No había ciudad de provincias o pueblo que se preciase que no tuviese casino en el siglo XIX, y fue moda que continuó durante al menos la primera mitad del siglo XX. Los casinos, casi siempre de arquitectura clásica merengada y rancio interior, servían de lugar de encuentro entre los honorables hombres del lugar, que solían pertenecer de suyo a las clases acomodadas. En los casinos provincianos se hablaba de todo, pues servían de tertulia, mentidero local y también de fumadero, lugar donde tomar una café y una copa, leer la prensa del momento y jugar a las cartas o al dominó. Solían tener también los casinos su parte de biblioteca, armarios que, de hecho, pocas veces se abrían y donde los libros, casi siempre escasos, pasaban las horas muertas acumulando polvo. Un lugar donde hablar del tiempo, de la siembra, de política y de mujeres (porque no las había en los casinos). Uno de estos se abrió en Pedroñeras allá por 1887, y de ello hay noticia en la prensa, de modo que el periódico El País (de aquella época) se hizo eco de tan puntual y extraño asunto.
No me preguntéis dónde estaba ubicado pues nada sé de este casino más allá de los datos que se aportan sobre el día de su inauguración en la nota de prensa que a continuación os copio; aunque quizá en la casa de los Estesos o de la familia Marcos Pelayo, en ese que fue salón de baile de la Genara, ahí en el Coso. Espero que os resulte interesante. Es parte de nuestra historia al fin y al cabo y algo sobre lo que quizá valdría la pena investigar.
NOTICIA (El País, 9 de junio de 1887)
El 27 de mayo último se inauguró el Casino Republicano de Pedroñeras.
El acto estuvo animadísimo, pronunciándose discursos entusiastas en elogio de la política de nuestro querido jefe, mereciendo especialísima mención el de un joven de quince años que, admitido como socio, sorprendió a la concurrencia con una oración de gracias, tan elocuente como sentida.
El infantil orador llámase D. Juan Francisco González, y su discurso fue interrumpido varias veces por los aplausos y aclamaciones de la concurrencia. La falta de espacio nos impide tener el gusto de publicar el extracto que de sus palabras nos envía nuestro diligente corresponsal.
Amenizó tan solemne acto la banda de música de la población, tocando escogidas piezas.
Y hasta aquí la breve reseña del evento. Yo me pregunto, una vez leída: ¿Quién sería ese joven Juan Francisco González? ¿Cuál su discurso, que no se publica en el periódico por extenso? ¿Quién el corresponsal que enviaría en ese 1887 la noticia al periódico madrileño?
Ángel Carrasco Sotos
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