por Vicente Sotos Parra
Cuando el hermano “Pucherete” le contó a Felipón aquella historia macabra de lo que le pasó al señorito del lugar (pinchando aquí podéis leerla), también le contó esta que a continuación paso a narraros.
Paisanos/as, por muy difícil que sea creer que pasara, demos un margen de credibilidad. Puede que nos parezcan extrañas y poco reales dado el halo de misterio que las rodea.
En su libro Ángel Carrasco Sotos. Guía secreta de Las Pedroñeras / Pedroñeras Mágica: desde la página 161 a la 277 cuenta con todo lujo de detalles el abanico de casos acontecidos con estos temas misteriosos y de dudosa credibilidad, pero no por eso menos verdaderos. Además, algunos merecen tener un capítulo aparte, lo que hace que él, o la informante, haya querido que se mantenga en el anonimato sus nombres. Todo es la punta de un misterio. Incluso los hechos. O la ausencia de ellos. ¿Duda? Cuando nada pasa hay un milagro que no estamos viendo. Los hay buenos y malos, los que favorecen y los que detraen; y los que son sencillamente honestos, pues sí. ¿Y dónde ubicar el nivel? ¿Y el punto de esa honestidad o "fidedignidad"?
Bueno, hecha esta aclaración, paso a contaros la siguiente narración de otro capítulo contado por el hermano “Puchetete” a Felipón.
Tras aquel acontecimiento le sucedió este, no menos importante ni menos fácil de que se le dé credibilidad.
A raíz de que el señorito no acabara con su vida en el instante y se corriera la voz por todos los pueblos del alrededor de su visión mariana (recordad), fue un peregrinar al lugar de los hechos, por lo cual, fuese verdad o no, lo que sucedió al morir el señorito según el hermano “Pucherete”, que a la hora de su muerte las campanas de la Iglesia empezaron a sonar sin que nadie las tocase. Aceptado por todos como milagro, se concluyó que el señorito era santo; y corrieron todos al lugar de los hechos, aquel espacio donde se cree que sucedió el milagro.
Llegaron allí cojos, tullidos, ciegos y demás impedidos de cualquier enfermedad o defecto, como si todos debieran sanar al estar en el sitio donde sucedió aquel echo.
Con tanto tumulto y movimiento de gente, sucedió que al lugar llegaron tres paisanos “saltimbanquis”. Conociéndolos por sus apodos, al de Socuélanos, le llamaban "el Peludo”, tenía las patas abaleás, y los morros de orza. Al de Tomelloso, "Aguafiestas", y tenía un ojo cuco y las patas de horcate. Y al de El Pedernoso “Esgarramantas”, jaro, bigote zorra y pelo de lezna.
Se dedicaban a ir por los pueblos y divertir a la concurrencia distorsionándose imitando a cualquiera con muecas extrañas. Se maravillaron de ver correr a todos y, oído el motivo de aquello, sintieron deseos de ver lo que acontecía. Dejadas sus inocuas pertenencias en la posada del hermano “Garrotero”, quisieron ir a ver el milagro, pero no encontraban cómo poder llegar hasta ese lugar, porque oyeron que el camino era largo y la gente lo llenaba en su ida y en su vuelta.
El Esgarramantas dijo: "Que no se quede por eso, que de llegar hasta el sitio yo encontraré bien el modo". –Dijo el Peludo: "¿Cómo?" "Te lo diré: Yo me contorsionaré como un tullido, y tú y Aguafiestas, uno por cada lado, me llevaréis sosteniéndome haciendo ver como que me queréis llevar allí, para que me cure: no habrá nadie que, al vernos, no nos haga sitio y nos deje pasar.
Así fue como les abrieron paso a esto tres “saltimbanquis”.
Pero la historia no acaba ahí, y le siguió contando el hermano Pucherete al Jabato pedroñero Felipón el final de esta historia. Leed y veréis.
Una vez en el sitio donde se suponía que ocurrió el milagro, levantaron en forma de manteo al supuesto tullido que no era otro que el Esgarramantas. Una vez que subía y bajaba, dejaba ver esos miembros que aparentemente defectuosos en plena forma, fingiendo que uno de sus dedos se estiraba; luego, el brazo, la mano, y así todo el entero llegando a estirarse por completo. Lo que viéndolo, la gente armó tal bullicio y griterío que ni tan siquiera un estruendo mayor que un tueno no se hubiese escuchado.
Había por casualidad uno de El Pedernoso que cuando estuvo enderezado el Esgarramantas súbitamente empezó a reírse y a decir:"¡Señor, haz que le duela! ¿Quién no hubiera creído al verlo venir que de verdad no fuese un lisiado?"
Oyeron estas palabras otros paisanos que, al instante, le preguntaron: "¡Cómo! ¿No era este tullido?" A lo que el paisano del Esgarramantas repuso: "¡No lo quiera Dios! Siempre ha sido tan derecho como nosotros, pero sabe mejor que nadie, como habéis podido ver, hacer estas burlas de contorsionarse en las posturas que quiere".
Cuando hubieron oído esto, no necesitaron otra cosa; por la fuerza se abrieron paso y empezaron a gritar: "¡Coger preso a ese traidor tunante que se burla de Dios y de los santos, que no siendo tullido ha venido aquí para escarnecer a Dios y a nosotros; haciéndose el tullido!" Y diciendo esto, recuerda Felipón, le echaron las manos encima y, cogiéndolo por los pelos y desgarrándole las vestiduras, empezaron a darle puñetazos y puntapiés, y no se consideraba hombre quien no corría a hacer lo mismo.
Mientras, el Esgarramantas gritaba: "¡Piedad, por Dios!" Y se defendía como podía, pero no le sirvió de nada. Las patadas que le daban se multiplicaban a cada momento, viendo lo cual, sus dos compañeros empezaron a pensar, y temiendo por sí mismos, no se atrevieron a ayudarlo, gritando junto a los demás que lo matasen, aunque pensando, sin embargo, de cómo podrían arrancarlo de las manos de aquellos energúmenos. El Esgarramantas fue trasquilado sin tijeras. Marcharon a pedir ayuda a la pareja de civiles que observaba la trifulca para que acudiera en auxilio del que se creía ser atropellado, y, de esta forma, el Esgarramantas fue llevado a la presencia del sargento, haciéndolo atar y dándole unos cuantos correazos para que confesase lo que lo llevó a hacer aquella burla, y si era verdad lo que de él decían, no valiendo decir no.
Así, sus amigos y compañeros, que habían oído que el sargento le había dado más palos que a una estera, pensaron que a ellos les podía pasar lo mismo y terminaron diciendo: "Mal nos ha salido esta vez; le hemos sacado de la sartén para echarlo en el fuego".
Años después, supe, hermosón, que el Esgarramantas no se tuvo que transformar en tullido. El sargento lo dejó para siempre así.
Esto se lo contó el hermano Pucherete al Jabato pedroñero Felipón.
(CHASCARRILLO)
El Peludo, el Aguafiestas,
y el Esgarramantas
fueron tan inocentes
que quisieron engañar a la gente.
Definición del bruto:
El que ríe cuando te hiere
y aúlla cuando lo hieren.
G. K. Chesterton.
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