Cuando Hernando de Colón, el hijo de Cristóbal, llega a Santiago de la Torre en 1517 o algún año antes, si es que le dio tiempo a visitar tantos lugares para su Cosmografía, encuentra un lugar en irremediable decadencia: treinta vecinos lo pueblan, nos dirá, cuando ha poco tenía doscientos, en cifra tan exagerada como lo será él mismo, que el hombre intentaba emular en sus descubrimientos en España lo que su padre el almirante encontró en Indias. Sobre el declinar de Santiago no le faltaba razón, sin saber las causas. Hemos adelantado algunas de ellas, la más sugerente en estos tiempos de pandemias es la de unas aguas infectas y estancada y unos ganados transmitiendo sus enfermedades a los hombres. Causa subsidiaria de otra principal. "La revolución del año mil quinientos en la Mancha conquense" provocó la huida de los vecinos de las tierras de señorío; no hemos de pensar en vecinos agazapados y con escasos enseres huyendo nocturnamente de sus pueblos, no, sino familias que a plena luz del día destejaban los techos de sus casas y demolían las piedras de sus muros para construir nuevas casas en tierras de realengo. Quien lo relataba así era un impotente Alonso de Calatayud, que veía desmochar su pueblo de El Provencio en vano intento de crear otro en 1510: Villanueva de la Reina. Todo el mundo quería casa libre de ataduras señoriales y campos o viñas en propiedad... tierra sobraba. Era la misma tierra que los pastores santiagueros hollaban; la ruina de los pastores y sus ganados los obligó a mutar sus ocupaciones y a adaptarse a los cambios. Hoy se llama a eso resiliencia o al menos eso dicen los próceres y triunfadores de este capitalismo equinoccial, entonces era ganarse el pan, llevados los hombres de la necesidad.
Los hombres abandonaron Santiago de la Torre hacia las villas de realengo en busca de la tierra que sobraba, bien a El Provencio bien a San Clemente o bien a la arruinada, por las guerras, La Alberca. Aunque su principal destino fue Las Pedroñeras. Sin ánimo de crearme enemigos en este pueblo he de decir que Las Pedroñeras debe sus existencia histórica a Santiago de la Torre. Solo la vitalidad de los nuevos repobladores santiagueros dio el impulso a esta pequeña villa para lograr la suficiente identidad que garantizara su existencia frente a la amenaza de los Castillo Portocarrero y los Pacheco de Belmonte, con ambiciones en Robredillo de Záncara, sus molinos y sus tierras. Las Pedroñeras a comienzos del siglo XVI fue un peón más en las ambiciones territoriales de la villa de San Clemente, que quería llevar sus fronteras hasta el Záncara y se inventó un aliado en los pedroñeros para negar su existencia a provencianos y santiagueros. Aunque quienes pusieron los hombres para hacer posible ese proyecto fueron los santiagueros. El modelo fue el mismo, que por ejemplo en El Cañavate. Los pastores santiagueros, devenidos por la necesidad en labradores, explotando como renteros las tierras que los Castillo Portocarrero poseían en Las Pedroñeras (alrededor de dos mil ducados de hacienda); al faltar hombres y sobrar tierra, las condiciones de los arrendamientos eran favorables a los colonos, que pronto comenzaron a roturar otras tierras llecas y conseguir su propiedad por las ventajas forales del suelo de Alarcón. Señores y colonos se beneficiaban de la nueva situación, aunque el conflicto estalló por los usos tradicionales... y comunales. A todos les movía el interés particular, pero todos necesitaban de los viejos usos comunales: mientras la propiedad privada crecía, la comunal menguaba. Dehesas boyales empequeñecidas, mientras las bestias de labranza aumentaban; tierras de pastizal sustituidas por las viñas, en tanto que los nuevos colonos comprendían que mantener el ganado era una oportunidad de negocio para el abasto de unas villas de realengo en crecimiento desaforado, y, en fin, cosas tan simples como necesidad de esparto para alpargatas para los pies, troncos de carrasca para edificar casas o labrar arados, masiega para colchones de las camas o bellotas para comer.
Para impedir estos usos comunales se erigía ahora la fortaleza de Santiago de la Torre (o para esconder el trigo que tanto Alonso de Calatayud o Bernardino del Castillo robaban con eso que llamaban el rediezmo). No hemos de pensar en grandes mesnadas al servicio del señor ni los lugareños lo veían así tampoco. La fortaleza de Santiago estaba en manos de un alcaide y un puñado de criados armados al servicio de don Bernardino: una pandilla de malhechores a los ojos de los contemporáneos o, más bien, unos de tantos necesitados en un mundo de bribones en el que todos perseguían lo mismo, su propio interés, en el que todos se conocían o tenían lazos familiares y en el que lo común eran los tratos... hasta que los labradores se internaban en los espacios comunes que don Bernardino ahora adehesaba; entonces, y los más propicios a ser víctimas eran los pedroñeros, de los tratos se pasaba a la somanta de palos que solía recibir el intruso de los "caballeros " de don Bernardino, aunque la cosa se solía arreglar con alguna multa o embargo de algún útil, mediante la visita a las mazmorras del castillo de Santiago de la Torre, situadas en el inferior de su torre de homenaje. Como siempre, los hay con exceso de celo y dispuestos a hacer del servicio a su señor la negación de su persona; tal era un alcaide Cisneros, quizás ocupara el puesto en el umbral de los años 1520 a 1530. Este hombre inspiraba terror en los pueblos vecinos por su crueldad. Quizás (y disculpen la digresión) era como aquel guarda de Castillo de Albaráñez un cabrón redomado, un tal de la Madre, que hizo imposible la vida a mis antepasados de Arrancacepas y llegó a matar a alguno de ellos en sus aventuras nocturnas por hacerse con leña. El alcaide Cisneros, sin ser consciente, sustituía en crueldad a su señor don Bernardino del Castillo, que decidió colgarlo de las almenas del castillo y exponer su cuerpo a la visión de los labradores, no tanto porque su crueldad compitiera con el señor, sino porque se estaba quedando con las exacciones que le pertenecían. Claro que para ganarse esas rentas "feudales" don Bernardino se lo había trabajado desde comienzos de siglo; lo sabían bien alberqueños o santamarieños. ¿El principal motivo de disputa? La caza de conejos. Claro que si París bien vale una misa, don Bernardino se dio cuenta tarde que un conejo no valía la pena para desencadenar una revolución, la de las Comunidades.
Últimos libros publicados por Ignacio de la Rosa Ferrer
Felicidades Ignacio por todos tus trabajos, son muchos y muy buenos.
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