El lunes 21 de octubre de 1918 veía la luz en El Sol (valga la paradoja) un artículo sobre el ajo del insigne periodista por aquella época Mariano de Cavia, dos años antes de su muerte, en 1920. Su título: "Nueva y salutífera ristra de ajos". En él, como leerán, el autor, haciendo gala de su estilo y buena pluma, se hace eco de las bondades del ajo. Como el artículo me ha gustado lo suficiente, lo he transcrito aquí para dejarlo archivado en este blog de Pedroñeras, Capital del Ajo. ¡Cómo no! Espero que os guste. No menciona el ínclito autor a nuestro pueblo, pero vale la pena solazarse con su beneficiosa y salutífera lectura.
Nueva y salutífera ristra de ajos
Nadie ignora que la Naturaleza, la siempre sabia Naturaleza, rara vez deja de poner la triaca junto a la ponzoña, el remedio junto la enfermedad.
Para el hombre, el busilis está en descifrar esas discretas y calladas rectificaciones que la Naturaleza se impone a sí misma.
Más discreto parece que sería suprimir el mal, y así se no haría falta el remedio; pero no perdamos el tiempo en escrutar lo inescrutable.
Averiguado y comprobado (hasta que los doctores nos digan otra cosa) que el morbus hispanicus, llamado ya spanish ziep por los alemanes del siglo XVI, es un producto eminentemente indígena, había que averiguar y comprobar con qué otro producto abundantemente peninsular acude la sabia Naturaleza al remedio del daño.
Como frecuentemente ocurre, lo teníamos a dos dedos de la nariz y no nos habíamos enterado.
Y eso que el villano -como deía una vez Isabel la Católica en su yantar- disfrácenlo como lo disfracen, siempre se da a conocer por el olor.
Ante esta evocación histórico-culinaria, al punto habrá caído el lector en la cuenta de que tenemos ajos en la mesa.
¡Los tan honrados, benéficos y españoles como calumniados ajos!... La villanía de los ajos y de quien se harta de ellos no pasa de ser una remilgada aprensión del Renacimiento. En los tiempos anteriores, como dijo nuestro gran satírico,
carnero y vaca fue principio y cabo,
y con rojos pimientos y ajos duros
tan bien corrió el señor como el esclavo.
La epidemia reinante nos retorna a aquellos tiempos de celtíbera rudeza. Desde el último gañán al primer agricultor del Reino, todos rendirán al ajo tributo de amor y gratitud... engulléndoselo en la forma que más le plazca, aunque su virtud terapéutica se halla principalmente en su estado natural.
¡Por vida de los ajos de Corella!, como dicen los de Navarra y Aragón. A dos dedos de las narices tenían nuestros Galenos el allium, cuyas [benéficas] propiedades creo que ya señaló Plinio el Viejo, y ninguno reparaba en el sencillo remedio que la Naturaleza nos brinda contra este morbus Hispanicus que tan terriblemente "europeizado" ha vuelto a su país natal en el presente Otoño.
Un digno ciudadano, cuyo nombre siento desconocer, se ha dirigido de oficio al gobernador de la provincia de Guipúzcoa, participándole "que ha logrado curarse de la gripe, comiendo en crudo dientes de ajo, y que con igual tratamiento se ha curado toda su familia".
Y añade: "Estoy seguro de que el enfermo que coma cuatro dientes de ajo crudo por día, en cuarenta y ocho horas quedará curado".
Supongo que no estorbarán, antes bien coadyuvarán a la curación, los guisotes y condimentos nacionales en que el ajo sirve de wagneriano leitmotiv: desde las nunca bien ponderadas sopas de ajo hasta el sabroso ajoarriero, desde el ajo blanco hasta el ájili-mójili, desde el ajolio aragonés hasta aquel all-y-oli lemosín que el duque de Richelieu halló tan de su gusto en Mahón, traduciéndolo elegantemente al francés con el nombre de mayonnaise.
Todo esto, amén del ajo crudo, va a ponerse tan de moda como la pícara dolencia que tantos estragos cauda: pero ¡ay! sospecho que apenas cunda la noticia, toda España va a saludar a los salvadores ajos con aquella exclamación que la leyenda atribuye a Don Jaime el Conquistador en el asedio de Valencia: ¡Cars alls! ¡Cars alls!
De donde, según la misma pueril conseja, viene aquella interjección, eminentemente hispánica, sobre la cual compusieron varios ingenios la célebre Ristra de Ajos. [Se refiere el autor a la formidable obra del doctor Thebussem, a la que seguiría una Segunda Ristra de Ajos cuya lectura también aconsejo].
Sí, por cierto. Con algún temor -por lo que atañe al empecatado problema de las subsistencia- doy a la publicidad estas noticias, con ser tan honrosas para el patriótico ajo como beneficiosas para la "humanidad doliente".
¿Recuerdan ustedes lo que allá en la primavera pasada, cuando las primeras arremetidas del mal de moda, ocurrió con el precio que alcanzaron los limones? Pues prepárense a otra subida mayor en el precio de los ajos. Ni el acaparador ni el mercachifle se duermen en las pajas.
Cuando estalló la guerra, los ajos estaban en Madrid a 15 y 20 céntimos el kilo. Ayer domingo 20 de Octubre estaba el kilo a 75 céntimos.
Si los enfermenos gripales, los aprensivos y los precavidos dan en consumir ajos a todo pasto, antes de una semana (¡cars alls, cars alls!) van a estar los ajos en toda España al precio del salmón de Alagón, que costó a onza la onza.
¿Qué importa después de todo? Para eso ¡por vida de los ajos de Corella! están rebosando de oro los sótanos del Banco de España: y si todos los ventripotentes consejeros y colegas de Don Lucio del Cupón cayeran en cama con el mal reinante, veríamos pagar las ristras de ajos como collares de perlas y cintillos de piedras preciosas.
A los pobretes no nos quedaría más que el olor; mas, por fortuna, la Dirección de Sanidad vigila, y no habría de faltar su protección al farmacópola que elaborase la ajiolina o el ajionol, poniendo la esencia de las cabezas de ajo al alcance de los que no pudiéramos comer los ajos en la forma que más arriba queda empíricamente especificada.
Mientras tanto, lector amado, salud te dé Dios, con o sin gusto por los ajos. Y ¡salud también al ajo indígena, aunque con estas noticas lo encarezcan los logreros que están en el ajo!
Nuestros abuelos decían "Ajo crudo y vino puro pasan el puerto seguro".
Verdad muy española; pero con esto de la guerra el vino puro ha sido para Foch, el ajo crudo para Hindenburg, y a nosotros no nos quedan más que los ajos verbales -¡ajo, ajito!- con que suelen romper a hablar las criaturas y aquellos otros que más de una y de dos veces, como único resto de la energía nacional, han resonado en pleno. Consejo de Ministros.
Mariano de Cavia
©Ángel Carrasco Sotos
No hay comentarios:
Publicar un comentario