Lo que escuchó Felipón en un banco de la plaza de Pedroñeras (capítulo 46) | Las Pedroñeras

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martes, 10 de enero de 2023

Lo que escuchó Felipón en un banco de la plaza de Pedroñeras (capítulo 46)

 

por Vicente Sotos Parra



Ya sabéis que nuestro paisano Felipón fue poco a la escuela, por lo que andaba corto de estudios académicos, cosa que intentaba compensar escuchando a los más viejos de lugar, y lo hacía con suma atención sin interrumpir aquellas historias que se contaban unos a otros dando pie a que cada una de ellas las contaran de carrerilla y como si el tiempo no hubiese pasado, pues en la memoria de aquellos ancianos sabios seguían frescas. Pobre de aquellos que no se dignen a escuchar lo que cuentan; es como si teniendo un tesoro de conocimientos y los rechazaran por creerlo poco útil.

En esos días que acudía a la plaza a acompañar a su tía y a su madre a misa de doce en los bancos de la plaza se daban cita algunos de los sabios. Dándoles los buenos días, con la vieja garrota dio dos golpes en el suelo en señal de saludo el hermano Juan: "¡Hoy Lorenzo se deja caer bien, hermosón!  A estos jodíos no les pregunto. Pues siento cómo me está calentando las costillas…", dijo el hermano   

Empezó el hermano Juan, que era ciego desde los doce años por culpa de un error del médico de aquel entonces:

"Como estoy ciego, no puedo ver la cara de las personas, y debo juzgar su carácter por el sonido de su voz. En general, cuando oigo a alguien felicitar a otro por su felicidad o su éxito  también oigo un tono de envidia secreta. Cuando se expresa condolencia por la desgracia ajena, percibo placer y satisfacción, como si el que se compadece estuviese en realidad contento porque queda algo de lo que él puede aprovecharse, y a mi edad tampoco tengo que ver más. ¡Ya he visto bastante!"

Otro que no faltaba era el hermano Miguelón, algo bruto en apariencia, pero con un gran corazón. Rozaba los noventa años que no los aparentaba ya que las sienes las cubría con un hermoso pelo blanco. Su cara como la de casi todos, con las señales de haber pasado mucho tiempo a la intemperie sufriendo las mil calamidades de las que salió casi siempre con la cabeza alta.

"Vosotros sois unos chiquetes de lo que me paso antaño, y a lo mejor no os acordáis de aquella vez  que me quisieron meter en la cárcel. Resulta que venía de rondar a la chiqueta, y pegué un trompezón con un hombre chispao, tumbado en la era de don Sebastián y al ponerlo boca arriba, reconocí al juez, hombre famoso por pronunciar duras sentencia por las faltas morales. Cuando caminé unos cuantos metros más, cara a mi  casa me encontré un abrigo y una bufanda hemosisma, que yo me dije ¡esta pa mi Salustiana`"

>>Al día siguiente, cuando el juez volvió a su casa dando traspiés, se dio cuenta  que le habían robado. Dijo a la Guardia Civil que buscaran en cada casa hasta que encontraran  al ladrón.  No pasó mucho tiempo antes de que me llevaran ante el juez". Así transcurrió la conversación:

--¿Dónde has conseguido ese abrigo y esa bufanda?—me preguntó el juez.

--Me la encontré después de trompezar con  un borracho que me encontré tumbado en la era de don Sebastián la noche pasada --le contesté--. Desde entonces estoy tratando de devolverlo el abrigo y la bufanda, pero no conozco su identidad. ¿No lo conocerá su señoría por casualidad?

--¡Por supuesto que no! —replicó el juez-- ¡Caso archivado! 

>>Se jodió el juez bien jodío… Si él era listo, yo no anduve lerdo. ¡La virgen!... qué mal rato pasé; salí arreando pa mi casa. Me quedé con su abrigo y le regalé la bufanda a mi Salustiana que en paz descanse.

Cuando acabó el hermano Miguelón sin que diera tiempo a recuperar el aliento, el hermano Casimiro, que se quedó tuerto cuando se le clavó un sarmiento en un ojo un día de poda; que digo yo también que tuvo mala suerte llamarse Casimiro y quedarse sin un ojo. 

Empezó diciendo: "No me jodáis que nunca hemos tenido un hombre tan corrupto y codicioso dijo --si ha ido al paraíso es para irse a mear y no echar gota, ¡ea! ¡copón!"

--Dios actúa de forma misteriosa —dijo el ciego hermano Juan--.  El alcalde puede perfectamente haber hecho borrón y cuenta nueva, y haber sido aceptado en le Paraíso

A lo que el hermano Miquelón dijo:

--“Aique, tú pretendes tener todas las respuestas. ¿El alcalde ha ido al cielo o al infierno? 

Tras unos breves momentos de reflexión, continuó el hermano Casimiro:

--Amos calla… Si Dios es lo bastante magnánimo para perdonar al alcalde por las atrocidades  que cometió mientras vivía, sin duda nos perdonará por que lo despellejemos. 


Estos tres hombres honorables sabios son una pequeña representación de las muchas cosas que  contaban y que Felipón escuchó sentado en un banco de la plaza.

Sí, sí; así son los sabios de mi lugar.


(CHASCARRILLO)

El hermano Juan, ciego leía la voz.

El hermano Miquelón al juez el juicio le ganó.

El hermano Casimiro con un ojo todo lo vio.

Los tres fueron sabios maestros de Felipón. 


Para saber lo que la gente piensa,

presta atención a lo que hace,

en lugar de a lo que dice.

Rene Descartes


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