No había ciudad de provincias o pueblo que se preciase que no tuviese casino en el siglo XIX, y fue moda que continuó durante al menos la primera mitad del siglo XX. Los casinos, casi siempre de arquitectura clásica merengada y rancio interior, servían de lugar de encuentro entre los honorables hombres del lugar, que solían pertenecer de suyo a las clases acomodadas. En los casinos provincianos se hablaba de todo, pues servían de tertulia, mentidero local y también de fumadero, lugar donde tomar una café y una copa, leer la prensa del momento y jugar a las cartas o al dominó. Solían tener también los casinos su parte de biblioteca, armarios que, de hecho, pocas veces se abrían y donde los libros, casi siempre escasos, pasaban las horas muertas acumulando polvo. Un lugar donde hablar del tiempo, de la siembra, de política y de mujeres (porque no las había en los casinos). Uno de estos se abrió en Pedroñeras allá por 1887, y de ello hay noticia en la prensa, de modo que el periódico El País (de aquella época) se hizo eco de tan puntual y extraño asunto.