por Vicente Sotos Parra
Para que se vea lo que ha evolucionado la sociedad en el tiempo.
Solo hace 70 años que se hacían en las fiestas populares este tipo de fiestas y nadie se escandalizaba de que los gallos fuesen cazados por los mancebos de los pueblos. Desde luego que si lo hicieran hoy, saldríamos todos escaldaos. Se trataría de un acto vandálico, rechazado por todas las asociaciones habidas y por haber. Así el Ayuntamiento de Sagunto tiene encima de la mesa las sentencias por valor de 90.000 € por la suelta de patos en sus fiestas. Los animales se crían artificialmente, no solo su producción sino también su desarrollo. Conviven en granjas cerradas sin poder respirar aire puro, ver la luz del sol o tan solo moverse. Y lo que me llama la atención es que ninguna de estas asociaciones levanten la voz. Sí lo harían por la fiesta de la caza de gallos.
Pero a lo que vamos.
Son los años cincuenta y tantos del siglo pasado y la gente tenía que tener algún tipo de diversión, pues todo el año arriñonaooss mal comidos sin ningún escape en donde darle salida a las ansias de reírse sin que la autoridad competente no te soplase los mocos de un culatazo. En estas fiestas así lo deja reflejado el cartel anunciador facilitado por Encarna Liébana en el programa de fiestas. Que es de 1947:
“La divertida caza de gallos en bicicleta”.
El Eximo Ayuntamiento compró 15 gallos en Belmonte, se soltaron 10, los otros cinco se apartaron para hacerse una pepitoria las autoridades locales que dieron cuenta de ellos antes de que se iniciase el concurso para no desmayarse y tener al buche contento, y de esta forma no tener hambre durante el concurso.
Todo el pueblo acudió al evento en la plaza, formando un semicírculo en el cual no se podía pasar del espacio que ocupaban los bancos de la plaza, y en la parte de lo que era el bar Cecil en las escaleras se dejaban libre los dos primeros escalones pues las caídas y los encontronazos entre los participantes eran continuos por intentar coger al animal. El hambre de casi todos los participantes y de sus familias hacían que lucharan como gladiadores en el cual le iba la vida por un trozo de carne del animal, era lo más parecido a un circo romano de esos que vemos en las películas.
El palco estaba situado justo en la puerta del edificio de los jesuitas. Ocupando este los de siempre el Excelentísimo Alcalde el jefe de la Guardia Civil y el Párroco. Bien comidos y mejor bebidos, con un puro en los labios para hacer más llevadera la sobremesa.
El premio consistía: El que se hiciese con el gallo se lo llevara a su casa, además un pan, para el que menos tiempo emplease en hacerlo.
Las reglas eran claras: Se soltaba un gallo, y tres mozos lo perseguían por la plaza, no teniendo que bajarse del sillín de la bicicleta para cogerlo.
A los gallos se les cortaban las alas para que estos no pudiesen salir volando. Si alguien tenía la sana intención de cogerlo, la pareja de la Guardia Civil le recordaba con un par de hostias, que eso no se debe hacer, uno que lo intentó llegó a casa con más cardenales que en el Vaticano.
A Jacinto, que era un poco falto de entendederas y con mucha hambre, en el primer gallo se saltó la norma y los picoletos con la culata del fusil le dejaron los sexos al aire. Esto sirvió para que nadie lo volviera a intentar. Por lo que el hambre se les pasó como si estuviesen ya hartos de comer gallo.
Entre los treinta mozos estaba el hijo de Alcalde, majete, ñoño, y con las luces justas para llevarse la cuchara a la boca, y bajar el botillo de vino cuando ya no le cogía más en ella. Su papa le compró la mejor bicicleta de La Flecha de Oro de la tienda de los Pelayos. También participaron los hijos de los terratenientes todos ellos finos en modales y con las luces justas para levantar las patas cuando se encontraban con un escalón, y los había que se creían ángeles que podían volar ante cualquier obstáculo.
Las bicicletas acababan casi todas para la chatarra, pues los encontronazos contra los escalones, además de los se hacían entre ellos, y llantas quedasen hechas un ocho. Y los cuadros en tres pedazos.
El abuelo de Felipón sabía de otros años todo esto por lo que de dos aros de ruedas delanteras de galera se les hizo una cruz con varilla del doce en cada aro para que sirviera de rayos, de manillar la travesera de una esteva, de cuadro, de platina de diez centímetros de ancho y dos centímetros de grosor. De sillín un asiento de coche del garaje de los Pelayos que tenían en el corral abandonado por un accidente que se produjo en su día. Los piñones los mismos de detrás que delante lo que se dice a piñón fijo. Las bielas una reja cortada por la mitad y los pedales una abinaera cortada por la mitad y soldada al trozo de reja. Los frenos le sobraban ya que frenaba con los pedales.
El choteo del jurado, Párroco incluido, fue tronchase de risa tomándolo por pocas luces a la criatura y al abuelo de loco. Si pensaban ganar el gallo y el pan con aquello que más parecía una especie de carretilla más que de bicicleta. Artos de reír, dio la orden el Señor Alcalde de la suelta del gallo, y el muy jodío era el más grade de los que llevaban soltados. Parecía que supiese de qué iba la cosa. En el primer encuentro, cuando ya parecía que el hijo del señor Alcalde lo tenía en la mano soltó la otra del manillar dándose con el borde del escalón, cayendo de boca, dejándose unos cuantos dientes en el suelo. Se paró el concurso y el padre, no sé lo que le diría pero el mozo ya no abrió la boca, y dejándolo sin ganas de darle a los pedales el resto de tiempo, El otro componente del trío era el sobrino del Párroco que estaba estudiando en Cuenca en el seminario, muy educado y correcto el chaval pero arto de comer, sin malicia, sin interés por el premio, en este caso fue la única bicicleta que acabo sin un rasguño.
Total que la cosa era favorable a Felipón le costó conseguir el gallo pues el muy truhan se las sabía todas la marrullas.
Como si de un entrenador se tratase el abuelo le aconsejaba por dónde meterle mano, pero siempre encontraba por donde salir el muy pájaro.
Hasta que en un intento de vuelo del gallo se le olvidó que esto no lo podía hacer, y se puso a la altura de la mano de Felipón que cogiéndolo de una de sus patas lo pudo dominar y cogerlo. Lo llevó a la tribuna para que le hiciese entrega del gallo el Señor Alcalde y, del pan ya que fue el que menos tiempo gasto en reducirlo de todos los que habían participado.
Juntos, abuelo y nieto se marcharon a su casa dejando al gallo en el corral suelto.
Abuelo y nieto, el pan mojado en vino, y azúcar le supo a gloria vendita.
Más tarde se supo que el hijo del Señor Alcalde le decía a su papa.
Ya te dije papa que no quería bicicleta,
que me cansaba de darle a los pedales.
Que lo que yo quería era una moto,
cómpramelo, verás cómo les gano a todos.
Al el hijo del alcalde,
y al sobrino de párroco.
Uno se quedó sin dientes,
y el otro de gallo estaba harto.
Mientras el abuelo y nieto,
del pan con vino dieron cuenta.
Qui…quiriquí cantaba el gallo,
estoy vivo y del corral soy el amo.
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Un hombre nunca es más
grande que cuando se pone
de rodillas para ayudar a un niño.
(Pitágoras)
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