por Fabián Castillo Molina
Mínima introducción
Traemos aquí hoy una de esas narraciones de Isidora que ha venido recordando desde que vivió los hechos en primeras persona. Todavía no había cumplido entonces los diez años. No recuerda con precisión el día que ocurrió, pero sí los detalles que la hacen merecedora de figurar aquí, para que lo lea quien tenga la curiosidad de venir siguiendo estos momentos imborrables. Recordemos la situación familiar: Su padre preso en Uclés, la madre con tres hijos y tres hijas, sin más sueldo que el de José, el mayor, que tenía sobre 14 años y estaba de pastor en La Hita. El hermano menor, Julián, tenía entonces 2 años. Vivían en la calle Barajas, muy cerca del Pozo Nuevo. Por favor, prestad atención porque lo merece.
La visita de “Cañero”
— Cuando fue Cañero a mi casa…
—Fíjate, dicen de listas, las chicas. Tenía mi madre una mesa redonda, así en medio según pasamos de la calle…, que le decíamos la cocina grande. Estábamos jugando allí mi Luisa y yo, ella dos años más joven, siempre teníamos el cerrojo echao. Estaba mi madre en el corral. Nos decía: "Si regañáis, regañar aquí vosotras, a la calle no salgáis, hermosas, que os habla tol mundo mal".
Llaman a la puerta con los nudillos y una voz de hombre dice:
—Wenceslá…
—Madre, que…; madre, que llama a la puerta un hombre.
Y le dije al que llamaba:
—¿Quien es usté?
Y dice:
—Un amigo de tu padre.
Cuando voy y se lo digo a mi madre. Le digo lo mismo. Ya sale mi madre, abre la puerta…, y se puso en la mesa tal que así (señala Isidora de manera que quede claro la distancia entre el que entró y ella, la mesa por medio). Él, un hombre alto y bien portao (como se dice en el pueblo) según dicen, era por un estilo al “Cañero” andaluz, creo que era rejoneador, del que le pusieron el mote. Cañero saludó:
—Hombre, ¿qué tal estás Wenceslá?
Y dice mi madre
—Bien…
Y él fue a dale la mano a mi madre, pero mi madre no se la dio.
—¿Qué dices, Francisco?
—Na, que vengo a decirte, que he estao con Julián…
Mira…, entonces tenía yo…, diez años no los tenía todavía, mi padre estaba preso entonces en Uclés, cuando veo que él bordeaba la mesa despacio y mi madre, igual la rodeaba al mismo tiempo guardando las distancias… yo que veo y siento eso de mi padre, le digo a mi Luisa:
—Luisa, quédate con madre que voy a llamar a la abuela, y me voy corriendo, corriendo, a llamar a mi abuela Martina que vivía cerca. En el callejón de los “Polinses”, casi enfrente de ellos. Llego y le digo:
—Abuela, en casa hay un hombre que no sé qué dice de padre. Llega mi abuela, que era la madre de mi padre, que entonces tenía mi abuela unos bríos como un caballo, llega a mi casa y le echa la mano así por detrás a “Cañero”…
—Hombre, Francisco, ¿qué dices…?, ¿qué plan trais?- ¿Qué tal estás, hijo, qué tal estás?
—Na, hermana, que he estao con Julián, y me ha dao muchos recuerdos pa ustés y dice que no dejara de venir a ver… los chicos, y ya lo primero que me advirtió, que me dieran la pistola que tiene del nueve largo.
Y mi abuela, me acuerdo más veces…, que luego yo ya caí, claro… le dice:
—¿Con Julián has estao tú?, ¿Ánde has estao tú con Julián?… (Silencio un poco más largo) Yo hecha una zarota por allí na más que escuchando… y viendo. Lo mira mi abuela así…, paice que la estoy viendo, lo coge, lo engancha así de la pechera y le dice:
—¿Cómo eres tan sinvergüenza? ¿Cómo vas a ver tú a Julián y quién te ha dicho que te dé una pistola? La única pistola que hay se la llevó él. Que es la que había y es la pistola de los hombres… y has venío con mentiras…, así que ya puedes salir.
—No se ponga usté así, hermana, no se ponga usté así…
—No, es que eres como si fueras mi hijo…, y ahora mismo venir con to esas mentiras…, ¿con qué intenciones vienes aquí? ¿Con qué intenciones vienes aquíii…? —repitió subiendo la voz.
—No sea usté así…, hermana…
Y le dice ella:
—No, haz el favor de salir, por la puerta que has entrao, si no quieres que te saque los gaznates. Que te saco los gaznates.
—Perdóneme usté, que es que…, perdóneme usté.
—¡Que te perdone? ¿A qué vienes aquí echando mentiras?. Quiero que te fijes en la puerta. Que te fijes en la puerta para que no vengas más a molestar, a molestar…, porque to esto no son na más que molestias… ¿Con qué intenciones has venío? Aquí no te se ocurra venir más….
Y se fue “Cañero” y no volvió más.
Capítulos anteriores:
Capítulo 1: De coger bellota
Capítulo 2: Sin bautizo no hay cartilla
Capítulo 3: Las injusticias de entonces
Capítulo 4: Por un puñado de espárragosCapítulo 1: De coger bellota
Capítulo 2: Sin bautizo no hay cartilla
Capítulo 3: Las injusticias de entonces
No hay comentarios:
Publicar un comentario