FELIPÓN Y LA PERNOSEÑA - Capítulo 50 | Las Pedroñeras

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miércoles, 12 de abril de 2023

FELIPÓN Y LA PERNOSEÑA - Capítulo 50


por Vicente Sotos Parra


Mirad lo que le pasó a Felipón con Pepita, la pernoseña, con dieciocho años ella y veinte él. Yo no sabía que los tenía. Nadie había reparado en eso. Ni doña Elena ni su hermana que era también maestra en aquellos tiempos en el lugar, ya viejecitas y solteronas, ambas con setenta años cuando se les entregó a Pepita. Había venido  para acompañarlas a los siete  años cuando se le murió la madre. Murió o dio a la hija, que es lo mismo que morir. Pepita crecía. Su adorable tipo manchego se pulía poco a poco de las vaguedades físicas de la adorable infancia. Diez años, catorce años, quince… al final dieciocho en mayo pasado.

Pero Pepita seguía con siete, por lo menos en lo que respecta a la dulzura de su alma. Servía a las dos solteronas con la misma fantasía caprichosa de la edad. A veces limpiaba bien la casa, a veces mal. En ocasiones se le olvidaba hacer los recados que le mandaban las dueñas de la casa. Y en el cuarto acariciaba con la misma ignorancia de madre a la misma muñeca que no sé cuánto tiempo tenía; se la regalaron cuando ella llegó a la casa. Pepita, toda una muchacha ya, era gentil de pureza infantil. Que las purezas como las morales son muchas y diferentes… cambian con los tiempos y con la edad, no debería ser así, pero es así, y no hay nada que discutir.

Ella era una mujer hermosa y joven con un  cuerpo cimbreante y flexible más deliciosa de mirar que un peral en flor. Su tez brillante más que una moneda de oro recién cuñada. Resultaba difícil soñar con una chica como esa o semejante preciosidad; solía saltar y retozar como una cabritilla o un ternero que corre tras su madre; su boca era dulce como la miel o el arrope, o como una manzana colocada sobre el heno, y alta como un mástil y erguida como una flecha. Más hermosa que un lirio en su talle verde y más lozana que el mes de mayo en su florido esplendor.

Pero con dieciocho años Pepita poseía la pureza de los niños. Saludaba a la vecina cuando cada día se juntaban barriendo la calle. De tanto en tanto se paraba unos minutos para hablar con Maruja. Pero no tenían tema del que hablar. Con esas despreocupaciones de vivir y de disfrutar de la vida, como no podía reparar en su propia juventud, el único que reparó en eso fue Felipón. Solía pasar por la calle Montejano con su bicicleta y para que ella se fijara, le tocaba el timbre con aquel sonido tan particular de tlindliirim dlimdlrim de su BH.

--Buenos días.

--Buenos días.

--¡Qué lluvia!

--¡Un espanto!

--Hasta mañana.

--Hasta mañana.

Un día que vio que Pepita volvía de casa del hermano Rumí. Esperó con toda naturalidad; no era ningún maleducado. El sol daba de lleno en el cuerpo que estaba llegando. Fue entonces cuando Felipón reparó en el cambio de Pepita, era otra enteramente mujer con piernas bien delineadas y dos senos agudos conteniéndose en la lisura de la blusa, como el rubí, del anillo dentro del guante. Felipón no vio nada de eso. Ni aquel color de manzana amorenada limpia… ni aquellos ojos de esplendor solar. Felipón reparó apenas en que tenía malestar por dentro y concluyó que el malestar provenía de Pepita. Era la que le estaba causando eso, no tenía dudas. Derramó una risa perdida por la cara. Se fue atontao. Sin decir bien ni siquiera “buenos días”. Pero desde entonces hacía todo lo posible por verla y la rondaba, aunque fuera desde la calle de enfrente.

Empezó a tener más ganas de que llegara el domingo para a acompañar a su madre y a su tía a misa, pues Pepita y las dos ancianas no fallaban, siendo este el momento de poder verla más despacio llegando a quedarse  embobado mirándola.

Felipón era casi una rosa también. Solo que tenía a su madre. Y eso le enseña a uno. Y tal vez a causa de los veinte años, y que había llegado a esa edad sin contacto con mujer, pero los sueños lo atizaban, vivía mordido en impaciencias cortas. Los domingos por la tarde jugaba al futbol en el equipo del lugar. Cuando descubrió que no podía más vivir sin Pepita se lo confesó todo a su madre.

--Pues cásate, hijo. Es una muchacha buena, ¿no es así?

--Si madre.

--¡Pues entonces cásate!... Y si la muchacha es buena…

Esa tarde las dos viejas recibían la visita avergonzada de Felipón. ¡Cómo le costaba hablar de esto! Al final, cuando ellas adivinaron que ese muchacho, corto de palabras pero sereno de gestos, les llenaba para Pepita, se emocionaron mucho. Se emocionaron porque encontraron el asunto muy bonito, muy conmovedor. Y en un instante se dieron cuenta de que la niña estaba hecha una muchacha ya. Precisaba casarse. ¡Qué maravilla! ¡Pepita se casaba! Iba a tener hijos. Ellas serían la madrinas… casi se desvirgaban del gozo de ser madres de los hijos de Pepita. Se sentían abrazadas, apretadas, y, ¡por la santa cruz! cometían pecados en el inconsciente…

--¡Pepita!

--¿Señora?

--¡Ven acá!

--¡Ya voy, señora!

Aún no sabían si Felipón era bueno, pero lo parecía, y querían disfrutar la turbación de Pepita y del joven ¡Qué maravilla! Apoyados sobre el marco de la puerta relumbró la juventud de las dos jóvenes criaturas. 

--Pepita, fíjate. Este joven vino a pedirte en casamiento.

--¿Pedir qué?

Pepita hizo de la boca una rueda roja. Los dientes regulares muy blancos. No se avergonzó, no bajo los ojos. Pepita comenzó a llorar y se marchó hacia dentro, doña Elena la encontró sentada en el banquillo junto al fogón llorando a gritos, sollozando encogiendo los hombros desesperada.

--¡Pepita qué es eso?

--¡Si tú no quieres dilo!

--No, doña Elena, ¡NO!

--¿Cómo puede ser?

--¡Yo no quiero dejarlas solas! 

No sabiendo donde meterse empezó a llorar fuerte, ella solo sabía atender a las ancianas. Fue doña Elena la que le tuvo que taparle la boca (¡alabado sea el Señor!) para que Felipón no escuchase a la pobre Pepita.

Felipón se quedó solo en la sala, no sabiendo lo que estaba pasando allí adentro. Pero no obstante lo adivinó: que le parecía que a Pepita no le gustaba él.

Ahora sí estaba realmente aturdido. Se avergonzó de sentirse tan solo. Levantó la cabeza con paso como si tirase de un carro que apenas podía con su peso. Abrió los ojos, se dio cuenta de que verdaderamente no le gustaba a Pepita. El rechazo le produjo un gran dolor al pobre. Fue una tarde de silencio en su casa. Felipa ofendió a la chica; dándose cuenta de que eso le hacía mal al hijo se calló. 

Pepita cuando vio que de verdad no dejaba a las ancianas, tuvo un alegrón, cantó, se  sintió una gran calma y no pensó más en Felipón. Continuó limpiando la casa unas veces bien y otras mal. Continuó arrullando a la muñeca de porcelana.

Cuando solo habían pasado unos meses, las ancianas no dejaron de acudir a misa los domingos pasando por la puerta del bar de Juan Julián de la plaza. Allí la esperaba Perico con una copa de más de buena mañana mirándola de forma canalla. La invita para la noche. Ella se niega porque así no se casará. Pero él es indiferente, casarse o no casarse… Irá a pedirla. 

Esta vez las dos ancianas ni llamaron a Pepita. Hombre repugnante ¿no? ¡Cómo iban a casarla con esos treinta y cinco años?... Por lo menos de treinta a cuarenta y amarillo por el aguardiente. ¡Virgen Santa!... Disculpe, pero Pepita no quería casarse. Entonces ella aparece y dice que quiere casarse con Perico. Ellas no le pueden aconsejar nada delante de él. Despiden a Perico. Van a recoger información. Que vuelva el jueves. Las informaciones son las que nos imaginamos, pésimas. De mal carácter, poco trabajador y dado a la bebida. No sirve, Pepita llora. Se va a casar con Perico y si no la dejan, huye, las dos ancianas ceden con la muerte de su alma.

Se quiso casar y se casó. Me parece que estaba equivocada, pero no quería pensar y no pensaba. Las dos solteronas lloraron mucho cuando ella partió casada y victoriosa, sin una lágrima.

No conoció la felicidad en su vida, sus ojos lloraron tanto que un día murió ahogada por sus propias lágrimas.


(CHASCARRILLO)

Pepita no quiso a Felipón,

ya se lo dijeron las ancianas.

Hizo caso omiso a sus palabras,

por eso se ahogó, con sus lágrimas.


No hay viento favorable

para el que no sabe dónde va.

(SENECA)  


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