Otros parajes pedroñeros (II): con el amigo Ángel García Algaba | Las Pedroñeras

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sábado, 10 de marzo de 2012

Otros parajes pedroñeros (II): con el amigo Ángel García Algaba

Mi informante Ángel García pingao en las risqueras de la zona llamada Tinaja Ochenta


Con el propósito de completar ese mapa total del término municipal de Las Pedroñeras siguía recogiendo información sobre toponimia no contemplada en el libro Por campos de Las Pedroñeras de cuya edición se cumplían entonces dos años. Ya contaba en el artículo del artículo anterior cómo había sido imprescindible en aras de tal intención la inestimable ayuda de Aurelio Charco y de otros cuyos nombres figuran en el mencionado escrito.


Ángel García o el mapa de la memoria

Pero he de referirme ahora a mi segundo compañero de viajes, al que conocí por mediación de Aurelio, pues ambos son vecinos y amigos. Se trata de Ángel García Algaba, natural de Montiel (Ciudad Real), pero que lleva viviendo aquí desde 1968 cuando, con 35 años, aceptó el cargo de guarda de la dehesa de La Encomienda de Alcahozo. Ha ejercido su oficio hasta su jubilación (hoy en día tiene 73 años [recordad que este artículo es de 2006]), y aún lo siguen llamando para hacer esperas de caza (está claro que se les hace imprescindible). Ha guardado, junto a La Encomienda, otras zonas de Las Vaquerizas, La Germana o El Bohón, todas ellas de nuestro término municipal. Se trata de un hombre bonachón, rebosante de vida y simpatía, y en ningún momento se negó a enseñarme todo lo que él supiese y ponerlo a mi disposición.

Recuerdo que le pregunté si tenía algún mapa viejo de La Encomienda, pero desconocía la existencia de ningún mapa o plano. En el primer viaje que realizamos, tanto Aurelio como yo comprobamos que el auténtico mapa era él mismo, pues no había rincón que no conociese, que no hubiese andado, que no hubiese amado, pues allí transcurrió toda su madurez, desde que se instaló en la casa principal de la dehesa y en la Casa Vista Alegre, antes de venirse a vivir al Lugar.


La roturación infame

Ángel conoce dónde están los viejos hitos que limitan los términos de La Encomienda (perteneciente a Villaescusa de Haro) y Pedroñeras, me muestra las señales dejadas por los carros sobre la piedra cuando se dirigían al antiguo molino de la Angostura (del que hay noticia ya en el siglo XIII, ¡que ya ha llovido!), conoce los parajes y los senderos, los propietarios por los que han pasado todas estas tierras... Y no solo tiene conocimiento de cada palmo del terreno por el que circulamos, sino de cómo ha ido evolucionando desde que él comenzó a trabajar en estos pagos. Me informa de toda la zona que hoy está sembrada y hace tan solo unas décadas era monte bajo de carrasca (y les hablo de muchas hectáreas en la zona de Las Vaquerizas, de la Germana, de Las Casillas, de Sancho López, del Bohón, de todas las tierras, en definitiva, por las que cruza la Cañá [d]el Chopo). La roturación del bosque aquí se aplicó sin medida, no habiendo, al parecer, un freno legal que impidiese estos desmanes, demasías y atropellos hacia el entorno.


Los nuevos hallazgos

Con Ángel cogemos el Camino Carretas y hasta que llegamos a la preciosa Fuente Cañete nos lleva a visitar lo que supondría una larga ristra de nombres de parajes: la Loma [de] la Señorita, el Nido [d]el Gavilán, la Fuente Vieja (o Pozo Gorrinero), los Hornillos, el Corral de Romero, el de la Macanca, el de la Mariona, así como todas las caleras derruidas en torno al Cerro Morcilla y al Bohón, de cuyo funcionamiento nos informa con exactitud.

¿Y ya en La Encomienda? Bueno, aquí Ángel nos dio una clase magistral de toponimia y geografía física: recorrimos parajes de especial encanto como los denominados Tinaja Ochenta y El Catillejo, comprobamos la existencia de enormes robles en la zona del mismo nombre... y gracias a Ángel ya sabemos qué espacios se corresponden con nombres como Los Galianos, Cártama, La Peña [de] la Cabra, El Pimpollo (donde existía un pino gigantesco que tristemente ya no está ante la sorpresa de Ángel), más caleras, más pozos viejos, palomares... En fin, que todos disfrutamos de lo lindo (ellos dos, Aurelio y él, hablando y yo escuchando), nos llovió encima, cogimos espárragos, se nos rayó el coche, llegamos con nuestras buenas zarpas en los zapatos y en casa nos esperaba la reprimenda de nuestras mujeres. ¡Pero habíamos gozado tanto! (yo, al menos, mucho).


Aviso para navegantes

Ojalá otras personas, como lo han hecho Aurelio y Ángel, sepan regalarnos sus conocimientos sobre todo lo que suponga no sólo la toponimia de Pedroñeras, sino, en general, la historia oral de nuestro pueblo. Solo ahora (y ya es tarde) podemos recoger los fragmentos de historia que ayuden a elaborar un documento que quede fijado para siempre, antes de que el tiempo airado los vierta en el recipiente de la nada, que es el olvido absoluto y la desmemoria (pilares gaseosos de la pérdida de nuestra identidad). Sea esa nuestra venganza última por el desprestigio que durante años ha sufrido nuestra gente del campo, olvidados todos por esa Historia oficial que no ha sido otra que la de la política y la sucesión de reyes y “grandes acontecimientos” referentes a guerras, conquistas y demás ultrajes y mezquindades, que son los que terminan aupando a los demagogos del fanatismo. Valga como homenaje a nuestros viejos el rescate de la información que nos revele lo que fueron, lo que vivieron. Al fin y al cabo, la historia de un pueblo no es solo la historia de lo que en él aconteció sino la de la mentalidad de sus gentes, que es lo que termina por explicar precisamente tal retahíla de sucederes. Por eso es mejor que sean ellos quienes cuenten su historia, porque nuestras palabras ausentes de prejuicios (o manchadas con otros nuevos) son tan solo una falsificación. Y no digo más.


[Este artículo fue publicado en Pedroñeras 30 Días, número 46, enero 2006]



©Ángel Carrasco Sotos.

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