LA ABUELA Y EL ABUELO EN EL POZO NUEVO: Capítulo 65 de las historias de Felipón | Las Pedroñeras

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lunes, 29 de abril de 2024

LA ABUELA Y EL ABUELO EN EL POZO NUEVO: Capítulo 65 de las historias de Felipón

 

por Vicente Sotos Parra



Desconozco cuándo fue bautizado el Pozo Nuevo con ese nombre. Es por lo que recurro a un tal Ángel Carrasco Sotos, que seguro tiene más datos de él.

¿Procederá este nombre  de alguna tradición, o de alguna leyenda?

En aquella época en la que se dio esta historia, todo el lugar acudía a por agua al Pozo Nuevo. Su agua cristalina en aquel tiempo le dio vida a todo el Lugar. Las mujeres mozas en los ijares acarreaban el agua para la casa. No solo dio vida sino que fue testigo de muchas parejas de enamorados cuando él se marchaba a servir al rey, y ella se quedaba dando algunas lágrimas al Pozo, y algunos suspiros al viento con las últimas palpitaciones del último beso (aquella agua era pura, fina y cristalina) para luego perderse en un infinito de amarguras. Se sacaba a cubos y se llenaban los cantaros. El chirriar de la garrucha no paraba en todo el día. Algunas veces hasta se hacía cola para sacar el agua aquella que calmaba la sed a todo el lugar. Lo del pozo nuevo se lo pusieron antaño cuando fue nuevo, pero todo el mundo lo hemos conocido con ese nombre. 

Si a los tiempos modernos más bien se le debería llamar el Pozo de los Encuentros. Al caer la tarde de vuelta al lugar con la borrica, mula o carro, era costumbre pasar por el Pozo para ver a la moza y saciar la sed de los animales.

Pero volvamos al Pozo y a la historia que siendo un chiquete pequeño le paso a Felipón.

Al Pozo se llegaba por la calle de arriba, y por la calle de abajo. Las dos calles confluían en el Pozo Nuevo. 

Ya está descrito el escenario, que es todo, a decir verdad, porque el drama no existe o es tan humilde y tan tenue como una ondulación de agua en el Pozo cuando el cubo se descuelga para llenarse.

Es la caída de la tarde y hacia el Pozo se dirigen dos parejas; pero esta vez no son mozos ni mozas enamorados. Por la calle de arriba viene bajando un viejo con un niño de la mano; debe de ser su nieto. Por la calle de abajo viene subiendo una vieja y agarrada a su mandil una niña: abuela y nieta deben de ser. Mal dijimos al decir que no eran dos parejas de enamorados. ¡Cómo si no hubiera más que una clase de amores!

Llevaban cada uno un botijo para llenarlo de aquel agua del Pozo.

Llegan casi al mismo tiempo las dos parejas al Pozo, y cada una se detuvo al lado de donde venían sin saludarse apenas, demostrándose por su silencio su indiferencia y por cierta reserva agreste de que no se conocían. Y así pasaron algunos momentos. El viejo reteniendo al niño, la niña agarrada al mandil de la vieja, y el viejo y la vieja a cada lado del brocal del Pozo, mientras la garrucha no paraba de chirriar cuando subían lo cubos llenos, para luego ponerlos en los cantaros. El niño fue el más atrevido de los cuatro, soltándose de la mano que le sujetaba se vino al centro del Pozo a jugar con el agua que se derramaba al llenar los cántaros, empezando a tirar piedrecillas sobre los pequeños charcos que se formaban. De cuando en cuando el viejo le decía levantando la vista: "Mira que te estás mojando, hermosón. Y después tu madre nos regañará a los dos"; dejando caer la cabeza por ese afán que tienen los viejos de mirar hacia el suelo. El niño seguía con sus pequeñas travesuras y mojándose de lo lindo.

La niña, sin soltarse del mandil, abrió mucho los ojos y miraba fijamente al chico con admiración infantil, pensando acaso que aquel niño era muy gracioso y atractivo, y que a ella le gustaría también meter la mano en aquellos charquetes. Pero no se atrevía,  porque su abuela podía darle un buen azote. Al final el niño reparó en ella; cesó en su faena, la contempló un rato y se puso a reír. Naturalmente, la niña se echó a reír también.

Los pájaros se entienden piando; los niños se entienden riendo. Es el lenguaje universal de la infancia.

Al final el niño le dijo a la niña: "¿No quieres venir a jugar?" Y la niña miró a su abuela, y antes de que la abuela contestase y sin decir nada se soltó del mandil de la vieja y dando unos pasos adelante se puso a su altura. No estaba en armonía con su timidez; pero era el arranque del deseo contenido. Del mismo modo que cuando se tapa la boca de la fuente y luego se separa la mano, el primer borbotón es muy fuerte y espumoso.

Los niños se pusieron a hablar en su jerga y a reír. La vieja, de cuando en cuando, decía lo mismo que había dicho antes el viejo: "No te mojes, muchacha…, no te mojes". 

Y así se pasó un rato.

Los dos ancianos, separados, silenciosos, indiferentes, miraban la tierra, que acaso era la negra fuente en que uno y otro resolvían sombras futuras, mientras los nietos observaban las ondulaciones del agua derramada al llenar los cantaros.

La intimidad de los pequeños iba siendo cada vez mayor. Al cabo de media hora resultaban ser amigo íntimo.

Cuando ya fueron amigos, riñeron, como es natural: porque cuando el cariño no puede crecer más, tiene que convertirse en malquerencia, cuando no en odio.

Así fue cómo la niña, lloriqueando, se volvió con su abuela. El niño, enojado y repitiendo varias veces, dijo: "Pues jugaré yo solo".

¿Quién será ese?  -pensaba la vieja- ¡No lo conozgo; no es del lugar! Y de los alrededores tampoco, porque conozco a mucha gente. ¿Será forastero? 

Pero una vez, al cruzarse, el niño detuvo a la niña y le preguntó:

--¿Cómo te llamas?

-- Mari, como mi abuela. Ella se llama Mari. ¿Y tú?

Y el niño respondió:

--Felipón, como mi abuelo.

La vieja los observaba con atención. Aquellas últimas frases habían despertado en ella antiguos recuerdos. Ella también había sido una niña. También la llamaban Mari, también había jugado cerca del Pozo con otros chiquetes de su edad que se llamaban Felipón como el chiquete con que ahora jugaba su nieta. Y también al despedirse se decían todas las tardes: "Adiós, Mari" "Adiós, Felipón".

Ella había llegado a ser una moza, muy guapa, según todos juraban, y él había llegado a ser el mozo más gallardo del lugar, según a ella le parecía. Pero llegó una tarde triste para los dos allí mismo en el Pozo.

Él se marchaba a hacer el servicio militar, y allí se despidieron junto al brocal de Pozo. Se dieron el último beso de despedida. Él dijo: "Adiós, Mari".  Y ella le dijo: "Adiós, Felipe". Él se alejó. Ella se quedó junto al Pozo. 

Aquellas lágrimas mezcladas con el agua del Pozo sin duda hacía ya muchos años que habían llegado al mar. Porque pasaron muchos años y Mari y Felipe no se habían vuelto a ver. La vieja, al recordar todo aquello, lloró amargamente. ¡Es lo único que no envejece! ¡El llanto! ¡Pueden llorar los niños, como pueden llorar los viejos! ¡No habrá risas, no habrá alegrías, acaso no habrá esperanzas; pero hay siempre lágrimas para todas las edades!

--¿Usted no es del lugar? – dijo ella. – ¿Es usted forastero?

  --Soy nacido en el lugar, he vuelto esta mañana para ver a mi nieto.

-- Yo siempre he vivido en el pueblo y no lo conozco a usted.

--Me fui a la mili y en Madrid tuve que quedarme. De esto hace muchos años; ¡Cómo pasa el tiempo…, cómo pasa!

Los viejos se miraron a los ojos más de cerca, y un recuerdo lejano, muy lejano, muy oscuro, muy borroso, saltaba de uno al otro como insecto que salta entre dos piedras.

--¿Cómo se llama usted? –dijo ella, repitiendo la frase que había pronunciado su nieta momentos antes.

--Yo me llamo Felipe. ¿Y usted? 

Y la vieja, temblándole mucho los labios, murmuró:

--Yo me llamo Mari.

Los niños ya se despedían dándose un beso y diciendo a la vez:

"Adiós, Mari" "Adiós, Felipe".

Los viejos se miraron llorando. Se estrecharon las manos. ¡Pobres manos! ¡Sarmientos que se entretejen con sarmientos! Y se separaron diciendo: "Adiós, Mari" "Adiós, Felipe". Pero esta vez sin darse un beso.

El Pozo Nuevo seguía teniendo agua.

Seguía dando de beber a los amores nuevos. 




(CHASCARRILLO)

El agua es vida,

no se debe olvidar.

El agua de un pozo tiene

tanta vida como la del mar.


“El amor es invisible y entra y sale por donde quiere,

sin que nadie le pida cuenta de sus hechos”.

Miguel de Cervantes.

3 comentarios:

  1. No haces más que sorprenderme: eres bueno en lo haces y tan entretenido con este personaje que deberías plantearte altas miras para su futuro; con menos méritos llegan algunos a recibir premios. Enhorabuena, Vicente.

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  2. Me encanta la forma de narrarlo, te superas en cada historia, me parecia estar leyendo un buen libro.
    Haces que casi pueda oir chirriar la garrucha.
    Enhorabuena y gracias por seguir dandonos estos relatos

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  3. Estimado paisano gracias por tu comentario para este juntaletras.
    Tu tampoco eres manco a la hora de darle a la tecla.
    Mi carrera ya la tengo terminada pues a los 73 tacos solo con saber que llega a alguna persona quedo cumplido y pagado.
    No tengo tus libros pero no por que no los quiera sino por que cuando los fui a comprar a APACHE estaban agotados.
    Espero que los ayas repuesto. Un fuerte abrazo paisano.

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