Nuestra amiga y seguidora Ascensión Guijarro es de Las Pedroñeras, aunque ahora viva en Valencia. Es también una entusiasta de la serie Caballo de Troya del escritor navarro Juan José Benítez que yo he seguido sobre todo en su obra dedicada a la investigación ovni, disciplina en la que es un auténtico especialista de reconocido prestigio internacional. Empezad a conocerla en obras que recomiendo como Incidente en Manises, La punta del Iceberg, La quinta columna (por esta comencé yo) o Sólo para tus ojos (su último publicado sobre la materia y del que muchos esperamos una continuación). También recomiendo su Enigmas y misterios para dummies como introducción al mundo del misterio en sus diferentes facetas. Pero volvamos al tema que nos ocupa.
Anda ahora nuestra paisana Ascensión leyendo el último libro de esa saga caballuna, que va ya por su undécimo tomo. Hablamos del llamado El diario de Eliseo, que el autor publicó el pasado mes de octubre (2019) y del que editorialmente se ofrece la siguiente sinopsis o resumen del argumento: "Eliseo, segundo piloto de la operación secreta Caballo de Troya, se une al grupo del Maestro y los acompaña durante dos años y tres meses, asistiendo a conversaciones y prodigios que no constan en los textos evangélicos. Pero su verdadera misión es otra". Pues bien, Ascensión ha encontrado en su interior un párrafo que quizá interese al lector pedroñero, y ha tenido la gentileza de pasármelo. Y claro que me ha interesado (por eso escribo esta entrada); así que le agradezco el detalle.
Pues bien, en la página 303 se puede leer lo siguiente:
"Ajonegro. Era un beduino de Moab, del clan de los Adwan. Lo llamaban así porque toda su medicina se basaba en el ajo negro. Fermentaba el ajo a temperaturas de unos 60 grados Celsius y, en cuestión de un mes, se transformaba en un fruto negro. Con él llevaba a cabo toda suerte de infusiones. Y la verdad es que conseguía excelentes resultados. Cuando pregunté a "Santa Claus" por las propiedades del ajo negro, el ordenador central aseguró que estábamos ante un potente antioxidante (cinco veces superior al ajo normal). Felipe fue su más entusiasta defensor. Consumía ajo negro a todas horas".
Es bien sabido que el ajo negro no se ha usado (pues no se conocía ni existe constancia de ello) antes del año 2000 ("Se descubrió en Japón de forma casual, cuando un científico intentaba descubrir una forma de reducir el olor del ajo blanco. Para ello sometió el ajo a un proceso de fermentación a temperatura y humedad controladas", leemos en una página autorizada). Por lo tanto, suponemos que la alusión y afirmación de Benítez en su obra no puede ser más que una de las infinitas licencias literarias de las que están plagados esos caballos que tanto le han dado (y tanto le han quitado). Poner a Felipe, el galileo discípulo de Jesús (procedía de Betsaida), a comer ajo negro tiene algo de anacrónico, pero también de sacrílego (entendedme).
Me da que Juanjo B. se lo pasa pipa escribiendo estos libros y uno intuye una sonrisa irónica y permanente cada vez que su pluma se desliza para dar cuenta de cosas como esta. ¡Viva la literatura!
Ya en librerías pedroñeras.
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