por Fabián Castillo Molina
Breve introducción
Después de las experiencias narradas por la Pronuana Araque, tía de Isidora, sobre la necesidad de comer
las criaturas en aquellos años cuarenta, nuestra narradora vuelve a sus
memorias que conserva intactas y a su capacidad de relatarlas; con tal
convicción, que cuando la escuchamos parece que lo que cuenta lo estamos
viendo, no importa si han pasado ochenta años desde que ocurrieron los hechos y
supongo que igual ocurrirá pase el tiempo que pase.
Añadimos una historia más de aquel tiempo para resaltar esa necesidad
de alimento y de qué manera se lo ganaban. En este caso, la narración transcurre
con un toque de humor dentro del drama. Y un toque de atención para recordarnos
la necesidad de arreglar este mundo de ahora, donde sabemos que hay tanta
abundancia y al mismo tiempo tanto derroche y donde millones y millones de
niños y adultos sufren el hambre y la sed sin que nadie lo remedie, a pesar de
las muchas ONGs que sin duda ayudan, pero sin conseguir el objetivo: Que no haya
ni una persona sin alimento cada día, ya sean menores o adultos,
independientemente de las causas que motivan la hambruna.
El
pan de Belmonte
Me acuerdo que fuimos a rebuscar ajos a la Puente Campos. Andando…
descalzas…
Íbamos mi hermana Luisa y yo. Luego, con la rebusca, con los ajos, en
un costal a las costillas, que llevaba yo, que era la mayor, nos fuimos a
Belmonte. Sería el año 42, que llamaron el año el hambre. Ya estaba mi padre preso.
Llegamos… y al llegar a Belmonte… las eras, que le decían a aquel
paraje El Cuartillo… y luego ya desde allí, primero llamábamos a las puertas —Hermana, ¿quiere usté ajos?; hermana, ¿quiere usté ajos? Y cuando ya nos íbamos acostumbrando, voceábamos tamién por la calle
“¡Ajos de Pedroñeras!” “¡Ajetes de Pedroñeras!”. Fuimos avanzando, y nosotras
nos fuimos hacia la fábrica de harinas, que estaba según entrábamos desde el camino Belmonte, así a la izquierda. Entonces, en una
de esas veces que pregonábamos nuestros ajos, salió una mujer a la puerta y nos llamó. Primero nos dijo que cuánto
queríamos por los ajos que llevábamos, y la Luisa, que era más echá p´alante que
yo, aunque era más joven, dijo:
—Nosotras no queremos dinero, si nos da usté un pan…
—Claro, hijas. ¿Es que sois de Pedroñeras?
— Sí, señora.
— ¿Y vosotras de quién sois?
Entonces la Luisa preguntó:
—¿Pa qué quiere usté saber de quién somos nosotras?
— Es que yo tamién soy de Pedroñeras, hijas mías.
—Pues nosotras somos de Julián “Pecherre”
—¿No conoceréis a mi hijo?
—Seguramente. —Contestó mi Luisa, que era más lista que´l hambre—. Seguramente que lo conoceremos y
añadió:
— ¿Y quién e,s hermana, su hijo?
Y contesta la hermana:
— Es el… el sacristán, que le dicen “Jaulilla”.
—¡Uuuuh, claro que lo conocemos. Vive pegando anca El Lucero. Sí, señora,
se llama José María.
—Uy, hijas mías…, ¡vais a hacerme un favor!
—Claro, lo que usté quiera.
—¿Querís llevale un pan y unas naranjas? Pero no se lo digáis a nadie
quien os lo ha dao.
Y es que, si lo decíamos y se enteraba el cura que entonces era un Don
José, si no recuerdo mal, o alguien que nos quisiera mal, lo denunciaban a la
guardia civil y ya sabíamos las consecuencias. Porque el castigo a los presos
de la guerra no terminaba con tenerlos encerrados en malas condiciones, o
haciendo trabajos forzaos, sino que estaba prohibido en aquellos primeros años
ayudar a sus familias, ya fueran chiquetes o mayores.
—Pos no tenga usté cuidao que nosotras se lo llevamos.
Apartó la cortineja que tenía en la puerta, se pasó p´adentro y pronto
salió con un saquejo y dentro, un pan, paice que lo estoy viendo… aquellos
panes de Belmonte… tenían una cruz así… y así… (Señala Isidora como si tuviera
el pan en la mano en ese momento). Y cuatro naranjas que sacó tamién, gordas.
Le dimos unos ajos, pero ella no nos aclaró qué nos daba a nosotras, na más que
el pan y las naranjas para su chico.
Sé que aunque llevábamos el pan y las naranjas en el costal,
continuamos nuestra tarea todavía por Belmonte, pero yo no recuerdo bien qué
pasó de los ajos, si los vendimos tos o qué sacamos por ellos. Total que ya, al
llegar a las cuestas del monte, ya cuando nos veníamos, nosotras que abrimos el
costal y vemos el pan, dice la Luisa:
—Chica, ¿sabes lo que estoy pensando?
—No sé…
Y dice:
— Que vamos a comenos el pan… y las naranjas. Y a esta mujer, que Dios la ampare.
Cosas de chicos. Yo tendría unos doce o trece años y ella que tuviera
diez u once. Yo nací en el 29 y ella en el 31… Nos comimos el pan… que nos
estuvo gloria bendita… y las naranjas.
Luego, llegamos al pueblo ya sin
hambre, y, ya en casa, dice la Luisa:
—Madre, le vamos a decir a usté una cosa.
Y dice mi madre:
—¿Qué me vais a decir?
Y ya se lo contó, y nos dice:
—Pues hijas,
vosotras no digáis na, a nadie, que esto a nadie le importa.
Luego, unos cuantos días después, cuando se encuentra la madre de
Jaulilla a mi madre, y le cuenta el plan,
y mi madre, dice:
—Pos, hija
mía… yo no te digo que no será verdá, pero mis hijas tenían mucha hambre y se
lo comieron…, el día que yo pueda pagate el pan… yo te lo voy a pagar… y las
naranjas. Mis hijas tenían mucha hambre…, pobrecillas mías.
por Fabián Castillo Molina
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