo, pues en una foto contemporánea de mi abuela con su hermano creo reconocer ese mismo aro, el más grande. La usé sin pensármelo para la portada del libro sobre el folclore infantil de nuestro pueblo. Por cierto, seguro que en color hubiésemos apreciado lo colorinesco de ese juguete. No obstante, este sepia le otorga esa pátina de elegancia de la que carece la mayoría de las fotografías actuales, como esos coloretes y retoques de las fotos pintadas que suponen un importante realce estético. A mí me encantan, desde luego. Creo que si los fotógrafos actuales recobraran aquel modo de retratar, lograrían acaparar la clientela que agradece también el arte en la fotografía.
Os pongo también la portada de ese libro en la que aparece mi abuela y su hermano. ¡Qué fotos más chulas!
ÁCS
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