Mi infancia transcurrió en las calles aledañas a la plaza de Las Pedroñeras. Cuando salía de casa, mi madre, la hermana Pascuala "la Huevera", me decía con mucho énfasis:,"Ten cuidao, no te vaya a pillar un carro". Recuerdo que los amiguetes nos juntábamos para jugar en la calle, que era lo que nos encantaba. Jugábamos al fútbol en cualquier calle, en cualquier esquina, en la plaza... El balón lo "forjábamos nosotros, con papeles o trapos viejos y lo atábamos con una cuerda o tomiza. También jugábamos al marro, al francis, a los tres marinos en el mar y otros muchos juegos, como a la pelota a mano (el dale le decíamos) y de frontón teníamos las paredes de la iglesia, en la parte de atrás y entre capillas. También hacíamos algunas travesuras, como saltarnos las paredes del toril (que hoy es callejoncillo tras la torre de la iglesia) y, una vez dentro, hacer de las nuestras. Éramos unos trastos, pero sin maldad. Nos gustaba pasar a la iglesia para subir y bajar las escaleras de caracol de la torre. El maestro Valentín, que tocaba las campanas como los propios ángeles nos echaba fuera de la iglesia. Al paso de los años, el maestro Valentín pasó el testigo a su alumno Juan Tomás.
La noche de la misa del gallo, la iglesia se ponía de bote en bote y nos gustaba meternos entre la gente para ocultarnos hasta encontrarnos unos con los otros. ¡Era una pasada! Éramos felices con muy poco. A mí, me llamaba mucho la atención la cancela que había al entrar a la iglesia.
Al pasar, nos encontrábamos con un recibidor, que tenía una puerta con dos hojas muy altas, que se abrían para adentro y solo se abrían para sacar a los santos los días de fiesta. A los lados había otras dos puertas más pequeñas, una que se dirigía al altar mayor, por donde pasaban el señor cura, el sacristán y las autoridades del pueblo. Otra a la izquierda, para los feligreses que se dirigían a la pila del agua bendita para santiguarse. Al otro lado de la iglesia, había otra puerta, similar a la puerta principal; a esa puerta la llamaban la "puerta chica".
Esta puerta estaba cerrada todo el año ya que solo se abría en Semana Santa para entrar a la Virgen María, Jesús Nazareno y San Juan, que salían del santo sepulcro y bajaban por la calle Fray Luis de León y se encontraban con el Cristo de la humildad, que venía de su ermita y entraban juntos para salir por la principal, por donde salían todos los simpecaos a la procesión. Esta puerta ahora se utiliza también para sacar a los difuntos. ERAN LOS AÑOS CUARENTA
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