Dos hombres y un camino - Cuentecillos y microrrelatos sobre Pedroñeras (3) | Las Pedroñeras

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sábado, 22 de agosto de 2015

Dos hombres y un camino - Cuentecillos y microrrelatos sobre Pedroñeras (3)

Camino y campo pedroñero


Dos hombres y un camino

por Fabián Castillo Molina




—¿Qué camino llevará esa pareja con el calor que hace?, murmuró la mujer para sí, mientras apartaba levemente el visillo de la ventana. Era ya el segundo día consecutivo que los veía montar en el coche y salir. Para ser amigos tenían una edad demasiado dispar y además, no se les conocían aventuras vividas en común, ya que el mayor pasaba ya de los ochenta y el otro no había cumplido cuarenta. Además no eran familia ni que supiera ella tenían parentesco ninguno. 


Cruzaron el “desvíe”, avanzaron por el camino dejando atrás una nube de polvo blanco. No llevaban herramientas para trabajos propios del campo, solo sus personas, una cámara fotográfica, lápiz, papel y sus ganas de aprender y descubrir. El mayor quería traspasar sus experiencias y conocimientos de los campos y gentes de Pedroñeras a alguien que supiera escucharle y quisiera saber lo mucho que él había aprendido a lo largo de su ya larga vida y el más joven estaba deseoso por evitar que esos conocimientos se perdieran. Por tanto, como suele decirse, se juntaban en esos viajes el hambre con las ganas de comer. 

Pronto empezaron a cruzarse en el camino conejos de campo y más de un bando de perdices con sus perdigones de paso ligero y presumido, pero el conductor no hizo amagos de atropello ni el otro sacó armas propias de cazadores, porque no era ese su objetivo. Después de la Huerta Santano, al superar el primer cerrete del camino se abrió ante sus ojos una meseta en la que proliferaban las viñas y pequeños pinares; luego poco después al bajar hacia la vaguada de la Hoya Galán se avistaba una gran mancha verde de viñedo emparrado; entonces el mayor dijo: 

—Mira, esa gran extensión de viña joven emparrá tiempo atrás fue el pinar y la granja de El Fabián, que era de Los Pelayos. 

Ya se sabía que en el campo no hay placas ni tablillas que indiquen las direcciones, ni los parajes, chozos, casas o casillas tienen rótulo con su nombre, pero tienen algo en común con ese dicho popular que reza “todos los caminos llevan a Roma” aquí bien se podía decir “todos los caminos conducen a Pedroñeras”, sin tener que hacer transbordos, ni esperar colas, ni tampoco pagar peajes. Era lógico coger el camino más corto para llegar a destino, pero no importaba demasiado el camino de salida que se cogiera porque ese camino se comunicaba con otros y estos a su vez con el que los llevaba a donde querían ir, y siempre, conociendo el nombre de los parajes y específicamente el del destino que hubieran elegido, allí se estaría bien un rato y podrían disfrutar del paisaje sereno y sano independientemente de la época del año en la que se encontraran. 

La conversación entre el mayor y el más joven giraba alrededor de los nombres propios de los dueños de tierras, casas de campo, chozos, huertas o cerrojos, así como de los topónimos que se iban encontrando y los del destino elegido, pero siempre, en todos los recorridos se cruzaban historias de uno y otro que alimentaban su deseo de conocer y saber más y más de la historia y las historias de su querido pueblo. Así de aquel viaje traemos aquí unos recuerdos bien conservados en la memoria del mayor y que relató de esta manera: 

—Yo he llegao a Virgencico, a por agua. Y he dormío en Virgencico con las mulas de mi padre. 

—¿Y en el Pozo de Virgencico ha cogido usté agua? —Sí. Y me he bajao a él, que no había cubo. Y llené la garrafeja… 

—Venga, vámonos que hace mucho calor aquí paraos—. Siguieron camino y continuó el mayor con algo que no quería dejar de contar 

—Pues estuve segando, que por cierto me puse malo. Con la bicicleta, me vine ahí a segar centeno, a la Cañá la Señora; cuando… voy a coger la bicicleta y la bicicleta pinchá. Ya con el sol casi poniéndose. Y digo, ¡ay Dios mío!, ¡ay hoy!. Cuando siento un ruido de un carro y digo ¡ay!, ese me va a salvar. Venía Manuel “Talego” que ya se ha muerto, Manuel Castillo, por el camino, él y su chica de segar; y llegué… al camino, me paré, me echó la bicicleta y me trajeron y digo, esto, esto me ha salvao hoy. Desde tan largo y harto de segar… y malo, que estuve malo, que a otro día se vinieron mis chicos y dijeron: tú no vas allí solo—. 

Y en el mismo viaje, poco después le recuerda el conductor al acompañante una cita y se la traslada en forma de adivinanza: 

—¿A ver si se acuerda usté quién puso esto en un libro sobre le lugar?: “Y en otros días trabajando, hartos ya de espalotar, levantarte a coger aire y darte igual lo que ves, Las Lagunas, El Navazo, La Hoya Arangil o El Andrés”. 

Ese camino que cogieron, como se dijo antes, unía y une todos los caminos que conducen a Pedroñeras y estuvo transitado por estos hombres a lo largo y ancho de los años 2006 hasta 2013 señalando con precisión nombres propios, toponimia, historias de cada lugar señalado, hasta que el mayor se despidió de este mundo sin haber visto finalizado el proyecto, pero habiendo disfrutado más que nadie en la construcción del mismo. 

Después, siguieron todavía otros acompañando al más joven hasta que éste decidió que había llegado la hora de ponerle fin al proyecto que ya duraba cerca de diez años y vio la luz en 2015, el que resultó ser el objetivo final de ese viaje y el camino que llevaba inexorablemente al pueblo fue una obra con título Mapa de Pedroñeras. En ella se contenían una serie de historias nunca reunidas hasta entonces, para que pudieran disfrutarlas tanto los vecinos que vivían en el pueblo como todos aquellos que fueran incorporándose a la vida diaria en el futuro. 

El libro, en su apartado de agradecimientos, destacaba sobre todo el apoyo de este hombre ya fallecido, pero también tenía en cuenta una larga lista de personas que habían colaborado desinteresadamente y gracias a todos y especialmente al artífice de la idea y el trabajo mayor, el esfuerzo había dado sus frutos y el viaje por aquel camino había llegado a buen puerto. 

Finalmente, para dejar una muestra mínima de los cientos de historias incluidas en la obra, plagada de nombres y toponimia rural y lugareña ponemos a continuación el siguiente ejemplo: 

                                
Casa de Miravillas

Casa de Miravillas

Localización: En Miravillas. Mapa-21. 
Denominación: Por el nombre de la finca en que está enclavada. 
Estado: Bueno. 
Datos: Es casa grande. Posee bodega en desuso, patio, balsas... Es llamada “aldea”. Perteneció a don Manuel Marcos y luego a su hija Sara Marcos Pelayo. 

Trabajó de casero Vicente Ramírez “Dimas”, casado con Antonia Charco “Diega”. Antes fue mayordomo Diego Charco, padre de Antonia, casado con Genara Araque, que no vivió en la casa, pero se acercaba todos los días con un borrico blanco a controlar el trabajo. El actual casero es Juan Buedo “Topete”. 

Fue mayoral Joaquín Haro “Miravillas”, casado con Mª Teresa Solana. En tiempo de guerra estuvo Francisco Revenga “Rebaila”, casado con Teresa Pérez “Rivera”. También, después, Julio Izquierdo “Botijón”, casado con Mª Josefa Escudero “Pajilla”; Ángel Gómez “Moro”, casado con Mª Teresa Pacheco “Jorja”. Más tarde Antonio Escudero “Cuarentas”, con su mujer, Teresa Ramírez “Dimas”. 

Trabajaron de pastores: José Pérez “Pecherre”, casado con Marcelina Guijarro “Liebra”. Su hijo, José, trabajó de tractorista. Tractorista es también aquí José Moreno “Algarrobo” (de Belmonte) y un provenciano.



Fabián Castillo Molina

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