por Fabián Castillo Molina
Alrededor de la incidencia con el capítulo VII de la memorias de Isidora Pérez Araque publicadas la semana pasada
Introducción
La pasada semana publicamos el capítulo VII de los fragmentos de memorias de Isidora Pérez Araque y surgió una incidencia que nos dejó un tanto sorprendidos. Avanzaba el contador de las personas que visitaban esa entrada, los comentarios y "me gusta" del grupo seguían su curso habitual, y de pronto: Lo que nunca había ocurrido, la publicación desapareció de Facebook, sin previo aviso, sin que nadie dijera nada en contra ni se detectara motivo ni razón.
Como desconocemos las causas y queremos comprobar si publicando la misma historia, pero cambiando algunas cosas, utilizando otras palabras, no se borra, lo vamos a intentar.
Isidora nos cuenta estos hechos a sus 87 años, lo hace sin rencor, con naturalidad, como algo que le ocurrió a ella y de tanto recordarlo es como si le hubiera pasado ayer, pero sin pedir nada a cambio. Solo plantea la pregunta que aplica a otros muchos casos que le ocurrrieron: ¿por qué los chicos, (los hijos inocentes, las criaturas) tienen que pagar por las culpas de los padres, si ellos ya lo pagaron y con creces?
Si alguien que ha visitado el texto anterior publicado en el grupo del pueblo, le molestó algo de lo leído, habría hecho bien comentándolo y reflexionando si realmente había algo que incitara a algún mal obrar. Está claro que estas vivencias se publican por expreso deseo de la persona que las vivió y con el ánimo de evitar que estos comportamientos vuelvan a repetirse, y sobre todo también para que los jóvenes escolares de ahora, si alguno llegara a leer estas historias, o alguien se las contara, le ayudara reflexionar sobre el daño que hacen con el llamado Bullying o acoso escolar. Que recuerden que los sufrimientos de la infancia se mantienen vivos, no tienen caducidad, aunque se haya perdonado a los responsables.
Memorias de Isidora Pérez. Capítulo VII-B
De lo que le ocurrió a los 9 años cuando venía de llevar la comida a su padre
Dice Isidora:
A mi padre lo habían detenido, y encerrado en una prisión provisional en una de las grandes casas del pueblo, que servía de cárcel mientras decidían a dónde lo enviaban y cuándo. Como a los presos había que llevarles la comida, mi madre le había preparado como decíamos, la merienda. Mi madre la pobre tenía mucho respeto, porque entonces era mu joven, tendría 32 u 33 años y me decía, tu vas y dices que ha dicho madre, y repetía, tu vas y dices que ha dicho madre. Total, que voy a llevale a mi padre de comer, como he dicho, que me acuerdo muchas veces que le llevé patatas con caldo con costillas. Y las llevaba en un pucherejo de porcelana y su plato de porcelana y su cuchara… y un trapo, porque entonces ni servilletas ni na. Y me dice, mi madre:
—Ves a llévale esta comida a padre. Ya sabes ande está. Cuando termine de comer te vienes y te traes el saquejo con to eso vacío.
Llego y el guarda que había en la prisión me dice:
—¿Ánde vas, hermosa?
— Pues a traele la comida a mi padre.
— Ven conmigo — me lleva al calabozo donde lo tenían encerrao, le entrega la comida y estuve allí con mi padre mientras comió.
Y ya me dio un beso y dice:
—Anda, hija, veste a casa ya…
Cuando ya viniendo por una de las calles principales del pueblo, cerca del cine, estaban…, había unos cuantos chicos… Bueno, había siete u ocho chicos, tendrían entre doce a catorce años, cuatro o cinco años más que yo. Parecía que me estaban esperando. Me dieron una tanda de golpes con los ramos de oliva (como era el Domingo de Ramos…), me pusieron las piernas…, ellos parecía que disfrutaban pegándome. Yo una chica con nueve años que tenía, asustá del to, sin dejar de llorar.
—¡No me peguéis!, ¡no me peguéis!… Me pegaba uno, yo huía, pero me tenían rodeá, me pegaba otro, así con el ramo de oliva, pero ya sin hojas, y me iba al otro lao y otro azote…
—¡Cómo no te vamos a pegar, si eres igual que tu padre!
Cuando ya, un hombre mayor…, al oír el jaleo sale a la puerta, y les dice:
—¿Por qué le pegáis a esta chica?
Y le contesta uno, no sé cuál fue:
—Porque su padre está en la cárcel del pueblo, lo han metío preso, ha perdío la guerra.
Y el hombre respondió:
—Pues si está encerrao, ya lo juzgarán, pero ella, pobrecilla, ¿qué culpa tiene?
Y les dice:
—Dejar a la chica que se vaya, donde tenga que ir. Que no tenís vergüenza, que sois unos sinvergüenzas. ¡Vamos que lo que están haciendo con la criatura!
Y ya me dejaron, pero me pusieron las piernas… Qué escozor… y qué lágrimas. Cuando llegué a mi casa, me las curó mi madre, probrecita mía, con agua fresquita, decía:
—Hija, no llores, ahora te curo yo… con paños de agua fresquita.., y ahora te pongo vinagre.
Como desconocemos las causas y queremos comprobar si publicando la misma historia, pero cambiando algunas cosas, utilizando otras palabras, no se borra, lo vamos a intentar.
Isidora nos cuenta estos hechos a sus 87 años, lo hace sin rencor, con naturalidad, como algo que le ocurrió a ella y de tanto recordarlo es como si le hubiera pasado ayer, pero sin pedir nada a cambio. Solo plantea la pregunta que aplica a otros muchos casos que le ocurrrieron: ¿por qué los chicos, (los hijos inocentes, las criaturas) tienen que pagar por las culpas de los padres, si ellos ya lo pagaron y con creces?
Si alguien que ha visitado el texto anterior publicado en el grupo del pueblo, le molestó algo de lo leído, habría hecho bien comentándolo y reflexionando si realmente había algo que incitara a algún mal obrar. Está claro que estas vivencias se publican por expreso deseo de la persona que las vivió y con el ánimo de evitar que estos comportamientos vuelvan a repetirse, y sobre todo también para que los jóvenes escolares de ahora, si alguno llegara a leer estas historias, o alguien se las contara, le ayudara reflexionar sobre el daño que hacen con el llamado Bullying o acoso escolar. Que recuerden que los sufrimientos de la infancia se mantienen vivos, no tienen caducidad, aunque se haya perdonado a los responsables.
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Memorias de Isidora Pérez. Capítulo VII-B
De lo que le ocurrió a los 9 años cuando venía de llevar la comida a su padre
Dice Isidora:
A mi padre lo habían detenido, y encerrado en una prisión provisional en una de las grandes casas del pueblo, que servía de cárcel mientras decidían a dónde lo enviaban y cuándo. Como a los presos había que llevarles la comida, mi madre le había preparado como decíamos, la merienda. Mi madre la pobre tenía mucho respeto, porque entonces era mu joven, tendría 32 u 33 años y me decía, tu vas y dices que ha dicho madre, y repetía, tu vas y dices que ha dicho madre. Total, que voy a llevale a mi padre de comer, como he dicho, que me acuerdo muchas veces que le llevé patatas con caldo con costillas. Y las llevaba en un pucherejo de porcelana y su plato de porcelana y su cuchara… y un trapo, porque entonces ni servilletas ni na. Y me dice, mi madre:
—Ves a llévale esta comida a padre. Ya sabes ande está. Cuando termine de comer te vienes y te traes el saquejo con to eso vacío.
Llego y el guarda que había en la prisión me dice:
—¿Ánde vas, hermosa?
— Pues a traele la comida a mi padre.
— Ven conmigo — me lleva al calabozo donde lo tenían encerrao, le entrega la comida y estuve allí con mi padre mientras comió.
Y ya me dio un beso y dice:
—Anda, hija, veste a casa ya…
Cuando ya viniendo por una de las calles principales del pueblo, cerca del cine, estaban…, había unos cuantos chicos… Bueno, había siete u ocho chicos, tendrían entre doce a catorce años, cuatro o cinco años más que yo. Parecía que me estaban esperando. Me dieron una tanda de golpes con los ramos de oliva (como era el Domingo de Ramos…), me pusieron las piernas…, ellos parecía que disfrutaban pegándome. Yo una chica con nueve años que tenía, asustá del to, sin dejar de llorar.
—¡No me peguéis!, ¡no me peguéis!… Me pegaba uno, yo huía, pero me tenían rodeá, me pegaba otro, así con el ramo de oliva, pero ya sin hojas, y me iba al otro lao y otro azote…
—¡Cómo no te vamos a pegar, si eres igual que tu padre!
Cuando ya, un hombre mayor…, al oír el jaleo sale a la puerta, y les dice:
—¿Por qué le pegáis a esta chica?
Y le contesta uno, no sé cuál fue:
—Porque su padre está en la cárcel del pueblo, lo han metío preso, ha perdío la guerra.
Y el hombre respondió:
—Pues si está encerrao, ya lo juzgarán, pero ella, pobrecilla, ¿qué culpa tiene?
Y les dice:
—Dejar a la chica que se vaya, donde tenga que ir. Que no tenís vergüenza, que sois unos sinvergüenzas. ¡Vamos que lo que están haciendo con la criatura!
Y ya me dejaron, pero me pusieron las piernas… Qué escozor… y qué lágrimas. Cuando llegué a mi casa, me las curó mi madre, probrecita mía, con agua fresquita, decía:
—Hija, no llores, ahora te curo yo… con paños de agua fresquita.., y ahora te pongo vinagre.
Capítulos anteriores:
Capítulo 1: De coger bellota
Capítulo 2: Sin bautizo no hay cartilla
Capítulo 3: Las injusticias de entonces
Capítulo 4: Por un puñado de espárragosCapítulo 1: De coger bellota
Capítulo 2: Sin bautizo no hay cartilla
Capítulo 3: Las injusticias de entonces
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